El profundo desconocimiento sobre las dimensiones de la política nos lleva a entretenernos torpemente con el sensacionalismo, sin posibilidades de ver horizonte alguno. Confucio dijo que cuando el sabio señala la luna, el necio mira al dedo. Han pasado miles de años y parece que todo sigue igual. Nos cuesta ver los proyectos a mediano y largo plazo, convirtiendo en noticia los detalles que menor importancia deben tener para el alcance de lo señalado.

Hay cuatro comportamientos que nos convierten en necios y nos impiden ver la luna: ignorancia, pesimismo, envidia e indecisión.

No tenemos idea de lo que significa la política. Creemos saberlo todo en función de nuestras percepciones, pero seguimos siendo dominados por el desconocimiento generalizado. La apreciación más común es la reduccionista, porque asocia la política únicamente a los procesos electorales con todos sus vicios e imperfecciones. Pero no siempre es así; según Josep Vallés, la política tienen tres dimensiones: estructura, proceso y resultado.

La estructura se refiere a las formas de organización política y sus aspectos institucionales. Por ejemplo, cuando nos referimos al sistema electoral, al Estado, a la democracia, al presidencialismo, a los tribunales, a los consulados o a la cancillería. 

Por su parte, el proceso de la política describe los acontecimientos, las decisiones o las conductas entre los individuos y los grupos. El proceso tiene en cuenta la cultura política (de participación o abstención) y se pregunta por las ideologías, los relatos y las doctrinas. También hace énfasis en los actores políticos como los grupos de interés, los movimientos sociales, la ciudadanía, los partidos políticos y los medios de comunicación, por mencionar algunos.

La tercera dimensión de la política es el resultado, tal vez siendo una esfera decisiva porque es el producto directo tanto de la actividad como de las decisiones de los actores políticos antes mencionados. El resultado se mide con políticas públicas en varios sectores: educación, transparencia, migración, etc. Esta dimensión también aborda las dinámicas políticas de continuidad o cambio, junto con las posibilidades de gobernar con mayorías o alianzas.

Volviendo al comportamiento de los necios, aparece el pesimismo y la envidia que van de la mano. Al necio, así maquille de buena voluntad sus discursos y palabras, le encanta quejarse y criticar. Tiene un encantamiento ególatra que le impide construir sobre objetivos colectivos. Le cuesta proponer algo más allá del lamento y la rabia. Los necios promulgan el discurso negativo y de la confrontación para instrumentalizar las emociones y apoltronarse con los titulares de la indignación.

El salto del “yo” al “nosotros” parece una misión imposible que se puede cumplir cuando logremos cambiar la fe por el esfuerzo, las velas por el trabajo y el resentimiento por la admiración. La envidia nos come vivos y nos condena al subdesarrollo. Para Robert Sheaffer, la suma de logros individuales se convierte en los logros de una sociedad, pero en la medida que criticamos el éxito, estamos rechazando el progreso de una sociedad. Nada más cierto.

Hace poco estuve hablando con un colega sobre conceptos que identifican al colombiano en el exterior, y nos detuvimos en uno que nada tenía que ver con la bandera, el fútbol, la música y la comida colombiana: hablábamos de la recursividad. Pero esa capacidad de resolución parece darse en entornos individuales, porque en lo colectivo hay una fascinación por quedarse en la protesta y el problema. Lo increíble es que para el necio cualquier forma de solución es un problema, prefiere el ciento por ciento de nada, que el cincuenta por ciento de algo.

Equivocados los que piensan que la política funciona como una ruleta rusa donde las únicas opciones son todo o nada. El choque entre los viejos modelos y los nuevos paradigmas transformaron la naturaleza del poder. La tendencia que tradicionalmente era autoritaria, ahora se fundamenta en la mediación y la conciliación. Es el ciudadano quien encomienda el poder y por ese importante motivo, su nivel de incidencia, se puede lograr dialogando de par a par, entre iguales.

 

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