Uno nunca sabe para quien escribe ni quien lo va a leer; hay ocasiones en que me siento frente al computador sabiendo que el tema que voy a desarrollar va a ser exitoso si se trata de sitios de comida, lugares de interés en Bogotá o simplemente porque es de lo que todo el mundo está hablando actualmente, lo cual generará muchos clicks en mi blog. Pero hay otros momentos que escribo solo para mi y como forma de desahogarme sin importarme que mucha gente se entere de lo que estoy tratando de comunicar; es el caso del post «marino de corazón» que redacté el 19 de julio del año que termina. En esa ocasión quise contar sobre mi frustración por no haber podido pertenecer a la Armada Nacional.

Pasaron los días cuando de pronto me entró un mensaje directo de twitter de una muchacha que había sido pasajera mía en mis épocas de taxista; yo ni me acordaba que alguna vez la había recogido pero ella si me hablaba con gran familiaridad. Resulta que era la hija de un Almirante retirado y quien trabajaba en redes sociales de las Fuerzas Militares de Colombia. Habían leído mi escrito, estaban muy conmovidos por mi sentimiento y mi amor por la Armada y querían invitarme para que fuera en Diciembre a Cartagena a cumplir esa cita con el Buque Escuela Gloria, que en el pasado el destino me había negado.

Gratamente sorprendido no lo pensé dos veces y armé viaje para el 16 de diciembre, fecha en la que me indicaron que ya el Gloria estaría atracado en la base naval. En su momento pensé que así me tocara irme por tierra no iba a perder la oportunidad que me estaban dando, pero afortunadamente ahora existen aerolíneas de bajo costo como Wingo que permiten volar por un precio a veces menor que si el recorrido es en flota.

El día llegó y yo estaba aterrizando en la heróica muy a las 6am; yo tendría que esperar cual novio desesperado hasta la 1:30pm para verme con «Gloria», por lo que me fui para el sitio en donde me iba a hospedar, desayuné, tomé un baño y me preparé para el ansiado encuentro. Con la puntualidad propia de un militar, el almirante Cardona y su hija llegaron por mi. La ansiedad hizo que yo estuviera listo desde mucho antes, pero salí caminando pausadamente como disimulando mi sentimiento de alegría por el momento que estaba a punto de vivir. Cuando llegamos a la base naval ARC Bolívar, mis anfitriones se anunciaron con los encargados del Buque Gloria y yo en la ventana trasera del vehículo parecía «perro de rico».

Cuando caminé acercándome al barco, mi corazón se aceleraba y mis ojos empezaban a encharcarse mientras yo trataba de disimular la emoción que me embargaba buscando guardar un poco de dignidad para no ser tildado de sobreactuado. Estreché la mano de los oficiales encargados quienes por fin me dieron la bienvenida a bordo del majestuoso Buque Escuela Gloria. Era el invitado especial del día y mi nuevo mejor amigo el Almirante me presentaba como periodista a lo que yo sonreía irónicamente tratando de desmentirlo, pero un nudo en mi garganta era tan fuerte que no me dejaba hablar.

Fue un recorrido completo de casi dos horas en los que me sentía como niño en parque de diversiones. Normalmente a los turistas solo les dan un paseo por la cubierta pero yo tuve la fortuna de conocer al detalle el barco que ya había perdido las esperanzas de ver. Camarotes, cocina, centro de mando, salón de internet, cubierta, cuarto de máquinas, etc.

Cuando pensé que el sueño había terminado, me invitaron a conocer un submarino que también se encontraba en puerto. Se trataba del ARC Intrépido, de fabricación alemana y que ha sido de mucha ayuda para la Armada Nacional en misiones secretas especiales. No me dejaron tomar fotos al interior del mismo por temas de seguridad lo cual acepté y entendí perfectamente.

Pero Laura, la hija del Almirante, me tenía preparada una sorpresa más. Daba la casualidad que ese mismo día se iba a realizar una ceremonia en la que se daba inicio a una misión especial en el buque ARC 20 de julio. Era una ocasión única ya que el barco, que era de fabricación e ingeniería totalmente colombiana, contaba además con helipuerto y dos lanchas rápidas de alta tecnología. La misión encomendada no solo tenía obviamente militares activos sino que también llevaría a bordo a científicos de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, periodistas y otros civiles.

La ceremonia empezó, el himno de la Armada sonó y mis lágrimas ya no se podían contener de manera disimulada (estaba más emocionado y más orgulloso que los familiares de los marinos que se iban). No me acuerdo y no se por qué razón, pero canté sin equivocarme ese himno como una marino más que lleva mucho tiempo en las filas de tan bella institución. Estuve en la segunda fila de la tarima, justo atrás del comandante de la Armada y del Ministro de Defensa quienes también aprovecharon la ocasión para condecorar a los tripulantes del helicóptero que se accidentó entre Providencia y San Andrés, y que se salvaron gracias a su buen entrenamiento de años en la institución.

No me importa que me digan sobreactuado y no busco que me lean mucho tampoco esta vez; pero era un compromiso moral escribir sobre mi experiencia en Cartagena. Tal vez solo sea significativo para mi, pero mi regalo de navidad se adelantó y ese momento no lo voy a olvidar nunca. Tal vez ustedes sueñen con surfear, con lanzarse de un paracaídas o con conocer alguna ciudad de Europa o Estados Unidos; lo mío era el Gloria. Pero luchen por lo que anhelan, que de pronto a veces sin querer y en el momento menos pensado… los sueños si se cumplen.

*Agradecimiento especial al Contralmirante Jairo Cardona y su hija Laura Cardona quienes hicieron posible mi sueño