Por: Libardo Aldana

Como si fueran aves de rapiña, los políticos tradicionales hoy vuelven a los territorios en búsqueda de votos, abrazando al anciano, visitando los campesinos, dando generosos mercados y comprando conciencias. Estas prácticas ya las tienen institucionalizadas desde hace muchos años, y sobre todo cuando se acercan las elecciones de Senado y Cámara de Representantes.

Las elecciones parlamentarias tienen un componente especial, puesto que los candidatos de todas las partes del territorio nacional se pelean votos en municipios y veredas que no conocen, que no visitan y que no representan, es por esto que se apoyan en alcaldes, exalcaldes, concejales, funcionarios públicos, para que les brinden su ayuda, ofreciendo puestos, beneficios y oportunidades para sus familias, recursos económicos, contratos y, sobre todo, promesas que al final casi nunca se cumplen.

Aunque muchos se sorprendan, estas prácticas se han normalizado en toda Colombia, hasta el punto en donde las personas utilizan expresiones como «si roba lo justo, es buen gobernante, roba, pero hace obras, al gobernante le corresponde el 10 por ciento del contrato, entre otras expresiones que normalizan la corrupción».

Ahora bien, los partidos y políticos tradicionales, generalmente, se perpetúan en el poder gracias a las estructuras que se organizan desde los municipios, en donde hacen política con los recursos del pueblo, por ejemplo, entregas de alimentos, abonos, bonos económicos, tejas, cemento, entre otras actividades, que muestran sonrientes en redes sociales y paginas oficiales, haciendo creer al campesinado y electores, en general, que esto llega como gestión de una administración o corporación y no como una obligación y una tarea que les compete como funcionarios públicos.

Es de resaltar que los gobernantes que se encuentran ejerciendo como ordenadores del gasto no pueden participar en política, sin embargo, algunos personajes con mañas electorales utilizan la nómina de las instituciones, como alcaldías y corporaciones, para elegir su candidato, condicionando el trabajo de aquellas personas que integran la planta de personal, y es así que les ponen metas y resultados en términos de votos que deben cumplir, sin importar que se vulnere la libre elección por un candidato de su preferencia.

Finalmente, es de resaltar que lo que más repudio debería dar en una elección es la famosa compra de votos, la cual pone un valor monetario para que las personas seleccionen a un determinado candidato sin saber qué propone, si lo conoce o si le ha traído beneficios a la comunidad.

En conclusión, cuando hay mañas en la política, hay un negocio redondo en donde ganan todos los avivatos, como alcaldes, exalcaldes y gamonales. Sin embargo, el pueblo pierde, ya que estos personajes descritos anteriormente solo buscan sus propios beneficios y no los de una comunidad que representan.

Como parte de esta reflexión de lo que pasa en Colombia hay que resaltar que aún existen personas que sí trabajan por sus comunidades y ven en la política un medio para hacer un mejor país, y pese a todas las prácticas nombradas anteriormente, es de resaltar que las personas buenas son más, los que quieren el cambio son más. Ojo con el 2022.

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