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Salió barata si tenemos en cuenta que la Corte Internacional de Justicia, de acuerdo con sus últimos fallos, en este tipo de litigios ha mantenido posiciones de respuesta proporcional. En los casos donde existen intereses contradictorios, la opción salomónica se convierte en la decisión sabia pero nunca justa por razones obvias. Lo que es justicia para uno, deja de serlo para el otro. Eso no lo discutía ni Sócrates en sus diálogos.

Con el litigio fronterizo del archipiélago de San Andrés, la papaya se dio al principio y no al final. Desde la parte contraria, el fallo se veía venir a favor de un país experto en demandar ante la Corte Internacional, ya lo había hecho con Estados Unidos, Costa Rica y Honduras. Desde el principio se sabía que Nicaragua tenía todo por ganar, porque llegó con las manos vacías. Colombia, mucho que perder, y con posibilidades reales de haberle ido peor.

Tenemos lo que nos merecemos por ingenuos y mal asesorados. Ese fue el camino que se escogió en 1999 con el gobierno de Andrés Pastrana, quien nombró la comisión asesora para este diferendo y en ese mismo sendero, sin posibilidad de rectificación, lo continuó el gobierno de Álvaro Uribe Vélez en 2001 cuando aceptó el litigio. ¿Por qué nadie tenía dolor de patria en ese momento? Ahora con el gobierno de Juan Manuel Santos se lamenta una decisión inapelable y se llora de rabia sobre la leche derramada.

La euforia convierte a los colombianos en pescadores con orgullo de nación, indignados y dispuestos a defender una soberanía desconocida. El archipiélago de San Andrés durante años ha estado conformado por islas del olvido colmadas de habitantes que aun ven con insatisfacción al gobierno central por no tener posibilidades decentes de agua potable, educación básica, hospitales y empleo estable. La inequidad y la injusticia social se disimula con un aeropuerto, algunos beneficios tributarios para los dueños de comercios y zonas turísticas que pocos colombianos conocen.

Es muy típico llorar al muerto. Muchos nacionales ahora se acuerdan de San Andrés, de su riqueza, de su gente cuando a lo sumo solo sabían que era un lugar paradisiaco para ir de vacaciones o de viaje de fin de curso. Lo de la soberanía aparte de reconocerse por hechos históricos, geográficos y jurídicos, se defiende con presencia del Estado y de sus políticas públicas respondiendo a las necesidades de la población que representa. Todos critican lo que quedó del archipiélago y afligidos se sorprenden por un fallo de una Corte Internacional cuando ni siquiera diferenciaban entre los cayos y la isla de San Andrés; mucho menos entre la soberanía en disputa.

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Políticos, juristas y comentaristas aprovechan la situación para venderse, resucitando patriotismos descafeinados, buscando protagonismos que se necesitaban hace más de una década y hablando de un «dolor de patria» que solo en el día del pronunciamiento de la Corte Internacional de Justicia sintieron. ¿Por qué no lo hicieron antes?

Si queremos estar indignados por orgullo al territorio despojado, tendremos primero que hablar del dolor de patria que se siente al regalar el medio ambiente a las multinacionales poderosas para que exploten los recursos naturales del país. Cuando en Colombia la política se asocia con corrupción, la justicia con impunidad y la cultura con violencia no existe dolor de patria; pero ese dolor reaparece cuando falsos nacionalismos disparan argumentos que solo reivindican marcas tricolores sin fondo de respuesta social.

A nadie le gusta que se le metan en la cocina. En nuestro contradictorio parecer nos molesta que nos abra la nevera un país pobre, pero nos hacemos los de la vista gorda cuando lo hace un país rico, o cuando permanentemente la misma clase dirigente y económica de siempre nos acostumbró a esas prácticas de apropiación.

Confundimos San Andrés, las Malvinas, Islas Canarias y Gibraltar. Ahora todos quieren ser raizales, defensores del derecho a la pesca y con «dolor de patria» ven con nostalgia como en la bandera de Colombia el azul se hace más pequeño. Olvidamos que el amarillo, el de la otra riqueza también se destiñe y el rojo sigue primando en cantidades cúbicas. Nuestro dolor de patria es coyuntural y mediático.

Hacemos las cosas al revés, cuando nos toca pelear por algo, lo olvidamos y somos los más diplomáticos del mundo; pero cuando debemos ser diplomáticos, queremos pelear y recuperar con cuchillo entre los dientes lo que hace rato descuidamos. Ese es nuestro dolor de patria: contradictorio pero sobre todo enfermizo, igual que nuestra diplomacia.

Twitter @JavierUrreaC

Dibujo Lucas Agudelo

Nota: La colaboración entre el dibujante y el escritor que se presenta en este blog esta intencionada para producir reflexiones y preguntas desde medios expresivos diferentes. Los temas y las problemáticas son producto de las inquietudes comunes de los autores sin que esto signifique que exista un acuerdo previo sobre el enfoque de cada cual. Los autores se encuentren directamente en este blog como una forma de compartir o confrontar opiniones.

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