Por: Carla Fernández Abril

Queridos lectores: por estos días estuve recorriendo un poco algunos lugares comerciales de Bogotá y es triste ver cómo varios sitios reconocidos, icónicos y tradicionales han tenido que bajar su letrero y cerrar sus puertas, porque la pandemia no les permitió seguir avante.

He visto cómo lugares que solía frecuentar ahora cambiaron su letrero por un “Se arrienda”. Teusaquillo, Chapinero y Usaquén son algunas de las localidades más afectadas por ello. Lugares entre los que se encuentran restaurantes, peluquerías, pastelerías, bares y tiendas de ropa han tenido que cerrar para darle paso a ese triste letrero, dejando a su paso sentimientos de desolación y desesperanza a varios comerciantes y empresarios, y de paso a afectando gravemente a sus empleados. Y es que, según Fenalco, en el 2020 cerró el 31 % de los comercios de Bogotá y Cundinamarca.

Lo anterior también me lleva a pensar que las graves afectaciones que está dejando la pandemia se están viendo y se verán reflejadas a lo largo de este 2021, y que no solo está acabando con miles de vidas, sino que también está destruyendo sueños, desmoronando ahorros, desatando ira en las familias y, lo peor de todo, nos está condenando al encierro no solo físico, sino mental y a vivir con miedo frente al otro. Además, está limitando la infancia de cientos de niños y niñas y de paso acabando con la paciencia de sus padres. Y hay algo que a veces no tiene la atención que merece, y es que con la llamada “virtualidad” se borraron los límites entre la cotidianidad del hogar y la vida diaria del trabajo, incluso haciéndonos pensar que debemos trabajar 24/7.

Esa zozobra abrumadora que sentimos ante la imposibilidad de sonreír a carcajadas, que confunde cientos de enfermedades con el virus, que no ha permitido despedir a nuestros muertos, que ha permitido el abandono de nuestros viejos, que ha dejado sin sustento a muchas familias, que ha resaltado la desigualdad de esta sociedad, que nos mantiene alejados de nuestros seres queridos, entre miles de otras consecuencias. Esa misma que actúa peor que un dictador.

Ahora, ¿qué pasará cuando todo retorne a la normalidad? Seguro todo retomará un nuevo rumbo, y lo que también es cierto es que la sociedad tardará algo de tiempo en recuperar la confianza, la esperanza y las sonrisas perdidas. Esperemos que al menos este suceso desafortunado sirva de sacudón a la humanidad, y que al final algo de todo lo que ha pasado haya valido la pena.

Twitter: @CarlaFAbril