Desde el pasado 28 de mayo, día en que inició el Paro Nacional, también hizo su aparición un grupo de jóvenes que se autodenominaron “la primera línea”. Como algunos colombianos, este grupo estaba protestando en contra de algunas medidas absurdas del Gobierno Nacional.
Fue tanta la presión ejercida por la primera línea, y por la mayoría de colombianos, que el Gobierno Nacional no tuvo otra elección que retirar uno de esos controversiales proyectos, como lo era la reforma tributaria. Un logro que se le adjudicó a este grupo de jóvenes colombianos.
El retiro de la reforma de la salud también fue otro triunfo de estos emprendedores de las buenas causas en el país. En varias regiones del territorio nacional se crearon facciones de la primera línea, siendo Cali, Medellín y Bogotá las más representativas, tanto en cantidad de miembros como en actividades durante el paro nacional.
Pero como todo en Colombia, no todo lo bueno dura para siempre. Las mal llamadas primeras líneas, pasaron de una protesta pacífica a convertirse en un dolor de cabeza para las autoridades, habitantes, comerciantes, y transeúntes de las diferentes ciudades. El alto consumo de drogas y alcohol repercuten en los actos de violencia y hurtos, protagonizados por los supuestos manifestantes.
Los grandes caudillos políticos y diferentes grupos vieron en estos jóvenes idealistas la oportunidad de manipularlos, con dinero, artículos para sus ataques a la fuerza pública y a los bienes, en diferentes puntos de la geografía colombiana.
Recordemos la quema de buses del servicio de transporte público, así como de estaciones del mismo en algunas capitales del país, la destrucción de inmuebles públicos como privados, saqueos, robos, ataques a la fuerza pública, y hasta homicidios, como el ocurrido al motociclista en el portal de las Américas.
Por un trino que publiqué condenando el vandalismo al servicio de transporte público en la ciudad de Cali, me reprocharon diciéndome que me importaba más un bus que una vida humana. En ese momento no se habían presentado muertes de ninguno de los dos bandos. Solo la destrucción de uno de los bienes de todos los caleños, como lo es el MIO. Repliqué a ese reproche diciendo que estaban afectando a las personas de a pie, a los trabajadores que se vieron afectados para regresar a casa o no poder llegar a su sitio de trabajo.
Esto no solo ocurría en la capital del Valle del Cauca, Medellín y Bogotá también sufrieron los embates de este grupo que pasó de la protesta al vandalismo sistemático. Días y noches de caos y destrucción sin sentido fueron el común denominador en estas ciudades.
La capital de la república aún sigue viviendo en algunos sectores el caos generado por un grupo que sigue siendo financiado por sectores que quieren polarizar al país, con discursos de odio y violencia. Estos mismos sectores que niegan rotundamente su participación en estos actos.
En días pasados, en la localidad de Engativá, una de las más golpeadas por el fenómeno de la primera línea, uno de los mal llamados manifestantes confesó que reciben $70.000 por salir a “marchar” y enfrentarse a la fuerza pública. Pero no solo esta localidad sufre el calvario de tener campamentos de manifestantes en sus calles; Suba, Kennedy y Usme, padecen noche tras noche las consecuencias de los enfrentamientos entre los radicales y las autoridades.
Y varios ciudadanos nos preguntamos: ¿es esta la forma de lograr un cambio en el país? Como los mismos organizadores de las marchas y del paro lo afirman, este cambio se logra en las urnas, ejerciendo el sagrado deber del voto, no destruyendo lo que después entre todos terminaremos pagando con impuestos o sobretasas.
Sea cual fuere el nuevo gobierno en Colombia, solo espero que no divida, no polarice y que lleve al país por el camino del progreso. Olvidemos el vandalismo y lleguemos a la unión como colombianos.
Colombiano, con su voto salve usted la patria.