Por: Tatiana Jaramillo Cubillos

Resulta que opinar en contra de Francia Márquez se ha vuelto significado de racismo para muchos de sus seguidores, quienes incluso se han atrevido a hablar de que ‘‘ahora no basta con no ser racista, sino que hay que ser antirracista’’, como dijo la Tiktoker Jessica Blanco.

Pero, ¿no se han dado cuenta que el argumento incisivo del voto por la mera reivindicación de las comunidades afro en el que se le muestra todo el tiempo como una víctima de la pobreza y el racismo termina llevando a muchos electores desinformados a votar más que por convicción por culpa o lástima?

Recuerdo muy bien alguien que ni se sabía el nombre de Francia y me dijo: —Ay yo voy a votar por la negrita porque pobrecita, se merece que la dejemos de discriminar—, y entonces eso me pareció más discriminante aun, porque su voto no era por convicción o por el trabajo social de Francia per se. Era porque de algún modo el ‘‘Black lives matter’’ había calado acá con un mensaje claro de reivindicación racial en la agenda electoral. Sin embargo, más allá de eso, hay que empezar a ser críticos con sus caídas en falso y pensar si realmente nos convence como candidata con su discurso y con sus acciones.

Su respuesta frente al tema de los pagos que había recibido del subsidio de Ingreso Solidario (que equivalen a cuatro millones de pesos) me indignó, no por el monto, sino porque me pareció cínica su justificación. Desde que es candidata no es cualquier ciudadana y no los necesita ni los necesitaba realmente.

Recibirlos, que para muchos puede ser insignificante, pese a haber ganado en 2018 175 mil dólares es una cuestión ética, que nos pone en desventaja a muchas otras personas que tampoco hemos sido ricas y que también hemos estado en algún punto de la vida empobrecidas y, sin embargo, nos lanzamos a hacer política adquiriendo deudas, renunciando a nuestros trabajos y sin recibir ningún subsidio del Estado.

“Lo merezco como cualquier ciudadano porque no he sido una mujer rica y nunca lo he dicho. He sido una mujer empobrecida, que sola he sacado a mis hijos adelante como muchas mujeres cabeza de familia”, así contestó Francia en Blu Radio. Ese cuento está como el famoso relato de Rafael Pombo: La pobre viejecita que ‘‘no tenía nadita que comer sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez’’.

La empobrecida Francia no más ha recibido cientos de millones del premio Goldman Environmental Prize en 2018, hasta hace poco tenía un restaurante en el barrio Lido de Cali y vivía en El Caney, en estrato 4, sin contar el anticipo estatal por reposición de votos que le entró para financiar su campaña equivalente a $ 1.614.449.288, más de la mitad de lo que le costó en total su campaña ($ 2.365.448.149, según su reporte en Cuentas Claras) provino de dinero del Estado, igual que los subsidios.

Francia pudo recibir subsidios cuando era una ciudadana común y corriente empobrecida, que ya no es. Con los recursos que ahora tiene no debió seguir recibiendo plata que viene de los impuestos de quienes con nuestro trabajo y nuestro esfuerzo tenemos que tributar más que quienes los reciben y que pese a pasar muchas dificultades económicas, incluso en pandemia, no recibimos un solo peso del Estado. Sin omitir que la clase media y alta vive una pobreza oculta en muchas ocasiones y, sin embargo, debe pagar una tasa mayor de impuestos como el predial.

A la fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro y muchos adeptos suyos que han defendido el asistencialismo del que es beneficiaria, les dejo el famoso refrán: “si das pescado a un hombre hambriento, le nutres una jornada. Si le enseñas a pescar, le nutrirás toda la vida.”

Al país y las regiones lo que hay que darles es oportunidades para ser competitivos. Eso incluye seguridad, concepto al que se ha opuesto la Primera Línea de quién Márquez ha sido defensora diciendo que son presos políticos pese a acabar con patrimonio y bienes públicos, daños que se financian, también, de nuestros impuestos.

Pese a que la admiro como el símbolo en el que se ha convertido de superación personal y empoderamiento, tanto afro como femenino, tengo varias razones que me distan de apoyarla: la primera es que me parece que su discurso emana resentimiento social y eso no es sano para una sociedad con tanta violencia, porque el rico per se no es malo y el pobre per se no es bueno y eso es lo que percibo yo de su narrativa, donde el villano son los ricos, el tesoro los pobres, el héroe es el Pacto y el final: la vida sabrosa. Ese desenlace utópico que es como el  ‘‘y vivieron felices para siempre’’.

La segunda es porque percibo un profundo desconocimiento del funcionamiento del Estado al que tanto critica y que puede rayar en la queja sin mayor solución cuando le toque administrar y encontrarse con la realidad financiera de un país, en la cual se necesitan impuestos y en especial quienes tributen para financiar la famosa vida sabrosa, desde una visión asistencialista.

Y la tercera es porque me parece que es incoherente al hablar de convertir al país en potencia de la vida mientras promueve el aborto en cualquier momento, así como cuando ha defendido a la Primera Línea que ha atentado contra otras vidas, como la de los muchos policías a los que han quemado vivos. Resulta entonces que el discurso de la defensa de la vida también para ella es conveniente, como si hubiese vidas que valen menos que otras. Por eso mi postura con ella es crítica, no porque sea negra, sino porque cuando la enfrentan ideológicamente se defiende desde el rol de la víctima ante una palabra que es clave en su narrativa: HAMBRE.