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No queremos solucionar el conflicto armado en Colombia. Así es, no ambicionamos la paz en nuestro país. Una cosa es desearla y otra cosa es buscarla. Siempre nos quedamos en el «ojalá llegue la paz» y la anhelamos como cuando alguien desea ganarse la lotería, pero cada mañana nos olvidamos de la obligación que tenemos todos para construirla.
Cada día es una oportunidad para transformar la realidad de Colombia, pero cada día es también una frustración. Nuestra parsimonia es la peor condena y nos encontramos cómodos ya sea esperando a una coyuntura política deseable o que las elecciones den el banderazo de salida, para que un gobierno de manera decidida le apueste institucionalmente a la paz.
«La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura», decía Albert Einstein, cuando hablaba de la crisis. Con nuestro conflicto armado podríamos pensar en algo similar; nuestra realidad debería de potenciar la inventiva, la creatividad  y la imaginación para buscarle una solución real al problema.
¿Por qué no obtenemos resultados? Tal vez por egocentrismo gubernamental. Las propuestas de paz han sido iniciativas presidenciales, lo hizo Belisario Betancourt con el M-19, lo intentó Andrés Pastrana con las Farc y ahora lo quiere hacer Juan Manuel Santos.
No se puede actuar solo en esto y menos con un liderazgo concentrado únicamente en el poder ejecutivo. Los hechos han demostrado que el gobierno actuando solo no tiene la capacidad para solucionar el conflicto armado. Hace falta presión y participación de varios actores en redes locales y globales. Tratamos el problema del conflicto con reservas que impiden superar la incompetencia. Lo asumimos con demasiada cautela y desconfiamos de las posibles soluciones. Si no lo consideramos como algo fundamental, será difícil involucrar de manera profunda y responsable a todos los elementos y actores de la sociedad civil.
La torpeza que limita nuestra inventiva se asienta en la pereza social, en la exaltación al conformismo. Nos sentimos muy anchos asignándole la responsabilidad al gobierno para que solucione los problemas de Colombia cuando a veces nos queda grande solucionar los inconvenientes propios, los que están a nuestro alcance.  Somos incapaces de practicar una cultura pacífica en nuestros hogares, oficinas o calles, pero cada vez que podemos exigimos respuestas al Estado.
No hace falta fingir, pero no son curules en el Congreso, ni rebajas de penas, ni carreteras para los pueblos, ni políticas públicas socialistas o ministerios lo que pide la guerrilla. Tampoco el gobierno piensa darles gusto. Buscan conquistar el poder a través de las armas para gobernar a su manera.
Indudablemente, dichas pretensiones causan temor y propician un escenario ideal donde el engaño es usado como propaganda política. Se crean posiciones radicales con discursos y acciones violentas que nos atrasan en medio de tanto desarrollo.
Hoy en día existe un robot en Marte buscando vida y nosotros seguimos desenterrando y sepultando muertos gracias a la violencia. El discurso de la guerra, venga de donde venga, persuade a los miedosos y convence a los incautos. Ni Maquiavelo se lo creía, pero bien lo usaba.
¿Cuál mano usa el torero para matar al toro? ¿La derecha o la izquierda? ¿Acaso es la espada lo primero que mata al toro? Lo que burla a los colombianos no es la puntada en el corazón sino el capote con el que nos «torean». El capote es la propaganda que sale desde la guerrilla, el paramilitarismo o el gobierno. Una vez engañados con la mano izquierda, el trabajo queda hecho para la mano derecha. El propio impulso del animal, ciego y engañado, facilita que la espada entre por el lomo.
Lo que nos mata no es la espada, sino el engaño. Lo que impide ver la paz no es la guerra que se nos clava a diario, sino los discursos violentos que manipulan nuestro comportamiento.

@JavierUrreaC

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