La diplomacia con los territorios es realmente complicada por su vasta diversidad cultural y las características institucionales, formales e informales, propias de las regiones; además de percibirse como complicada. La paradiplomacia, como se conoce técnicamente, es relativamente poco ejercida entre instituciones con misionalidad diplomática, dado que se han introducido en las políticas atribuciones propias del Estado Nación: dependencia a directrices del orden nacional y al ejercicio representativo de los poderes regionales en el nivel central.
Tradicionalmente, las relaciones diplomáticas se han manejado desde Bogotá porque es allí donde se encuentran la mayoría de fuentes de conocimiento, información, capacitación y un entorno favorable para ejercer tan noble ejercicio, como la presencia de las embajadas. No obstante, gracias a los avances en descentralización y fortalecimiento de las capacidades territoriales, se hallan oportunidades para profundizar las relaciones diplomáticas con los territorios.
Por el lado internacional no solo basta mantener y fortalecer la relación y amistad con Estados Unidos, cosa que sabemos hacer bien por más de 200 años; sino con otra serie de actores influyentes en el ajedrez mundial, tales como la Unión Europea, la OTAN, Reino Unido, la FAO, Naciones Unidas, entre otros. Múltiples han sido los beneficios de la relación con ellos en materia de comercio, seguridad, defensa, asistencia al desarrollo e intercambios culturales, como por ejemplo el tratado de libre comercio y la no exigencia de visa con la U.E. y el estatus de Socio Global de la OTAN.
Mientras que, en lo territorial, como es de conocimiento general, los territorios son los que ponen el pecho a las complejas situaciones económicas, sociales y ambientales; siendo los mandatarios locales los primeros en dar respuestas a los ciudadanos de hechos tales como paros, catástrofes naturales, delincuencia común y organizada, regulación del comercio local e informal, provisión de bienes y servicios, etcétera. Varios son los argumentos para poner a los territorios en el centro de la mesa, sobre todo en aquellos en los que, por distintas razones, el Estado no logra hacer presencia.
Adicionalmente, es cierto que hoy gracias a la ambigüedad de mensajes del Gobierno Nacional, y a la falta de metodologías de seguimiento y verificación de políticas nacionales como la “Paz Total”, se están agudizando los conflictos sociales en los territorios y se está cediendo control territorial. Existen más de 240 mil hectáreas de coca, líderes sociales asesinados, más de 2.9 millones de migrantes venezolanos sin directriz clara sobre las relaciones con Venezuela, aumento del narcotráfico que financia estructuras criminales urbanas, pero desamparan al campesino, etcétera.
Consecuentemente, esta pérdida de control territorial requiere acciones en materia de seguridad y defensa, pero también una asistencia y provisión de bienes para el desarrollo; máxime cuando se entrará en las elecciones territoriales en 2023 con un gran grado de incertidumbre y una curva de aprendizaje que surtir en los primeros meses de 2024. Seguramente la confrontación política escalará a nivel territorial generando varios procesos de empalme angustiosos y vertiginosos; sin embargo, es menester poner a los ciudadanos como centro de atención de las políticas.
En este orden, el llamado es a aprovechar la puerta de las elecciones para ejercer la diplomacia territorial con organismos internacionales, tanto gubernamentales y no gubernamentales, para incidir en dos puntos: i) asuntos programáticos de los candidatos a ser autoridades locales y, ii) crear canales para el diálogo con el mundo que permitan brindar soluciones a problemáticas que deberán surtir los mandatarios locales, como la inseguridad, el cambio climático, la inestabilidad económica, el desempleo, entre otras.
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