Por allá en Cochinchina, antiguo nombre de lo que hoy es Vietnam del Sur, nació Marguerite Duras: la mujer de la pluma rebelde que a los veinticinco años de su muerte aún es recordada por haber estremecido la historia de la literatura.
Cochinchina ya no existe en el mapa, pero en la jerga popular se sigue utilizando para hablar de lugares extremadamente remotos y desconocidos. No me molesta que se le dé ese uso. Me molesta, en realidad, que se perciba como un lugar imaginario y se ignore que fue esa tierra la que le sirvió a Marguerite para montar gran parte de los paisajes de sus obras.
El Río Mekong, los palafitos, los campos de arroz… Todos esos elementos la influenciaron tanto que, a pesar de haberse ido a Francia, nunca pudo olvidarlos. Por eso no es casualidad que su obra más emblemática sea, precisamente, una autobiografía sobre sus años en Saigón.
A sus dieciocho años —momento en el que luego confesaría sentir que había envejecido— se mudó a París; esa ciudad vanguardista del urbanismo moderno que por décadas ha dado la impresión de ocultar, bajo todo el metal que la recubre, imanes poderosos que también jalonaron a otras grandes literatas como Gertrude Strein y Marvel Moreno.
Allí, en medio de la Segunda Guerra Mundial, publicó ‘Les imprudents’ (1943), la primera de sus más de 50 novelas. También fue en París donde participó en la Resistencia francesa ante la ocupación Nazi, y donde comenzó a militar en el Partido Comunista, del cual fue expulsada luego de siete años por disidente .
Los recuerdos de Duras en Indochina están atravesados por la pobreza que invadió a su familia luego de la muerte de su padre. Marguerite cuenta cómo su madre cayó en quiebra tras haber sido estafada en la compra de un terreno en el que había invertido todos sus ahorros, suceso que provocó que ni siquiera tuvieran dinero para comer y para vestirse.
Todas esas memorias caóticas quedaron regadas en las páginas de ‘Un dique contra el Pacífico’ (1950) y ‘El amante’ (1984), libro que fue traducido a 43 idiomas y ganador del Premio Goncourt, el más prestigioso de la lengua francesa.
Gracias a El amante quedó claro que Marguerite no acomodaba sus relatos a las reglas de puntuación o de temporalidad; ella se apropiaba del lenguaje y lo destruía para luego reinventarlo bajo sus propias lógicas.
El amante es un libro con una escritura espontánea en el que Marguerite narra el erotismo que vivió en su juventud sin tapujos ni maquillaje. Esa actitud fue muy valiente sabiendo lo escandaloso que podía resultar la historia de una joven de quince años que se involucra con un chino que dobla su edad con el que descubre el placer del sexo antes que el amor.
Duras, la arrebatadora, siempre le dio voz a los relatos que resultan incómodos para la sociedad, pero que no por eso dejan de existir: como el abandono de los hijos hacia los padres que retrata en «Una tarde con M. Andesmas» (1977). O el genuino cuadro de locura que construye en El arrebato de Lol V. Stein (1964). la caminante de S. Thala que luego apareció en un libro del psicoanalista Jacques Lacan como objeto de estudio.
Lacan, asombrado por el poder creador de la autora, describió el argumento del libro como “un delirio clínicamente perfecto”. El logro de Marguerite fue recrear cómo se manifestaba la psicosis arrebatando el cuerpo de su personaje y dejando su alma atormentada en un limbo existencial. Y ese mismo efecto que logró Duras sobre Lol V. Stein es el que transmite en toda su escritura.
Su obra ha sido encasillada por muchos críticos dentro del movimiento nouveau roman (Nueva Novela), precisamente por el distanciamiento que toma de la novela esquematizada y la cercanía que crea hacia lo experimental y el llamado “flujo de conciencia”, técnica que consiste en escribir los pensamientos tal cual ocurren en la cabeza, y que también le es atribuida a autores como James Joyce y Virginia Wolf.
Sin embargo, en una entrevista con el maestro Joaquín Soler, ella rechaza esa categorización de los críticos y manifiesta estar más del lado de la interpretación psicoanalista. Una explicación bastante lógica está relacionada con la manera como entendía la escritura: “Escribir es conseguir salirse de sí mismo”, decía. He ahí lo terapéutico. He ahí el porqué Duras escribía con las entrañas.
Lo que ocurre con Marguerite va más allá de técnicas o movimientos literarios. Yo diría que es una literatura del arrebato, y como todo arrebato, para poder experimentarlo debemos prestarle a la autora nuestro cuerpo con el riesgo de nunca volver a recuperarlo. A palabras de Joaquín Soler: “Es una literatura donde se entra en ella y se sale sin que haya realmente una puerta que cierre”.
Cuando se quiere hablar de mujeres que han sido un hito en las letras, Marguerite Duras es imprescindible.