A la reconfiguración de la violencia y el panorama inquietante que se le viene al país en materia económica, se le debe sumar la incertidumbre en materia política que se anda gestando en la nación, y que puede volverse una bomba de tiempo por cuenta de los populismos y las ansias de algunas figuras de socavar el régimen político colombiano que, aunque defectuoso, ha tenido un funcionamiento democráticamente “aceptable” en la historia republicana.
Para muchos es impensado que, en plena crisis decantada del covid-19, en lugar de buscar pactos y acuerdos para consensuar ideas para afrontar los actuales efectos nocivos de la pandemia- y que se seguirán viendo en los años venideros-, muchas figuras públicas estén pensando exclusivamente en quién será el elegido para reemplazar a Iván Duque en la silla del Palacio de Nariño, en las próximas elecciones del 2022.
El problema real de todo este cinismo y oportunismo político no radica en que se haga campaña con dibujos o mapas conceptuales sin sentido en medio de una pandemia, se busquen titulares con ideas “taquielleras” o se perfilen para ser presidentes publicando memes, como lo hacen algunos que han jugado a la política por décadas pero que se disfrazan en las redes de alternativos. El meollo del asunto y el que debería prender las alarmas es que parece haber una estrategia sistemática de un sector concreto, el ala más radical de la extrema izquierda del país que no se limita a postulados “antielites” o “antipolíticos”, sino que propende en el fondo y de manera evidente por la desinstitucionalización y desestabilización de Colombia.
Es claro que Colombia es una nación que se asemeja poco a la perfección del país ideal, pero de llegar a caer en un gobierno tan errático y perturbador como lo está buscando la izquierda radical puede ser un craso error histórico, más si se llega a dimensionar lo mucho que va a estar golpeada la nación, en todas las esferas sociales, en los próximos años gracias a la pandemia que se expande sin tregua por estos días.
Ahora bien, se puede estar de acuerdo con que la invención del mito “castrochavista” no fue más que una herramienta de campaña del expresidente que más se ha apegado al poder en las últimas décadas y su sequito de erráticos seguidores de extrema derecha. Si de algo se puede estar seguro es que Colombia nunca será la Cuba o la Corea del Norte de este lado del continente.
Pero lo anterior no quita la alerta roja ni puede enceguecer a los colombianos que la extrema izquierda está armando toda una estrategia para incendiar al país en todos los aspectos de la vida social con fines exclusivamente electorales. Un camino similar fue tomado hace años para timonear a países como Argentina, Venezuela, entre otros, y ya se puede sacar conclusiones.
De llegar a triunfar en el 2022 un gobierno disfrazado de alternativo, pero totalmente ideologizado de extrema izquierda, se van a tener resultados totalmente negativos que perdurarán en el mediano y largo plazo. Algunos de ellos serán: ahuyentar al sector privado y la inversión extranjera, hacer populismo con los recursos primarios, desequilibrar la economía, desbalancear la política migratoria, jugar con las necesidades de las personas mediante la implementación de subsidios innecesarios, el encogimiento del sector productivo y el empleo, mutar el sistema político a favor de los poderes emergentes, desequilibrar la balanza democrática, instaurar una política de lucha y antagonismo de clases obsoleta, establecer una reconfiguración de los aliados internacionales ampliamente ideologizada, alienar a la ciudadanía hacia el populismo de izquierda y minar la libertad de expresión.
En este orden no queda más que hacer un campanazo para que no se siga tragando entero las mentiras y utopías que están prometiendo los populistas de extrema izquierda para llegar al poder, los cuales ya tienen de candidato presidencial al perdedor de la segunda vuelta de 2018.