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Por Edinson Pedroza Doria

“Lo que todos tenemos que hacer es asegurarnos de que estamos usando la IA de una manera que sea en beneficio de la humanidad, no en detrimento de la humanidad”.

Tim Cook, Director ejecutivo de Apple Inc.

 

“Antes de trabajar en inteligencia artificial,

 ¿por qué no hacemos algo sobre la estupidez natural?”

Steve Polyak, neuroanatomista y neurólogo.

 

Un mar terroso con fuerte oleaje azotaba indiscriminadamente las gigantescas piedras de los espolones que defendían la ciudad de sus impetuosos embates. Desde muy cerca se veía una playa de arena cenicienta e irregularmente cortada por la naturaleza y la mano del hombre. El paisaje apenas dejaba ver un desembarcadero de canoas de pescadores artesanales, quienes, luego de tirar sus trasmallos, recogían el diezmado producto de su faena. Canoas podridas por el agua salada, con maderas abusadas por tantos años de trajín aparecían expuestas y amarradas en las orillas como inspiración para los cuadros de pintores anónimos, rundían homenaje ofreciéndoles a los pescadores el sustento familiar. También se veía una avenida deteriorada y descuidada que servía de única  vía  de acceso hacia los exclusivos barrios de imponentes edificaciones, a la vez de separar las playas con el cinturón de piedra que defendía la ciudad amurallada. Era una colosal muralla que mantenía oculta en sus piedras y el calicanto la historia de un pasado heroico que se había cristalizado en una servil aceptación de una incoherente modernidad.

Era octubre. La mañana apenas comenzaba. Un viento cálido y pegajoso golpeaba con palmadas casi que imperceptibles los rostros oscuros de quienes se dirigían a sus sitios de labores. Otros, hombres y mujeres de piel blanca, trotaban o caminaban intentando ofrecerles a sus cuerpos la vitalidad y energía necesarias para el disfrute saludable de esas horas del día. Aún no había salido el ardiente sol acompañante de la cotidianidad de este caribe multicolor y bullicioso. Algunos llevaban arraigado un  maltrato milenario de vidas llenas de penurias y limitaciones, pero con la esperanza de un mejor futuro. Otros sonreían calladamente y con estoicismo daban su pelea diaria para no dejarse vencer por las adversidades. Eran los hijos heroicos de una ciudad heroica. En esta ciudad como en cualquier otra siempre había un niño o niña necesitado de atención. Aunque no lo crean, esta historia parece un cuento sacado de la imaginación de un escritor de ficciones, pero fue tan real como la misma ciudad fantástica donde sucedieron los acontecimientos: es la historia de Miguel, hijo único de una familia de bajos recursos. Familia trabajadora que se empeñaba por ofrecerle lo mejor para que fuera un ciudadano ejemplar y no pasara las afugias de la pobreza. A pesar de todo, pasaban momentos muy difíciles pero siempre salían triunfantes ante las adversidades que una ciudad llena de ostentación y renombre ponía en sus caminos.

El barrio donde vivía la familia de Miguel, entre otras familias olvidadas, empotrado en la periferia de la gran ciudad emergía fantasmalmente. Una ciénaga maloliente servía de panorámica para una afrentosa postal, señalando el abandono y la exclusión de estas olvidadas personas. Vivían en una ciudad cosmopolita y  reconocida por ser una de las más hermosas. Una ciudad fastuosa denominada patrimonio de la humanidad por su arquitectura y su historia. No obstante, también cargaba el deshonroso estigma de excluir y discriminar.

En esta ciudad, Miguel, un niño de doce años, se preparaba aquella mañana para ir a la escuela. Su rostro moreno y curtido por el sol caribeño llevaba vestigios de una precaria alimentación. Miguel enfrentaba desafíos que dificultaban su desempeño en la escuela. A pesar de ser un niño inteligente y curioso, luchaba  constantemente con la organización y la administración de su tiempo de estudio. No poseía manera alguna de organizar sus actividades académicas y siempre vivía un poco despistado. A menudo perdía sus tareas y olvidaba las fechas de los exámenes, lo que lo frustraba y preocupaba. No obstante sus esfuerzos, sus calificaciones no reflejaban su verdadero potencial. Él estaba decidido a desertar y acompañar a su padre a recoger botellas de plástico que los turistas indolentes tiraban en la playa. Quería reciclar y ayudar al mundo, así se lo dijo alguna vez a su maestro de ciencias naturales.

