Por: Sebastián Zapata Callejas

No es de extrañar que Colombia se haya estremecido ampliamente estos últimos días por un asunto lamentable como lo son las masacres de varios connacionales, pero hay que ser francos y recordar que la violencia no ha sido más que el común denominador en las últimas décadas. Una violencia que nunca se ha ido y que simplemente ha mutado, ya que por lo menos desde hace ochenta años se ha consolidado más bien en una espiral de la violencia.

Es que solo basta con recordar la violencia, fruto del frenesí bipartidista, de la época de ‘La Violencia’ en la mitad del siglo XX; esa que se decantó al nacimiento del conflicto armado en la década de 1960; la que surgió de la guerra del narcotráfico a finales de 1980; la que se ha desprendido de los actores disidentes de los procesos de paz y desarme que se desarrollaron en los años recientes; y las múltiples violencias urbanas que son características de algunas grandes ciudades gracias a la segregación social, la inequidad, la cultura del dinero fácil, la ausencia estatal y demás.

A pesar de todo, no se pueden menospreciar los esfuerzos estatales por salir de esta espiral de la violencia. Las acciones que se han adelantado han estado orientadas, unas más y otras menos eficientes, hacia la búsqueda de acuerdos para la salida pacífica y las estrategias de “mano dura” enmarcadas en el fomento de las capacidades estatales, en materia de seguridad y defensa del Estado.

La lucha contra el Cartel de Medellín y la aplicación del acuerdo del Plan Colombia son dos ejemplos de las acciones concretas de los esfuerzos de “mano dura”. Pero están también los intentos y materializaciones de diálogos y procesos de paz, como los que se llevaron a cabo en las presidencias de Virgilio Barco (con el M-19), de Cesar Gaviria (con el Epl, Quintín Lame, etc.), Álvaro Uribe (con las AUC) y Juan Manuel Santos (con las FARC-EP).

Ahora bien, si se analiza el escenario contemporáneo de la violencia, no es un panorama muy alentador, ya que hay una reconfiguración de esta, que es apenas obvia. Al país han llegado actores extranjeros del narcotráfico -los carteles mexicanos han desplazado a los colombianos en varias zonas del país-, las filas del Eln crecen a diario y ocupan territorios que eran dominados por otros grupos insurgentes, las disidencias de las FARC-EP se organizan rápidamente, algunas bandas criminales que surgieron de la desmovilización de las AUC hace más de una década aún existen; además, la violencia ciudadana y urbana tiene una curva expansiva que no para hace años (que seguramente va seguir creciendo en el marco del post covid, gracias a las problemáticas sociales que se desencadenarán).

Y son estos últimos asuntos los que obligan a sentarse a pensar en qué se está fallando, pero para dictaminar recetarios eficientes y no estrategias politiqueras y populistas. Muchos no han querido ser conscientes aún que la lucha contra las drogas no ha sido exitosa, esto lo aprenden muy bien los presidentes solamente cuando salen de los cargos; se continúan cometiendo errores en escenarios de posconflictos, pasó con las AUC y ahora se está viviendo con las FARC-EP; no se ha superado el falso dilema del binomio de seguridad y desarrollo, algunos políticos de extrema izquierda creen que a los bandidos se les gana con girasoles mientras que los de extrema derecha no piensan más allá que en las opciones seguritarias de “mano dura”, y otros tantos disfrazados de centro quieren acabar la violencia con likes; solo por mencionar algunos asuntos que algunos sectores académicos, de la sociedad civil y tomadores de decisiones no han querido ver objetivamente.

En resumidas cuentas, en medio de este panorama, no queda más que invitar a los hacedores y ejecutores de políticas a que piensen y desarrollen estrategias concretas para combatir de manera eficaz la reconfiguración de la violencia que se está gestando, ya que esta puede llegar a unos picos altamente preocupantes en todo el país.

Además, ojalá que muchos sean sensatos y piensen en que éste no es el momento de hacer proselitismo con las víctimas, ya que algunos irresponsables plantean acciones colectivas en plena pandemia y estigmatizaciones institucionales extremas. Pero, a su vez, tampoco es tiempo de evadir responsabilidades gubernamentales; es cuestionable, por ejemplo, que un Fiscal pueda irse un puente festivo a San Andrés, pero no viaje de inmediato a Samaniego a investigar una masacre de jóvenes.

@sebastianzc