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El diablo es puerco y no se apiada de los pobres congresistas que deben luchar a diario contra la tentación del poder. Hace pocos días una fórmula insípida dentro de la Reforma de Equilibrio de Poderes, se estaba cocinando en el Congreso de la República de Colombia. El árbol del pecado estaba en la Plenaria de la Cámara de Representantes y una serpiente buscaba darle vida a una puerta giratoria para que los congresistas pudieran renunciar y ser nombrados ministros o embajadores.

La serpiente tenía una lengua larga y confundía su con apellido cristiano. Tentaba a los congresistas más obedientes con el argumento del derecho a la vida, al trabajo, a la función pública. Una encantadora lengua viperina enamoraba y con nostalgia recordaba como la muerte se llevó por delante a una gran cantidad de parlamentarios que pudieron haber sido los mejores ministros de Colombia. ¿Se imaginan al apacible Jorge Robledo como Ministro de Agricultura? O ¿Al conciliador Álvaro Uribe como Embajador en Venezuela?

Todo era posible y mágico hasta que el efecto de alucinación comenzó a bajar. Un pequeño grupo de congresistas se reveló ante la tentación y comenzó a tirar argumentos como piedras, que recrearon la escena de David tumbando a Goliat. Tras una reñida votación se eliminó en dos rondas dicha proposición que buscaba unir al poder legislativo con el ejecutivo, así como cuando Dios unió a Adán con Eva.

Los argumentos más trascendentales para impedir dicha unión encontraban fuerza en la desfavorable imagen del Congreso. Aprobar una puerta giratoria de congresistas hacia las embajadas y ministerios, significaba destruir la confianza de los ciudadanos. Algunos hablaban que aprobar dicha reforma era como exorcizar el espíritu de la Constitución. Los más radicales se referían al poder de la mermelada para comprar conciencias del Congreso con dádivas diplomáticas y otros le apostaban al poder de las rodilleras para conseguir anheladas embajadas en Nueva York y Madrid o ministerios en Bogotá.

El espíritu de las leyes de Montesquieu, se esfumó. Poco se habló sobre la teoría de la separación de poderes o el agotamiento de la oposición. El debate sobre el parlamentarismo y el presidencialismo estuvo escaso de argumentos. Si bien se mencionó la conveniencia para que congresistas fueran ministros, se olvidó aclarar que en Colombia se tiene un sistema presidencialista. En sistemas parlamentarios, los parlamentarios que son ministros no desgastan al Parlamento, mientras que en sistemas presidencialistas los congresistas que son cooptados por el poder ejecutivo si debilitan al Congreso.

La mayoría no cayó en la fascinación, pero estuvieron muy cerca. Votaron 59 en contra y 45 a favor de la proposición que buscaba que los congresistas hicieran parte del poder ejecutivo.

Señor: ¡Líbralos de todo mal y no los dejes caer en la tentación!

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