¿Quién podría imaginarse que, de las entrañas de una vaca vendría un
manjar propio para los dioses reservado para las clases más populares
pues, la gente ‘play’ la mira con resquemor? El intestino delgado,
sí, una tripa, eso es el chunchullo o chunchulo. Retorcido, blancuzco,
blando o crocante, el chunchullo no puede faltar en una buena fritanga o
asado. Claro, si fueran a la Argentina y les dieran los famosos
chunchulines, lo mismo pero trenzado, estarían encantados, pero como acá
eso es un plato de segunda, a veces de quinta, dejamos de lado algo
propio de nuestra gastronomía.
El chunchullo puede resultar difícil a la hora de ser ingerido por diversos factores:
El primero de ellos es su textura algo cauchuda. Sí, éste debe
cocinarse previamente, ojalá con agualeche para que «suelte», como dicen
nuestras expertas en gastronomía criolla, y ahí si se pone en el asador
o se fríe.
Dependiendo de la técnica de cocción tendremos un
resultado cuyo sabor y forma de ingerir será totalmente opuesto. En lo
personal, creo que ambos son magníficos y hay que destacar sus
cualidades.
El chunchullo frito: crocante, delicioso, con un sabor un tanto amargo, algo similar al del chicharrón de cerdo.
El
mejor: En la vía entre Sopó y Briceño a aproximadamente 15 km de Bogotá
hay un restaurante, el primero en la vía que lleva a Alpina. En la
puerta venden postres pero, la clave es la picada cuyo ingrediente más
destacado es el chunchullo. No he encontrado en el mundo un
chunchullo más tostadito y rico que ese. Y sí, va gente «divinamente»,
gente «play», que dichosa degusta este manjar.
En este lugar
fríen el chunchullo en una olleta vieja que colocan sobre el fogón,
mientras se asan los demás ingredientes de la picada. El olor inunda el
lugar a pesar de ser abierto. Luego a su mesa llegará servido en una
bandeja hecha de fique. Comerá con las manos y saldrá repleto,
satisfecho, listo para la gula e irá a Alpina con la barriga llena y el
corazón contento.
El chunchullo asado: el sabor de este
plato es incomparable pero tiene un inconveniente: su textura cauchuda
hace muy difícil su masticada. Igual, vale la pena el dolor de muela.
El mejor:
en la ciudad de Bogotá, en la Calle 80 con Avenida Boyacá, existía un
puesto de asados callejero atendido por un personaje trabajador a morir
conocido como «El Pincho». Era el restaurante nocturno predilecto de
taxistas y mariachis del norte de la ciudad. En un pequeño asador de
lata con carbón y un secador de pelo como herramienta esencial de
encendido, cuando se pedía un chunchullo «El Pincho» sacaba de un
refrigerador destartalado (cuando no estaba en el local, de un nevecón
de Poliestireno o, como se conoce en Colombia, Icopor) una bolsita con
el cunchullo pre-cocido y lo ponía en la parrilla. Lo rociaba con un
poco de aceita con una mata de cebolla larga y lo servía en un plato
alargado acompañado con arroz con fideos, papa salada, guacamole y
gaseosa. La última vez que fui, hace algunos poco más de un año, el
precio del plato era 4.000 pesos. Lo busqué hace poco pero no estaba
ahí. No supe más de él.
Concluyo destacando que, es probable
que un exceso de chunchullo puede ser dañino porque tengo entendido su
digestión es casi imposible, pero su sabor, su calidad y, sobre todo, el
menosprecio que ha sufrido por parte de las élites hace que hoy decida
rendirle tributo a este plato y recomendarlo. A diferencia de la
«Fritanga» que cogieron en plena rumba con «famosos» cerca a Cartagena,
esta «chunchurria» de la que les hablo es digna de ser admirada por
todos. Chau.