La polémica salida del soldado Micolta del elenco de Sábados Felices no sólo resulta interesante por haber planteado el asunto de la discriminación en televisión sino también porque abre la ventana a una discusión que pocas veces ha sido parte de la agenda pública del país: la forma en que hacemos y consumimos humor.
En Colombia estamos acostumbrados al chiste fácil y a las mismas rutinas humorísticas que nos hacían reír veinte y treinta años atrás, algunas de ellas se basan en la caricaturización de minorías, tema que ha sido eliminado por completo de la televisión en otras latitudes y que, al parecer, hasta ahora es un asunto que empieza a preocuparnos; por lo que no es descabellado decir que así como estamos atrasados en infraestructura y en calidad de vida, el humor colombiano se quedó rezagado de la actualidad mundial.
Si nos detenemos a pensar, el soldado Micolta, por ejemplo, llevaba varias temporadas en Sábados Felices haciendo reír con muy poco: una rutina predecible, personajes mal representados, poca o nula habilidad histriónica, pintura en la cara para parecer más oscuro… En realidad un show de este estilo no tiene nivel ni siquiera para una izada de bandera de colegio.
Lo mismo se podría decir de otros personajes: la loca Piroberta, por ejemplo, lleva más de trece años ridiculizando a gays y no tiene ninguna urgencia en reinventarse porque la fórmula le funciona. (Al respecto escribí hace más de un año una entrada titulada “Señores humoristas: no se hagan los maricas”), pasa igual con otras formas de humor como las caricaturas de Vladdo o las columnas de Daniel Samper Ospina que parecen cumplir la ley del menor esfuerzo. La única excepción que recuerdo es Jaime Garzón, que invertía tiempo y energía en sus caracterizaciones, que hacía un humor agudo e inteligente y que de paso nos hacía reflexionar.
El asunto, entonces, no es sobre por qué los humoristas hacen rutinas tan flojas sino por qué vemos y disfrutamos ese tipo de humor. Supongo que hay muchas variables que pueden entrar a responder esta pregunta pero me detendré en dos: una de ellas, sin duda, es el nivel cultural de sus espectadores, y la segunda, la poca oferta de entretenimiento en Colombia.
Respecto a lo primero, es obvio que tenemos un bajo nivel cultural, así a muchos foristas no les parezca: tenemos tasas de lectura bajísimas, ocupamos los últimos lugares en las pruebas PISA, disfrutamos las historias de narcos, los reinados, nos informamos con noticieros amarillistas que basan sus noticias en cámaras de seguridad y vemos realities que explotan la miseria humana. Somos tan poco educados que permitimos que en televisión se burlen de negros y de gays, nos parece lo más normal del mundo y nos ofendemos con quienes intentan restablecer los derechos de las minorías.
Con relación a la poca demanda, la omnipresencia de los dos canales de televisión más importantes del país ha hecho que emerjan fórmulas de entretenimiento patéticas y facilistas, por ejemplo, llevamos varios años viendo telenovelas basadas en historias de artistas fallecidos o venidos a menos, recuerdo la telenovela de la selección Colombia, la de Diomedes, las hermanitas Calle, la de Helenita Vargas, la del grupo Niche, la de Rafael Orozco, la del Joe… ¿es que no hay ideas frescas, originales?
El soldado Micolta salió del aire por discriminatorio y está bien. También estaría bien que sacaran a los que ridiculizan a gays o a discapacitados y estaría mejor que empecemos a exigirles más a nuestros humoristas, que tengan formación actoral si van a actuar, que lean la prensa, que aprendan de sarcasmos y de ironías, que lean a Quevedo o al menos a Daniel Samper Pizano, que vean las películas de Woody Allen y aprendan a escribir guiones divertidos e inteligentes, que se preparen de verdad porque hacer reír no es fácil y la burla ramplona a la que estamos acostumbrados ya debería evolucionar a otras formas de humor.
Twitter: @andresburgosb