A partir de la firma del acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC, la sociedad colombiana ha sido convocada a refrendar estos acuerdos a través del voto. La sensibilidad que despierta este tema y las oleadas de publicaciones y comentarios, algunos con altos niveles de agresividad, nos muestran la polarización en que se encuentra el país y el dolor y las heridas que han dejado abiertas cinco décadas de conflicto armado con altos niveles de degradación.
No pretendo decir aquí cómo deberían votar los colombianos, me abstendré incluso de decir mi posición personal, pero creo que esta situación nos llama a reflexionar sobre qué es la democracia y la importancia de asumir el voto con responsabilidad y sentido del bien común.
Me niego a la división que se quiere hacer entre los “amigos y los enemigos de la paz”. Un consenso de la sociedad colombiana es que todos queremos la paz y una paz estable y duradera, pero acerca de los caminos y los medios para conseguirla hay desacuerdos serios y una delicada sensibilidad. Tanto los partidarios del “sí”, como los partidarios del “no”, tienen razones de orden político y de orden moral y convicciones respetables.
La experiencia de los últimos tres siglos nos muestra que las sociedades que han logrado superar la violencia, han llegado a construir formas de democracia. Lo más propio de las sociedades contemporáneas, incluida la nuestra, es la inmensa pluralidad: compartimos costumbres y convicciones distintas, tenemos diversas perspectivas sobre lo bueno y, sin embargo, compartimos un mismo espacio social y político. Por ello, también la democracia pasa hoy por la inclusión de los diferentes, de las minorías, de los que piensan distinto, siempre y cuando estén dispuestos a respetar las reglas y los valores democráticos.
La cultura política democrática, incipiente e inmadura en la sociedad colombiana, tiene valores que permiten vivir sin violencia en medio de la pluralidad: el debate y la participación política, en condiciones de información suficiente, permite que los ciudadanos debatan y confronten sus ideas diferentes en el espacio político y social.
Frente al tema del acuerdo de paz necesitamos debatir con altura, con ideas, no dejar la palabra en manos de los trinos de 140 caracteres, ni en las impactantes imágenes de propaganda sucia que buscan descalificar y ridiculizar a quien piensa distinto. El verdadero debate político, garantía de una sociedad en paz, debe dar lugar a las ideas, a los argumentos, en los pequeños espacios de la vida como en los grandes, la palabra es el instrumento que permite convivir a los seres humanos.
Votar no es un acto cualquiera, con nuestra voz en las urnas nos hacemos partícipes del pacto social, emitimos nuestra opinión y nos sometemos de modo no violento a la opinión de la mayoría. Si bien la mayoría no es infalible, por lo que la ley es siempre revisable, es el mecanismo no violento que permite unir las voluntades en un propósito común. Negarse a participar es simplemente dejar en manos de otros nuestro futuro y el de las próximas generaciones.
La sociedad colombiana está llamada a responder si acepta incluir en el pacto social a quienes por tanto tiempo han combatido la institucionalidad. La pregunta no es de poca monta y pone a prueba nuestra madurez política como sociedad. La responsabilidad de cada ciudadano es decir, haciendo un esfuerzo por dar una opinión informada, cual considera en consciencia que es el mejor camino para construir el bien común: una sociedad estable y en paz.
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LOS DIALOGANTES DE HOY
Padre LUIS FERNANDO MUNERA SJ
FOTOS : ALEXANDER PINZON
Creo que tienes un error garrafal en la escritura de los números romanos, lo que me enseñaron en la escuela es que un número romano no se puede repetir más de Tres veces ósea que si se escribe el número 4 por ejemplo es IV y no IIII, en el caso de tus capítulos 40 y 41 serian XL y XLI sabiendo que la L equivale a 50 y la X a 10, no siendo más, que tengas una feliz tarde
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GRACAS por su comentario pero NADA GARRAFAL es una licencia que nos tomamos al igual que los RELOJEROS…aquí nuestro aporte…
¿Recuerdas cuando te enseñaron los números romanos en el colegio? Seguro que te explicaron que el número cuatro se escribía de esta manera: IV. Así lo verías si viajaras a Londres y te fijaras en el Big Ben; sin embargo, si decides comprobarlo sin salir de España, en el reloj de la Puerta del Sol verás que el número 4 está representado por esta cifra: IIII. Exacto, cuatro palitos, como diríamos más coloquialmente. ¿Por qué esta diferencia?
El sistema de numeración romano, derivado del que empleaban los etruscos, se basaba en el método aditivo. I más I eran II, V más I eran VI, y II más II eran IIII. Al pasar el tiempo decidieron empezar a usar el método sustractivo, mediante este sistema el número anterior resta su cantidad al siguiente. De esta forma, en lugar de escribir 4 como la suma de 2 más 2 (IIII) se escribió como la resta de 5 menos 1 (IV).
¿Por qué entonces ha seguido utilizándose el IIII en representación del 4? Hay múltiples teorías, históricas, estéticas, prácticas… La más extendida es que, según una recopilación de información del Instituto Británico de Relojería, tiene su origen en motivos estéticos. Los cuatro caracteres IIII crean una simetría visual con su opuesto en la esfera VIII, también de cuatro dígitos, que el IV no consigue.
Entre las muchísimas historias que relacionan a un monarca con el hecho de que el 4 en los relojes se escriba IIII, destacan dos. La más creíble es la que explica que, en el año 1370, el relojero Henry de Vick recibió el encargo de realizar un reloj que se colocaría en la torre del Palacio Real de Francia (conocido como La Conciergerie o el Palais de la Cité). El rey Carlos V de Francia recriminó al artesano el haber representado el 4 como IV. El relojero señaló que era así como se escribía, pero Carlos V respondió enojado: «El Rey nunca se equivoca» (por algo era apodado El sabio). Por tanto debió continuar el uso del IIII. El reloj fabricado por de Vick continua colocado allí.
La segunda monárquica explica que un relojero suizo confeccionó un reloj encargado por su soberano, cometiendo la equivocación de representar el número 4 como IIII y no IV. El rey mandó ejecutar al artesano y, como protesta ante tal hecho y homenaje, todos los colegas de profesión del relojero decidieron utilizar el IIII en vez de IV.
También hay quién sostiene que se mantuvo el número IIII por superstición. Se decía que el IV corresponde a las dos primeras letras de Júpiter [IVPITER en latín], el dios romano, y por tanto su uso para denominar a un número podría considerarse inapropiado y blasfemo.
Otras explicaciones apuntan a la simetría (el símbolo I es el único que aparece en las primeras cuatro horas, el V aparece las siguientes cuatro horas y el X últimas cuatro, proporcionando una simetría que se vería alterada si se usara el IV), comodidad (IV es más difícil de leer dada su posición en la esfera del reloj, ya que queda casi boca abajo), confusión (el número IV podría confundirse con el VI al estar ambos boca abajo) o simplemente por economía (los relojes se fabricaban de forma artesanal y los números se realizaban con moldes, pegándose después a la esfera. Una forma de economizar era haciendo los moldes con el conjunto de cada número, por lo que, para hacer un reloj, se necesitaba un molde con cuatro X, otro con cuatro V y cinco moldes con cuatro I).
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