Acabo de cumplir un año de haber tomado la decisión de irme de mi ciudad natal, Bogotá; una oportunidad laboral en la costa Caribe hizo que empacara mis maletas y emprendiera un nuevo camino. Agobiado por los crecientes problemas que presenta la capital del país como lo son la “inmovilidad”, la falta de cultura ciudadana de sus habitantes, la poca calidad de vida al hacer diligencias y desplazamientos largos, y sobre todo el tema de la inseguridad, hizo que no lo pensara mucho para desprenderme de mi patria chica. También tuvo que ver la decepción que tengo con los bogotanos a la hora de elegir sus gobernantes; parece que fueran masoquistas y les gustara vivir entre el caos y el desorden, por dárselas de rebeldes cuando van a depositar su voto.
Samuel Moreno, Lucho Garzón, Gustavo Petro y Claudia López han hecho que la ciudad se deteriore, retroceda, no prospere y se hunda en sus defectos y problemas. Y eso puede empeorar aún más cuando se ve quienes se están postulando este año para que a partir de 2024 tomen las riendas de la alcaldía; Gustavo Bolívar, Hollman Morris, Carlos Carrillo y Mafe Rojas. Todos enemigos de la ciudad y que solo pretenden tomar el cargo como trampolín para aspiraciones superiores. Pero el fin este escrito más allá de meterme en política (de la cual estoy hastiado) es denotar las grandes diferencias entre vivir en Bogotá y hacerlo en una ciudad intermedia o un pueblo; si bien en todo Colombia se están presentando problemas de inseguridad, si se compara con la capital, pues la cosa algo mejora.

Donde estoy por lo menos en algunas zonas puedo sacar el celular sin el temor de que me lo van a arrebatar, los desplazamientos de mi lugar de residencia al lugar de labores son mucho más cortos, no hay tanto caos vehicular o simplemente no lo hay dependiendo de los horarios. Por eso cuando habitantes de ciudades como la bella Santa Marta (ver 6 restaurantes de comida de mar que usted debe visitar en Santa Marta) o la bonita Bucaramanga (ver los mejores restaurantes de Bucaramanga) se quejan de los trancones yo les digo ¡ustedes realmente no saben lo que es un verdadero trancón! Básicamente porque, cualquier cosa que se compare con Bogotá es mejor. Yo hoy día pase de estar aproximadamente 6 horas en trancones, a solo gastarme hora y media entre ida y venida, y, lo que es mejor, a veces dependiendo de lo que tenga que hacer, voy y vengo a pie, camino por la playa, respiro un mejor aire, puedo hacer la siesta a medio día, puedo almorzar en mi casa, etc.

Mi salud ha mejorado por estar a nivel del mar o en clima cálido, tengo que gastar menos en ropa y accesorios, mis citas médicas me las dan más rápido y me atienden mejor, los tiempos son más cortos cuando por algún caso tengo que ir a urgencias, no ese caos y esa desidia que se vive en los hospitales de Bogotá. Y pensarán ustedes, “este es un mal bogotano que habla negativamente de su ciudad”, pero no se puede tapar el sol con un dedo y todo hay que decirlo, la capital del país lamentablemente ya no es un buen vividero.

¿Que si extraño cosas? ¡por supuesto que sí! hay costumbres que están demasiado arraigadas y que son difíciles de cambiar, pero me he podido adaptar bien a mi nuevo entorno. Extraño, por ejemplo, el maravilloso y único pan hojaldrado de panadería de barrio popular, porque por acá realmente buenas panaderías, con contadas excepciones, no hay. Me hacen falta también los desayunos “tableados” con caldo de costilla, tamal tolimense, huevos pericos, chocolate, jugo de naranja y changua que venden en mi ciudad. Extraño también las opciones de entretenimiento y cultura que ofrece Bogotá, extraño ver a mi Santafecito lindo en el Campín, extraño la amabilidad del que está detrás de un mostrador para atenderte o venderte un producto, y obviamente extraño a mis seres queridos que se quedaron allá. Pero ya rozando el “quinto piso”, y tratando de vivir más sosegadamente, eso lo compensa una buena caminata por la playa para ver el atardecer, sentarse en una mecedora en un balcón con una taza de café hirviendo, para dar gracias al creador por la tranquilidad que me ha dado, a pesar de las afugias económicas que no faltan, pero que me mostró el camino y me dio una familia.