Uno de los mayores retos políticos en el siglo XXI es combatir la desigualdad histórica de la participación de las mujeres en la política para poder ser electoras, así como candidatas y funcionarias en cargos de decisión. Esto, sin duda alguna, ha sido un hecho relativamente nuevo en la historia de la democracia moderna, que comenzó a aparecer en la segunda mitad del siglo XVII-XVIII junto con el sufragio universal, luego de la abolición generalizada de la esclavitud y la sanción de constituciones que no reconocían los derechos humanos.
Fue solo hasta principios del siglo XX que el sufragio femenino tomó relevancia en la agenda electoral y, recientemente, hasta pasada la primera década de este siglo es que la paridad democrática, como concepto que apunta a materializar la igualdad en la representación, ha tomado relevancia en las agendas legislativas de muchos países, incluido el nuestro que en diciembre de 2020, en la reforma al Código Electoral, el Senado de la República aprobó que el 50% de listas a corporaciones públicas de elección populares se conforme por mujeres.
En el caso de Colombia, la aprobación de la paridad llega tarde en comparación con otros países de la región. No sorprende si miramos nuestra historia, pues fue hasta 1954 que se le otorgó a la mujer el derecho de elegir y ser elegida por voto popular. Más de 30 años de retraso en comparación con otros países y, sin embargo, aunque logramos la conquista de nuestros derechos políticos y electorales, no podemos romantizar la causa de permitir que las mujeres participaran por intereses electorales de hombres detrás de su imagen, pues se podían ver beneficiados con el sufragio de este sector poblacional.
Gracias a la paridad, la representación de las mujeres ha aumentado significativamente con porcentajes superiores al 40 % en países latinoamericanos como: Ecuador, Bolivia, Costa Rica, Nicaragua, México y Argentina. A nivel mundial, lo han implementado con éxito Francia, Túnez y Senegal. Así, la paridad se ha convertido en referente para alcanzar el objetivo N° 5 de la Agenda 2030, referente a Igualdad de género y empoderamiento de las mujeres y las niñas.
Pese a que la paridad como un cambio legislativo y una política favorece a que el poder político sea un espacio compartido igualitariamente entre hombres y mujeres, me temo que no es suficiente para garantizar la inserción equitativa de nuestro género en los espacios de decisión, debido a que el resultado parte desde la propia concepción en cómo se conforman las listas y no solo en la oferta electoral, como ocurre con la ley de cuotas, que en nuestro país garantiza que al menos 30% de las listas esté conformada por mujeres. Así se puede corroborar con casos como el de Chía que, pese a tener un alto número de candidatas mujeres, amparadas por la ley de cuotas, de 15 curules en el Concejo sólo dos escaños fueron para mujeres; y en el caso de Cundinamarca, de 16 diputados solo una es mujer.
Aunque la participación de las mujeres es valiosa y hay grandes lideresas abriéndonos camino y espacio con su trabajo social y político, no es una mentira que hay candidatas que simplemente se meten como ‘‘relleno’’ a las listas respaldando el proceso de ciertos hombres. Aunque el término suena feo, es como popularmente se le dice a estas candidaturas, porque se lanzan a modo de favor, sabiendo que no van a ganar y que tampoco van a tener mayor respaldo en su proceso electoral, simplemente por cumplir con el requerimiento de la ley de cuotas y sin opacar a candidatos fuertes.
Ante el reto de ampliar la participación de las mujeres, que representan el 51,6% del censo electoral del país (38’611.342), la ley de paridad de género podría ser una buena alternativa, pero no es del todo color rosa como la pintan. Además que hay mujeres que meten como ‘‘relleno’’ tanto los partidos, como grandes gamonales para salir victoriosos y cumplir con el requerimiento que enmarca la ley, por ello, podría haber afectaciones al sistema en general, porque no tienen cuenta la meritocracia más allá de lo que tiene un candidato entre las piernas, así como se limita la participación a algunos ciudadanos en ciertos lugares por falta de mujeres que quieran participar como candidatas.
Lo evidencié personalmente, apoyando el proceso de conformación de listas en ciertos municipios de Cundinamarca. Pude notar que el interés de varias mujeres por participar como candidatas se ve sumido ante otras prioridades y, para poder lanzar listas de chicos jóvenes con procesos en sus territorios, tocó pedir favores, hasta técnicamente rogarle a varias chicas que prestaran su nombre para poder conformar la lista cremallera acorde los requerimientos de la Registraduría; en municipios donde no se logró convocar mujeres para la lista, se quedaron hombres sin poder hacer su proceso.
Para hablar de la necesidad de la paridad existen datos y hay que darlos. En 2018, el Senado quedó integrado por 25 mujeres de 108 curules que tiene este órgano (23,4%). Mientras que en la Cámara de Representantes, el 18% de las 172 sillas fueron para 31 candidatas. Similar al panorama de 2014, en el que el Congreso quedó compuesto por 22,5% de mujeres en Senado (23 senadoras) y 20% en Cámara (33 representantes). Únicamente el 25 por ciento de los escaños parlamentarios nacionales en el mundo están ocupados por mujeres y, pese a mis anteriores reparos, entiendo la necesidad promover la paridad en la conformación de listas, porque aunque no garantice que en un proceso democrático más mujeres queden electas, por lo menos sí aumenta la probabilidad.
Sin embargo, esto no es suficiente para incentivar la participación de las mujeres que sigue siendo menor a la de los hombres, incluso cuando se promueven listas cremallera en las que la conformación alterna el género, como en el caso de los CMJ, que de 14.901 candidatos, 7.369 fueron mujeres y 7.532, hombres (pese a que las mujeres somos mayoría demográfica en el censo electoral). Es por ello que se hace necesario fomentar que las mujeres seamos partícipes en todo tipo de discusiones desde la niñez y desde la educación; así, las mujeres que tienen aptitudes para la política y tal vez no lo saben, las puedan descubrir y potenciar, sin que se nos siga anulando.