Desde hace varios años se debaten temas sobre la crisis de los modelos de gobierno tradicional y el surgimiento de nuevas teorías y paradigmas. En ese orden, las principales discusiones se han centrado en lo relativo a la crisis del Estado de Bienestar, la reforma del modelo tradicional de la Administración Pública sustituyéndolo por un modelo instrumental de Nueva Gestión Pública, la crisis de los Estados-Nación en el marco de la globalización y la debatida crisis de la democracia liberal representativa.
Las percepciones ciudadanas frente a la democracia generaron uno de los debates más importantes en la región, ofreciendo interesantes y sorprendentes resultados que nos llevan a preguntarnos si ¿están los latinoamericanos inconformes con el gobierno o con la democracia?
Algunas respuestas no dejan de ser sorprendentes y emulan su razón de ser en la incapacidad de los gobiernos para resolver los principales desafíos sociales y económicos de cada país.
Cabe destacar que algunos, en lugar de cuestionar al régimen democrático en su conjunto, prefieren revisar las instituciones que conforman el sistema democrático. Desde esta línea de indagación, se trata con menos relevancia el tema de la gobernabilidad y se presta más atención a la calidad de la democracia y sus elementos para incrementarla.
En Latinoamérica, la democracia como régimen político no se cuestiona tanto como en la década del noventa, sin embargo el centro de debate, hoy en día, se concentra en los cambios institucionales y sus efectos en el sistema democrático abriendo discusiones sobre las reformas de la Administración Pública, las ventajas y desventajas del modelo presidencial frente al parlamentario, los sistemas electorales y de partidos políticos, la democracia participativa, la descentralización, la federalización de competencias, los gobiernos locales, el poder de los medios de comunicación y la nueva gestión pública, por mencionar algunos ejemplos.
No obstante, algunos hablaron de la crisis de la democracia como un problema ligado al gobierno, ocasionado por el rápido cambio social y la veloz movilización política de los nuevos grupos emergentes en el mundo, que no lograron avanzar en la misma velocidad del desarrollo de las instituciones democráticas. Estos cambios generaron ilegitimidad e ineficacia ya que los ritmos de la sociedad fueron más elevados que los de las organizaciones políticas. El hecho es que se está asistiendo a un cambio de época en lo político como en lo económico, y dentro de esa dinámica existe una preocupación por entender el cambio, mucho más que la estabilidad.
La capacidad directiva de los gobiernos se ha visto erosionada por factores endógenos como la crisis mundial económica, la liberalización y desregulación de los mercados, y por factores exógenos como la globalización, los tratados de libre comercio y una sociedad más informada e independiente.
De esta forma, entenderemos que las crisis no están ni en la sociedad, ni en la democracia, ni en el Estado, están en el gobierno y siendo más certeros, en el proceso de gobernar que en el gobernante. Las crisis en la democracia no son de valores, como lo plantean algunos. El acoso es por parte del mercado y el propósito de fondo está en conocer cómo se maneja el gasto. Las crisis se generan cuando existen más gastos que ingresos en las arcas del Estado, siendo los recursos menores que la expectativas del ciudadano.
Bautícelo como desee, quizás de tecnocrático, pero en una democracia el ciudadano debe conocer esa realidad, para elegir bien el domingo y no estar lamentándose el resto de la semana.
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