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Antes de entrar en materia, y por ser esta mi primera entrada como bloguera de El Tiempo, les cuento que soy Lina Maestre, tengo 28 años y desde hace tres años viajo por el mundo en solitario. Mi mochila, mi cámara fotográfica, mis cuadernos de notas y yo.
Aunque suene como uno de esos cuentos de fantasías donde la ficción siempre supera la realidad, debo confesar que no fue fácil tomar la decisión de lanzarme al mundo.
Consideré la idea de recorrerlo durante años sin encontrar respuestas o un camino marcado para llevar la vida que soñaba. Ahorré, renuncié a mi trabajo en Bogotá, vendí mis pertenencias y me fui con un tiquete de ida a Francia.
Estando allá empecé a estudiar el idioma y a trabajar como niñera. El tiempo pasaba, el sueño seguía pero yo pensaba que viajar implicaba ser millonario, tener demasiados riesgos, demasiadas dudas y ninguna certeza. No había carteles de señalización y a los pocos que les comentaba la idea me tildaban de loca, hippie o soñadora.
Veía fotos de paisajes, de pescadores en Asia, de pueblos indígenas en Latinoamérica, de castillos en Europa y soñaba despierta. Un buen día, después de haber avanzado y retrocedido varias veces, decidí que lo haría. Me iría a viajar por el mundo y no regresaría a Colombia. Allí estaba mi respuesta.
Emprendí mi aventura desde Europa hasta Turquía para luego subir hasta Finlandia y ver las auroras boreales. Todo con bajo presupuesto. Abrí mi página web www.patoneando.com y a través de ella empecé a relatar las aventuras de esta vida itinerante.
Meses después de estar recorriendo el viejo continente, tuve que regresar a Colombia por cuestiones de visa. No niego que el golpe fue duro. Me deprimí. Quería seguir viajando, no deseaba volver a casa.
Tal vez porque viajando conocí una libertad que nunca antes había sentido. Para mí, volver a Colombia significaba cortarme las alas.
Regresé con poco dinero y muchos sueños sueltos dentro de la mochila. Empecé a planear mi itinerario para viajar por Latinoamérica. No deseaba regresar a Europa pero tampoco quería quedarme estática en Colombia. Deseaba irme lo más pronto posible. Deseaba seguir conociendo el mundo.
Fueron varios meses diseñando, ahorrando, maquinando este viaje. Mientras amasaba la idea empecé a hacer viajes cortos por varias zonas de Colombia y finalmente me di cuenta que debía incluir mi propio país dentro del recorrido. Tal vez el destino deseaba que conociera primero lo propio para valorarlo más cuando estuviera lejos.
¿Por qué siempre queremos conocer el jardín del vecino y no el nuestro? Me di cuenta que no conocía mi país, que había llegado al círculo Ártico para ver las auroras boreales y nunca había estado en la Costa Pacífica para ver las ballenas jorobadas.
Antes de irme pensaba que esa vida de viajes era una ilusión, que en Colombia no tendría la oportunidad de encontrarme. No me gustaba la vida que llevaba pero tampoco sabía cómo podía cambiarla. Tal vez debía irme para empezar a construir algo y volver para terminarlo.
Así que hace cinco meses volví a armar la mochila para salir a la ruta. Me hablaron de varios peligros, de no salir sola, de no confiar en la gente, de “tener mucho cuidado por ahí”. Nos criaron con miedos, acostumbrados siempre a desconfiar del desconocido. Nos enseñaron que Europa es más seguro que Colombia y por eso era más fácil que viajara sola allá.
He recorrido más de 5000 kilómetros, he visto el contraste de nuestros paisajes y probado platos típicos que ni siquiera sabía que existían. Me emocioné viendo las ballenas jorobadas y tortugas marinas en el Pacífico, lloré al despedirme de una familia que me acogió durante varias semanas en el Chocó, me conmovió la nobleza de una indígena guambiana que me invitó a su resguardo, sufrí el dolor ajeno de un pueblo que durante años sufrió los estragos de la guerra, conocí la verdad detrás de los cultivos de marihuana, tuve un ataque espontáneo de risa al sentarme cerca de unos niños indígenas Koguis en la Sierra Nevada, me he deslumbrado con los paisajes ilusorios de la Guajira y los verdes del Eje Cafetero. En Cali y Manizales tuve los momentos más difíciles de este viaje al quedarme sin dinero y recibí la ayuda desinteresada de dos mujeres a quienes siempre les estaré agradecidas.
Han sido incontables las veces que me han auxiliado personas desconocidas que no piden nada a cambio más que una sonrisa de vuelta.
A pesar de las tragedias y todas las circunstancias negativas que hemos tenido que vivir los colombianos no escatimamos en hospitalidad. A pesar de todo, nuestro corazón no se ha endurecido y el resentimiento no nos ha ganado la batalla.
¿Encontraré lo mismo en el resto del continente?
Estuve en Europa buscando respuestas para mi vida soñada, allá me di cuenta que el camino, aunque no está señalizado, existe. Es posible vivir viajando. Regresé a Colombia y después de cinco meses de viaje, reitero que este estilo de vida es tan posible como cualquier otro.
Bienvenidos todos y todas a Patoneando, un blog para hablar de viajes, destinos y mis reflexiones sobre esta vida itinerante. Falta poco para seguir por el resto de Sudamérica y terminar mi recorrido por Colombia, el país que me negaba a conocer. Al final de cuentas, todas las respuestas sobre la vida que soñaba tener, las tenía aquí. En casa.
Felicitaciones Lina, espero leer muy pronto el libro de tus vivencias.
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Gracias Miryam! Algún día espero escribir uno
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Y que sean muchos kilómetros mas! vivir viajando SI se puede 🙂
un abrazo desde colomviajeros.com
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Lina, si. usted no es la única que le ha sucedido esto de añorar más lo de afuera que lo nuestro, desafortunadamente esa es nuestra mentalidad, muchas veces en vez de ver el bosque vemos es el árbol, y este país con todo y sus problemas es un gran país con gente noble y lugares exóticos y dignos de conocer.
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No sé si primero felicitarte por tu estilo de vida o por como escribes, excelente blog, da envidia de la buena leerte.
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Dos cosas Lina. La primera: corrige esto “a quienes siempre les estaré agradecidas.”. Quén está agradecido? Ellas o tu? Segunda cosa. Si vas a Costa Rica no esperes mucha solidaridad de parte de su gente, te lo digo por experiencia propia y de otros. Lindo país pero gente no tan linda.
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YA TE ESTOY SIGUIENDO EN TU BLOG
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Bienvenida a este viaje 🙂
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Felicidades, una gran historia bien contada. Creo que cuando termine el largo camino de conocer este mundo terrenal, sería una gran escritora. Confiando en Dios, conocerá muchas cosas más maravillosas. Felicidades nuevamente. Lo importante es hacer lo que nos guste, esas es la verdadera felicidad.
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