El fútbol tiene la capacidad de revivir, por momentos, a esos que nos dejaron y ponerlos a nuestro lado por un periodo tan fugaz como eterno. Para ti, tío Hernando, esto lo escribo para ti. Sí, tu Santa Fe quedó campeón.

Era el 19 de mayo de 1999 en Santiago de Cali. El equipo de fútbol por el que sufro y deliro, el Deportivo Cali, jugaría la semifinal de la Copa Libertadores. Mayer Candelo, Víctor Bonilla, Mario Yepes, Rafael Dudamel, Martín Zapata, ‘Carepa’ Gaviria, Arley Betancourt, eran los nombres rondaban mi cabeza. Tenía 12 años. Ese día el colegio no importó, de hecho, los profesores sólo hablaban del partido.

Mi papá, con quien nunca había ido a fútbol (siempre iba con amigos pues a él no le gusta este deporte) puso toda su voluntad y decidió acompañarnos a mi hermano y a mí a ver la semifinal de Copa. Era un día perfecto. O eso parecía.

En la tarde con las camisetas verdes listas, una llamada. Una miserable llamada desde Bogotá. Una lamentable llamada. Hernando, mi tío Hernando, el de la sonrisa eterna, el de las «sopitas» caseras, había dejado de sonreír para siempre. Mi padre no fue al estadio, corrió a tomar el primer avión que encontró junto con mi madre rumbo a Bogotá. Los goles de mi equipo parecían puñales de amargura. Esa noche, un 4-0 a favor se sintió como un 8-0 en contra. Hernando, mi tío Hernando, se había ido.

Ese corazón, tan grande, supongo que por su tamaño no aguantó. No pude compartir mucho con él, pero no fue lo largo de lo compartido sino la calidad lo que marcó el sentimiento. Además, me dejó dos regalos: sus hijos, que fueron como hermanos en momentos donde necesitaba hermanos.

El domingo 15 de julio de 2012 Hernando se acostó en mi cama y, por un momento sonrió. No lo vi. Pero ahí estuvo. Él era hincha furibundo de Santa Fe. Se lo trasmitió a mis primos. Nunca entendí cómo podían amar algo que no les había dado una sola alegría. El domingo todo cambió. No quise ir al estadio, no jugaba mi equipo. Pero el crujido de las tribunas saliendo a través del televisor revivió, por un momento corto, efímero pero interminable a ese ‘cardenal’ caído.

Tío, hace trece años dejaste el mundo terrenal. Pero hoy, cuando no esperaba nada de un partido de fútbol entre dos equipos que no despiertan en mí la menor emoción, te postraste a mi lado. Levantaron la copa los jugadores de tu equipo, lo viste, llenaste el recuerdo de ti, y partiste. Pasaron trece años y hoy, por el fútbol, nos volvimos a encontrar. Te extrañaremos nuevamente.