Regresé a Medellín. Creía yo que iba a pasar día y noche en el cementerio, pero fui una sola vez y aprendí que en toda la ciudad ese es el lugar en el que menos se puede encontrar a Alejo. Otros espacios más cotidianos, en cambio, están llenos de él. Es más, descubrí que puedo ser yo misma la que detone su recuerdo en los demás. Y no tengo que nombrarlo ni hablar ni llorar.
Qué extraño. Yo viajo a buscarlo y parece que ya lo llevo encima. Hasta cuando sonrío.
No miento si digo que proyectar su imagen me gusta, que siento que le hago justicia a su recuerdo solo por seguir existiendo. Pero también me di cuenta de que lo que ese recuerdo provoca en nuestros amigos es una enorme desazón. Una inocultable angustia.
Luisa, Laura, Jaco, Ana, Donney, Beatri, Tamayo: yo tampoco sé cómo vamos a seguir juntos después de esto. Pienso tanto en los amigos de otros estudiantes de la facultad de comunicaciones que se quitaron la vida, me pregunto si ellos supieron qué hacer ahora, si la Universidad de Antioquia alguna vez se preocupó por su salud mental.
Yo quisiera saber cómo están ustedes todos los días: cuando compran un tinto en las mesitas del bloque, cuando es hora de almorzar, cuando hay un hueco de clases, cuando pasan por el Museo Universitario, cuando se encuentran con alguien que conoció a Alejo, cuando tienen que hacer trabajos de fotografía, cuando les cuentan un chiste verde, cuando se quedan solos, cuando están en el aeropuerto, en Bantú, en el apartamento de Laura y Donney o en el de Jaco, en el salón social de Luisa, en el PP, en el Lleras, en el Carmen de Viboral, en cualquier vereda de Antioquia, en carretera.
Incluso me pregunto por Beatri, que está conmigo en Bogotá, por sus sueños locos y sus momentos de inusitada nostalgia.
Quisiera estar ahí en todos los momentos difíciles para decirles que esos recuerdos son hermosos, que no hay nada que lamentar porque fueron la mejor compañía para él. Y para mí. Y abrazarlos y que sepan que me siento muy agradecida de que sigan vivos, de tenerlos cerca.
Hace poco encontré una guía para superar la muerte por suicidio, nombraban como “sobrevivientes” a los familiares y amigos cercanos. No me pareció llamativo hasta que fui a Medellín. Dicen que el proceso de duelo es personal, sin embargo, yo creo que un grupo que atraviesa la pérdida solo puede sobrevivir asumiéndola juntos.
En fin, que creí que había ido a Medellín para enfrentarme a la ausencia de Alejo, pero fui para reconocer que él no me dejó sola.
De izquierda a derecha: Donney, Alejo, Sara, Jacobo, Ana y Luisa. Faltan: Beatriz, Laura, Tamayo (que aquí todavía no lo conocíamos). Todos, gente que amo y con la que Alejo fue muy feliz.
para 866421 si a a usted no le aporta simplemente no lo lea hay muchos blogs en los que puede hacer su aporte o ignorar, veo que en este blog se esta escribiendo algo personal pero que sucede muy cotidianamente con las personas en este pais que es sobre el suicidio y una forma de afrontar el duelo, me gusta leerlo y ver en este un problema muy grande que tenemos todas las personas con nuestra salud mental y esos vacios que manejamos a diario de como conllevarlos y afrontarlos dia a dia, algo me queda claro con lo que he leido hasta ahora y es que las pruebas mas dificiles solo se saben conllevar con el tiempo mas no se superan cuando se trata de duelo
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Pero si él era tan buen amigo cómo fue que los dejó.Si eran un grupo porqué no pidió apoyo.Porque no se despidió? Porqué llora tanto a un ser que fue egoísta con sus amigos.O tanto relato querrá decir que se las da de literatura.La literatura es otra cosa.
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Nunca había leído este blog. Considero que los pensamientos que expresa la autora son tan personales y particulares que nada aporta el publicarlos en uno de los medios con mayor cobertura en Colombia. Me sentí como leyendo el «diario íntimo» de mi sobrinita: muy suyo pero a mí no me interesa… ¿le interesará a los millones de lectores de ELTIEMPO.COM?
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