Esa mañana mientras el sol apenas se levantaba en el horizonte, Miguel, en una mesa de madera que servía para muchas funciones, rodeado de apuntes de clase y cuadernos deshojados, pues carecía de libros donde estudiar las diferentes asignaturas pensaba y repensaba en cómo hacer para superar las pruebas finales  de su escuela. Gozaba, como todo niño de estas zonas, de limitaciones para obtener la información y tampoco sus padres tenían los recursos necesarios para acceder a otras fuentes de aprendizaje, no obstante vivir en pleno siglo veintiuno. Miguel intentaba estudiar para los exámenes de esa misma semana, aunque el año lectivo no terminaba con ellos. Él no quería perder el de ciencia naturales. Era una de las asignaturas que más le gustaba, pero que no alcanzaba a comprender como él quería. Esa mañana  el tiempo con pasos inexorablemente agigantados se aceleraba, y un viejo reloj marcaba los minutos que le quedaban para prepararse. No sabía por dónde comenzar ni que tema abordar.

La mente de Miguel divagaba y no se concentraba en la lectura de sus apuntes. Leía y releía, pero no entendía ni comprendía nada. Observaba el revoloteo de las mariposas, avispas y cigarras en las matas de toronjil, yerbabuena y sábila en el pequeño jardín hecho con esmero que le daba un toque agradable a su hogar. El viento le traía desde la Ciénaga de la Virgen olores putrefactos de peces muertos por la contaminación de las aguas y de la basura que los vecinos lanzaban a las canales pluviales. Un constante miasma se colaba por los resquicios de las paredes de madera y siempre al mediodía se hacía insoportable. Ya todos convivían con este problema, haciéndolo parte de su cotidianidad. Las distracciones desde el zumbido de las moscas, el canto enérgico y constante de los cucaracheros, el murmullo de las pequeñas olas, el ruido de los aviones que aterrizaban en el cercano aeropuerto le distraían y él, cual niño soñador, volaba en nubes de ensueño viajando a paisajes verdes llenos de olores fragantes.

Cuando Miguel salió de su ensimismamiento recordó que su maestra le había dicho que tenía que poner de su parte para superar ese problema de desconcentración y desorden a la hora de estudiar. María, que así se llamaba su maestra, con delicadeza se acercó cierto día y le habló  y le dijo  que tenía que saber dividir su tiempo de estudio en intervalos más cortos y establecer un plan. Pero lo intentó y no pudo salir de ese vórtice de incertidumbre y miedos por perder. La maestra le decía que era necesario buscar la ayuda de sus padres. Miguel recordó, levantando su rostro y con ojos llorosos, en un acto casi de valentía y sin temor, que sus padres apenas sabían leer y escribir sus nombres, que se rebuscaban en las canecas de basura para la comida diaria. Una constante lucha por la sobrevivencia en una ciudad llena de boato, ostentosos hoteles y sitios de lujo donde la pobreza se ocultaba tras una historia de abandono y desidia. Unas lágrimas rodaron por sus tostadas mejillas e hicieron que la maestra le acariciara la cabeza y lo llenara de aliento para que no claudicara.

Entonces, desde ese momento trazaron un horario que incluía tiempo para estudiar y pequeños descansos. La maestra también le enseñó  y lo  alentó a utilizar técnicas de organización, como resaltar conceptos clave y tomar mejores notas para ayudarlo a retener la información. Miguel agradecería la ayuda de su maestra y se comprometería a seguir el plan. Si, porque María había llegado a la escuela apenas unos cuantos días y ya había detectado con un diagnóstico no sólo el problema del niño, sino también de aquel grupo muy diverso que recibía el señalamiento de grupo problema, que no sabían leer y no respetaban reglas ni personas, que siempre flojeaban y no producían en las clases. Era joven, pero sabía a qué había llegado a esa escuela estatal signada por Dios y cumplir su misión magisterial.

