«La corrupción en la política es como un parásito que debilita la democracia y socava la confianza de la sociedad.»

Nunca se podría creer lo que sucedió ese lluvioso día. No fue el pueblo el que salió a sufragar y defender las banderas de cambios pregonados y levantadas por el gobierno actual para construir consensuadamente un mejor Estado. Banderas que han sido atacadas indiscriminadamente por esa caterva de focas aplaudidoras y medios defensores del viejo statu quo. Era un tumulto hambriento y ávido de dinero fácil para gastar en ron o en un mercado de cien mil pesos. Pero ¿Qué cambios deseaba esa masa informe que, con ropas multicolores y sonrisas desabrochadas, salieron ese domingo aciago de octubre a votar por quienes habían desangrado el erario de ciudades y departamentos por décadas y ahora enmascarados de salvadores regresaban por el resto, pavoneándose con propuestas dizque para defenderlos de fantasmas virreinales anquilosados y ya superado de nuestra historia nacional? Es una pregunta sencilla que me hago y quizás no encuentre respuesta sin que antes no analice con sindéresis y detenimiento esos comportamientos y conductas de quienes subyugados por el establecimiento por tanto tiempo no lo expliquen razonablemente.

Un tumulto de gentes que nuevamente caía en las fauces feroces de lobos disfrazados de monjitas de la caridad, de ovejitas y de Papás Noeles bonachones y risueños. Lobos hambrientos que iban a librarnos de políticas injustas, que en mi concepto son y serán necesarias para un mejor país. Una masa amorfa que todavía creía en cantos de sirenas y embaucada salía aquel domingo lluvioso a ganarse unos cuantos pesos por un voto que muy seguramente los martirizaría por todo el periodo de gobierno de alcaldías y gobernaciones.

El engaño, el embuste y las falacias fueron empleados como únicas herramientas para contrarrestar unas que otras propuestas más sociales, cuyo fin es consolidar un mejor nivel de vida en una sociedad olvidada por años de la mano de Dios. Sin embargo, en esa masa multicolor y bulliciosa hervía la sangre ancestral de pacíficos esclavos y sirvientes que aceptaban la esclavitud como mandato divino y ahora se creían con razón suficiente para aceptar como verdad revelada los pajaritos de colores que políticos tradicionales les pintaban con inasibles y gaseosas propuestas.

Ese domingo una masa de gentes le propinaba una hartera estocada a ideas acordes a condiciones de vida justas, donde el analfabetismo funcional fuera desapareciendo de esa insipiente democracia, que la clase dirigente defendía con sangre y plomo, y trata de defender, importándole un ápice el dolor y la pobreza que provoquen.

Un río de gente que discutía y manoteaba con vehemencia y sin fundamento, porque el canal de televisión tal o el líder del partido tal les decía, cual gota cayendo en una roca, que estábamos pronto a convertirnos en otra tierra azotada por el hambre y la miseria, como si eso no existiera desde hace décadas en un país como el nuestro.

Era un río de gente que caminaba con la cerviz baja, aupado por intereses mezquinos arraigados en sus entrañas y que materializaron durante una campaña de desprestigio y falsas noticias. Un río de gente desmemoriada que iba acicateada con la mentira de que el país no podía convertirse al comunismo, porque se iban a morir de hambre como si ya no estuviéramos muriéndonos de abandono, opresión, olvido y exclusión. Gentes que sólo miraba el mundo y la realidad con la información que el vecino aprovechador de su ignorancia acrecentaba con embustes y noticias sacadas de medios informativos cuyos dueños son los grandes potentados del país. Esa era la gente que caminaba con una rabia milenaria concentrada en sus tripas contra un enemigo al cual apoyaban ahora. Era gente. Sí, era la gente, la misma carne de cañón que amamantaba  a las mismas castas que empotradas en el poder no claudicaban y seguían campante aún con el daño que habían hecho durante administraciones pasadas.

Era la misma gente que prestaba a sus hijos para que fueran a matar a los mismos hijos de sus gentes, porque había que defender los intereses de los mismos que la tenía subyugada y engañada de que la nación estaba al borde del precipicio. Ahora, esa misma gente está contenta porque el patrón está feliz, ya que su servidumbre los volvió a oxigenar, dándoles la oportunidad de seguir jodiéndolos y expoliándolos.

Cabe señalar que, después de haber observado todo ese mundo caleidoscópico, llegaron estas cavilaciones a mi memoria de aquellas palabras de Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”, y un vórtice de rabia se agolpó en mi mente y, revoloteando como luciérnagas presurosas, me doy cuenta que aún a esta gente le faltó transformarse en pueblo rebelde y escupir la mano de aquellos que no debieron elegir. Pues, ya George Orwell lo había expresado en una máxima: «Un pueblo que elige a corruptos, ladrones e impostores no es víctima, es cómplice.».  Y en consecuencia esa masa de gente no se acordó  de lo que alguna vez expresara el productor de cine Indio Rajinikanth: «La política sin principios es el nuevo terrorismo«, ese que diariamente nos bombardea por redes, radio y televisión. En síntesis, es bueno recordarles que un pueblo consciente y consecuente con ideales de libertad y justicia debe ser exigente y no transigir con la corrupción y el manejo descarado del erario para intereses personales. Cuando esa gente llegue a convertirse en pueblo, entonces sí se podrá decir que Colombia aprendió después de más de doscientos años de esclavitud a liberarse de quienes la han exprimido y oprimido. Sin embargo, no hay que llorar sobre la leche derramada; se tiene que aceptar esa realidad.