La pandemia nos ha permitido dilucidar nuevas perspectivas de abordar los bastos conflictos socio-económicos y precariedades de los sistemas de salud en el mundo entero. Sin duda, el liderazgo se centra en el ojo del huracán. Tres factores inherentes a la coyuntura han sido claves para los jefes de Estado; su capacidad de actuar frente a la incertidumbre, la confianza o credibilidad que se les atribuye y su nivel de empatía con los más vulnerables.
Es por tanto que una corriente de nuevo liderazgo empático y compasivo coincide con la gestión y el manejo de la crisis del covid-19. De los 193 países miembros de la ONU, solo 20 de ellos están liderados por mujeres. Además de la evidente brecha de paridad y el lento progreso de representación femenina en los parlamentos del mundo, cabe resaltar que 7 naciones dirigidas por mandatarias se han ganado en las últimas semanas en medios internacionales como el New York Times, Washington Post, la revista Forbes y entre otros, todos los aplausos por su gestión contra la pandemia.
Desde Europa hasta Asia se distingue una notable administración gracias a la firmeza, elocuencia, capacidad técnica y empatía de estas mujeres al frente del cargo más importante de la Nación. Las mandatarias de Nueva Zelanda, Alemania, Islandia, Dinamarca, Finlandia, Noruega y Taiwán han logrado misiones titánicas con sus planes de acción como: tempranas medidas de intervención, capacidad masiva de hacer test y aislamientos adecuados para los pacientes.
A pesar del notable liderazgo femenino, la lucha por la igualdad de género en los sistemas participativos, en el ámbito salarial y en el pleno acceso a todos derechos, aún hay un largo camino por recorrer. Por ejemplo, según datos de McKinsey, a nivel internacional los empleos femeninos son 1,8 veces más vulnerables a la presente crisis que los empleos de los hombres, es decir, casi el 54 % de la pérdida total de empleos del mundo han sido femeninos. En ese sentido, el último informe del Observatorio Laboral del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el cual evidencia el impacto de la pandemia en la brecha de género, muestra que en términos de empleo total (tanto formal como informal) la recuperación de empleo es más lento en Bolivia, Chile, Colombia, México, Perú y Paraguay. Donde cabe resaltar que la mano de obra femenina en la región aún está inmensamente ligada a la informalidad, al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, que apenas tienen valor para las economías y sociedades latinoamericanas.
La inclusión de las mujeres en los escenarios participativos y de poder es la única forma de tener sistemas plenamente democráticos, por tanto la legislación de cuotas de género es indispensable. Deseo ser enfática en que no es para nada despreciable o un tipo de discriminación positiva. Justamente en este tipo de espacios es donde se manifiesta la idoneidad y las inmensas capacidades de transformación que tienen las mujeres en las sociedades, haciendo de ellas lugares más justos, diversos, propicios para la paz y el desarrollo sostenible. Adicionalmente, la falta de políticas integrales con enfoque de género y canales efectivos de acceso a la justicia evidencian directrices claras de exclusión por parte de los gobiernos de la inmensa mayoría de países democráticos. El liderazgo femenino es la mejor apuesta para consolidar un cambio incluyente, equitativo, donde se respete la diversidad y los derechos humanos desde una mirada empática y compasiva.