Con el apoyo de su maestra, y su determinación en alcanzar sus sueños, Miguel comenzaría a estudiar de manera más efectiva. Poco a poco, las nubes de la distracción se disiparían, y se sentiría  más enfocado en sus estudios.

Al final, este humilde niño aprendería  que, con el apoyo adecuado y la voluntad de enfrentar sus desafíos, podría superar cualquier obstáculo. Esta es una historia de perseverancia y superación. Muestra de cómo la ayuda de los maestros y de la familia y un enfoque positivo y humanizante podrían marcar la diferencia en la vida de quienes enfrentan dificultades de aprendizaje. Como diría alguien :“A medida que el tiempo fluye como un río constante, todos podemos aprender a navegar sus aguas y alcanzar nuestras metas. Que la inteligencia y la pasión de los maestros y maestras pueden superar cualquier otra inteligencia que se emplee para volver más humanos a nuestros niños y niñas”.

Esta ficción señala el dilema de la formación académica en el siglo XXI, tales como: ¿Es más importante el impulsar actividades y estrategias pertinentes en el desarrollo de las Funciones Ejecutivas de los educandos como seres humanos en las aulas y hogares, o es trascendental el aprendizaje y el conocimiento  para el empleo de las herramientas tecnológica y responder a los avances de la sociedad sin tener en cuenta el estado emocional y los problemas mentales de los educandos? ¿ Cómo hacer para interrelacionar ambas necesidades formativas si se desconocen sus soportes teórico-prácticos y rudimentos  básicos? Es  necesario analizar que el conjunto de habilidades cognitivas y mentales que reciben el nombre, según los estudios neurocientíficos, de Funciones Ejecutivas, les sirven al ser humano para planificar, organizar, iniciar y completar tareas de forma eficiente. De allí que sean esenciales para controlar conductas, comportamientos, tomar decisiones responsables y resolver problemas, así como también para adaptarse al contexto social de una mejor manera. Lo cual nos demuestra que se tienen que rescatar ahora para tener una mejor salud mental y emocional de nuestras generaciones.

En nuestras  escuelas es fundamental comenzar el análisis y aplicación en la formación de los educandos de las Funciones Ejecutivas como procesos mentales del nivel superior que contribuyen y regulan los procesos cognitivos o de aprendizajes básicos. Entre estos procesos sobresalen varias habilidades interrelacionadas, tales como: la planificación, capacidad para desarrollar un enfoque sistemático para alcanzar un objetivo que incluye la identificación de pasos necesarios y la organización de recursos;  la organización, habilidad para estructurar y ordenar información o tareas de manera lógica y eficiente; la inhibición, capacidad para controlar impulsos, resistir distracciones y mantener el enfoque en una tarea específica; la memoria de trabajo, capacidad para retener y manipular temporalmente la información necesaria para realizar tareas complejas; la flexibilidad cognitiva, habilidad para adaptarse y cambiar de una tarea o estrategia a otra según sea necesario, especialmente frente a nuevas situaciones o información; el razonamiento abstracto, capacidad para entender conceptos abstractos, resolver problemas complejos y pensar de manera abstracta; y, la autoconciencia como la habilidad para ser consciente de uno mismo, evaluar el propio rendimiento y ajustar el comportamiento en consecuencia.

En síntesis, según la historia de las Neurociencias se puede decir que las Funciones Ejecutivas son fundamentales para el éxito en la vida cotidiana, la educación y el trabajo, y si en algún momento se presentan problemas en su desarrollo o su funcionamiento se puede afectar negativamente el desempeño académico, laboral, emocional  y social de las personas, especialmente los estudiantes de aquellos sectores vulnerables. Es decir, de nada sirve emplear la Inteligencia Artificial, la Robótica, el uso de tecnologías en las miles de actividades humanas, si nos estamos olvidando del epicentro de la existencia, el Ser humano.

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PERFIL
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Soy maestro por convicción y devoción, licenciado en educación con énfasis en español y francés, egresado de la Universidad del Atlántico; especialista en Metodología para la enseñanza del español y la literatura de la Universidad de Pamplona, y magister en Neuropedagogia de la Universidad del Atlántico.

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