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ECOLOGÍA y RESPONSABILIDAD personal…

El chivo expiatorio de la humanidad moderna lo constituyen las instituciones, o si se quiere, las estructuras. «Instituciones –especialmente el Estado, pero no solo este, sino también las industriales, las educativas, las religiosas y otras más- son las culpables de todos los males», pensamos con facilidad. La emergencia ecológica anunciada y denunciada desde hace largo rato sería también culpa de Estados indolentes, industrias insaciables, religiones supersticiosas, sistemas sin conciencia. Y una vez se ha descargado la culpa sobre estos entes impersonales, los individuos seguimos nuestra vida con la conciencia tranquila, como si nada tuviéramos que ver con el deterioro del planeta en todas partes. Los chivos expiatorios vienen siendo, entonces, como calmantes dados para un dolor, sin indagar por la causa del mismo.
En el pensamiento de la Iglesia, tanto en los documentos universales, los de los Papas, como en los documentos locales, es decir, conferencias episcopales y obispos, y en el trabajo de los teólogos, hay un gran escepticismo sobre este procedimiento de poner todo el énfasis en el cambio de las estructuras, sin hacerlo de igual manera sobre el cambio –conversión- de las personas en el ámbito que se desee manejar. Y referido a una nueva actitud ante el cuidado del planeta el pensamiento es exactamente el mismo. Mientras las personas, cada una en particular, no adopten una nueva manera de relacionarse con la creación, será difícil lograr cambios sustanciales que auguren un mejor futuro. Y este cambio individual tiene que ver con la creación de una nueva cultura en este campo de la vida.
No es fácil determinar cuánta responsabilidad le cabe a las grandes instituciones y cuánta a las personas individualmente, pero sí es cierto que son personas las que están al frente de las instituciones o estructuras y allí hay una primera gran oportunidad de crear condiciones diferentes en el estilo de vida para las personas y para el planeta mismo. El Estado, las industrias pequeñas y globales, las compañías de servicios a la humanidad, todo está en manos de personas y si estas toman conciencia profunda de la necesidad de relacionarse muy distintamente con el planeta, y en él con las condiciones de vida de las personas, se habrá dado un paso realmente grande para restaurar la amistad con la creación. Se requieren, entonces, personas valientes al frente de las grandes estructuras, que logren cambios radicales en las formas de hacer, producir, movilizar, lo que se entrega a hombres y mujeres. Estos valientes tendrán que romper con paradigmas ancestrales que sostenían, sobre todo, que el planeta era inagotable, lo cual ha sido desmentido por la realidad misma.
Pero hay que hacer un esfuerzo todavía mayor para que el primer cuidador del planeta sea el ciudadano de a pie, la persona del común, el hombre y la mujer que a diario deambulan por el interior de sus hogares o por la calle del poblado o la ciudad o por los senderos de los campos. Los hábitos de consumo, la relación con el agua y el aire, la cultura de la reutilización y también la del reciclaje, el derroche, el modo de movilizarse, etc, todo tendría que ser re-evaluado en la vida de cada persona pues ya está claro que todo es susceptible de ser mejorado, racionalizado, incluso substituido. Y para que esto pueda ser posible, la educación tiene que convertirse en el primer canal para crear la nueva cultura de amistad entre el hombre y el medio ambiente. Y no menos implicadas deben estar las religiones a través de sus estructuras de predicación y enseñanza que siempre han demostrado una gran eficacia para influir sobre sus adeptos. Quizás el mejor ejemplo reciente de ello sea el documento del Papa Francisco sobre el tema ecológico, Laudato si, en el cual hace una radiografía dura del estado del planeta y que ha tenido una resonancia muy interesante en todo el mundo actual.
Concluyamos proponiendo algo así como menos crítica en abstracto y más acción en concreto de cada persona para restablecer la amistad entre el ser humano y la madre tierra. Y quizás el modo de comenzar este nuevo itinerario consista en detener un momento la marcha de la vida y que cada persona evalúe cómo es que deambula sobre el planeta. Nada debe quedar fuera de este examen crítico, que no busca culpabilizar, sino descubrir nuevos modos de acción. Un segunda oportunidad puede darse en trasladar esta simple metodología a los ámbitos que complementan el diario vivir, bien sea laboral, académico, recreativo u otro diferente. La salvación no viene de París, de allí vienen declaraciones. La salvación tiene la fuente en cada corazón humano capaz de darse cuenta que algo está sufriendo y pidiendo auxilio: nuestra casa común, la tierra, como la ha llamado Francisco, en Roma.

 

 

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