En días pasados leí la frase que puse de título a esta columna en un perfil de Twitter, haciendo referencia al crimen de Salomé, la niña abusada y golpeada gravemente en el departamento del Huila. Es indignante lo que está pasando con nuestras niñas, niños y adolescentes. No solo en este tiempo de aislamiento por la pandemia del covid-19, sino a lo largo de la historia, del país y del mundo hemos tenido que lidiar con este flagelo.
¿Pero, qué están haciendo las autoridades y la sociedad para prevenirlo?, a mi modo de ver, nada. Hace poco más de una semana me contactó una muy buena amiga para contarme que a su sobrina de tan solo siete años la habían abusado sexualmente, y el presunto abusador ya tenía varias denuncias por el mismo delito. ¿Y la Fiscalía las autoridades han hecho algo al respecto?, no, el presunto abusador sigue libre seguramente buscando su próxima víctima, y mientras tanto los padres de esta menor tienen que seguir luchando para que la Fiscalía haga algo en contra de este personaje, y siguiendo con el tratamiento psicológico de la niña, mientras que la fiscal del caso les dice que, en un año más o menos tendrán noticias.
Este no es el único caso que conozco en el cual la justicia no se ha pronunciado, una niña de 15 años abusada por su propio padre desde hace más de 3 años tuvo la valentía de contarle a su mamá lo que estaba sucediendo, y ella, desde su heroísmo como madre, lo denunció antes las autoridades. ¿Quieren saber que ha pasado con este caso? Nada, absolutamente nada, para la Fiscalía el testimonio de la niña no es suficiente prueba para condenar a este sujeto.
Sé perfectamente que estos dos casos no son los únicos que han sucedido en Colombia y desafortunadamente no serán los últimos, ¿pero hasta cuándo tenemos que lidiar con esta situación? La ley Gilma Jiménez que promueve la cadena perpetua para violadores y asesinos de niños, aún no es ley de la República y hasta que esto suceda, ¿diariamente cuantos casos más tendremos que conocer?
Solo pido justicia para esas niñas, niños, adolescentes y sus familias que tienen que vivir con ese calvario, no solo del abuso del que fueron víctimas, sino de la indolencia de las autoridades y del sistema de justicia que beneficia a los criminales que se meten con seres indefensos y los dejan marcados de por vida.