Colombia tiene muchos pueblos que compiten por ser el más bonito del país. Ya he tenido la oportunidad de conocer sitios como Villa de Leyva y Ráquira en Boyacá, Salento en el Quindío y Mompox en Bolívar.
Hace aproximadamente tres años escribí un post sobre la ciudad bonita Bucaramanga, y algunos de los lectores me dijeron que me faltaba por conocer lo mejor del departamento de Santander. Denominado como pueblo patrimonio, Barichara es uno de los destinos que todo turista nacional y extranjero debe visitar y que después de esa recomendación de ustedes los que me leen, decidí aventurarme a ir.
En el lenguaje Guane (idioma usado por nuestros antepasados indios que habitaban la región), Barichara significa «lugar de descanso», y eso era precisamente lo que yo necesitaba después de llevar mucho tiempo sin salir de Bogotá. Emprendí entonces un viaje solitario a las 11pm de un viernes, tomando un bus que me dejaría en la madrugada del día siguiente en la población de San Gil. El automotor seguiría su destino final hacia Bucaramanga o Cúcuta.
Allí desayuné algo típico de la región, me estiré un poco y tomé de nuevo transporte pues aún me faltaban como 45 minutos de camino para llegar a mi destino final. Es una carretera estrecha pero en buen estado que permite apreciar un bello paisaje de tierras amarillentas, algunas un poco más rojas que se combinan con una vegetación variada a lado y lado de la vía. Hasta que por fin llegamos a la entrada del pueblo; lo primero que se observa son casas coloniales con venta de artesanías y unas calles empedradas perfectamente hechas como recordando esos pesebres navideños que siempre hacemos en nuestras casas a fin de año.
Decidí bajarme antes del paradero para caminar el pueblo, conocer sus sitios de interés, y de paso buscar un buen hotel para quedarme esa noche. Llegué a la plaza principal y me encontré con una imponente iglesia antigua que daba sus campanadas anunciando que la misa iba a empezar. Estuve tentado a entrar para conocerla pero estaba con maleta y necesitaba una ducha además de un cambio de ropa adecuada al clima del sitio. Di algunas vueltas hasta que me encontré con una de las muchas casas coloniales que hay en el pueblo y que adaptan para hotel guardando la arquitectura antigua del sitio. Averigué, coticé precios y decidí quedarme en «Casa Oniri», un lugar agradable y con pocas habitaciones que me permitirían alejarme del estrés citadino del que a veces queremos huir.
Me dieron una habitación amplia de paredes blancas, ventanas grandes de estilo antiguo, techo colonial y ambiente relajado. La administradora del hotel me entregó un mapa del pueblo, me dio un par de indicaciones, me recomendó algunos sitios de interés para visitar, una que otra recomendación gastronómica y me dijo que me preparara porque a Barichara se le conocía caminando.
Dispuesto a patonear el denominado «pueblo patrimonio de Colombia», salí por sus calles empedradas con rumbo al cementerio, pues había sido una de las recomendaciones principales e imperdibles. Se me hizo extraño que un sitio como esos fuera atractivo turístico, pero cuando llegué al lugar lo entendí todo. Imagínense que a los oriundos del lugar, cuando mueren, tienen la costumbre de hacerles grandes y llamativas lápidas asociadas a los gustos o labores que desempeñaron en vida; es un verdadero espectáculo recorrer el lugar que por cierto mantienen siempre muy bonito para agradar a los visitantes.
De regreso, y ya cuando caía la noche, pasé por el parque principal, que es una verdadera postal. Con su imponente iglesia, sus negocios autóctonos (casi todos con sus avisos tallados en piedra) y su gente amable, se respiraba una paz incomparable. Visité tiendas, museos, panaderías, artesanías, ventas de ropas vaporosas muy acordes para estar de paseo en la región, y cada vez me convencía más que realmente la fama que tiene Barichara como destino turístico es bien ganada.
Al siguiente día madrugué para dirigirme a Guane, un pueblo cercano más pequeño a unos nueve kilómetros de Barichara teniendo para llegar dos opciones; una era tomar un bus que me cobraría dos mil pesos o llegar a pie por un camino empedrado teniendo contacto directo con la naturaleza. Decidí hacer un poco de ejercicio en una caminata que duró dos horas en promedio, con botella de agua en mano y bastante bloqueador para evitar la quemada, hasta que llegué al pueblo ubicado en una pequeña meseta con no más de tres kilómetros de área construida.
En la plaza del pueblo se respira historia y aunque el sitio es pequeño era necesario visitarlo por su arquitectura y paisaje colonial. Ya de regreso en bus, porque no aguantaba otra caminada, busqué un restaurante donde vendieran carne oreada, plato típico de la región que sirven acompañada de yuca, papá y guacamole. También hice algunas compras de detallitos para llevarle a mis seres queridos y me encontré con una panadería que lleva el nombre del mismo pueblo y en donde venden galletas de cuajada, café y chocolate además de quesos y panes siempre frescos.
Regresé de nuevo al hotel, alisté maleta y agradecí a los empleados del hotel por tan agradable hospitalidad. El regreso sería vía aérea desde Bucaramanga, pero me fui en un bus tomado nuevamente desde San Gil parando para comer onces en el tradicional restaurante «El Chiflas» (parada gastronómica obligada cuando se viaja por carretera).
También aproveché para tomar algunas fotos del paisaje que incluían el majestuoso Cañón del Chicamocha y Panachi (que sigue siendo un buen sitio turístico para visitar) que ahora tiene unas nuevas instalaciones para deleite de los niños. Es un acuaparque con una vista espectacular que invita a quedarse todo el día en el sitio.
En conclusión Barichara, y en general el departamento de Santander, es un destino turístico recomendado por la variedad de paisajes, climas, cosas para hacer y visitar. Volvería a ojo cerrado y los invito para que ustedes también lo hagan.