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Por estos días el mundo está estremecido por lo que ocurría en la casa de Ariel Castro, un boricua de 52 años, conductor de bus escolar y amable vecino, quien mantenía secuestradas hace más de diez años a 3 jóvenes (y la hija en cautiverio de una de ellas producto de sus violaciones), que habían sido desaparecidas en 2002, 2003 y 2004. Michelle, Amanda y Gina (hija de una pareja de amigos).
 
Amanda logró escapar y encontró en Charles Ramsey, un hombre de tez negra y cabello alborotado a su salvador. Charles, conmocionado pero con gran sentido del humor dijo a la prensa que nunca imaginó que ese hombre con quien comía costillas en asados en su casa fuese capaz de hacer lo que hizo. Sin embargo, cuando Amanda corrió a sus brazos en busca de ayuda si sintió que algo estaba mal: «Si una chica blanca corre a los brazos de un negro es o porque es indigente o porque tiene problemas», manifestó el hombre.

Aunque muy diferente en su concepción, el cinismo demostrado por el victimario y la forma en la que era visto por la sociedad nos puede llevar a recordar una historia peor. Una historia con muerte, tortura y mucho sadismo. El caso de un respetado e importante hombre de negocios que ponía su mejor cara, se vestía de payaso en las reuniones de su empresa y parecía ser un tipo ejemplar. Sin embargo, en su sótano se escondía uno de los secretos más perversos: era un centro de tortura.

John Wayne Gacy nació en Chicago, en una familia de ascendencia polaca. Su padre era estricto, cuentan. Se emborrachaba, y les pegaba tanto a John como a sus hermanas. Gacy estaba confundido con su condición sexual y su adolescencia fue difícil, en parte por su lucha interna. Al pasar los 20, después de algunos fracasos, se decidió a buscar aceptación y por medio de trabajos voluntarios y el contacto con políticos, encontró ese reconocimiento que tanto anhelaba.

Conoció a una joven, Marlene, con quien se casaría y tendría un hijo, Michael. Mientras Marlene, daba a luz, él se escapó con un compañero del trabajo y tuvo relaciones. El hombre tenía ya una doble vida. Sin embargo, la fachada y esa sonrisa fotogénica permitía que dijeran que era un «buen padre».

Se mudó con su nueva familia a un pueblo tranquilo en Iowa, donde empezó a trabajar con su suegro. Ahí su carrera como jefe de unos restaurantes de cadena lo catapultó y llegó a trabajar con una organización cívica, La Cámara de Comercio Junior de los Estados Unidos, más conocida como Jaycee, donde ocupó la vicepresidencia y los más altos cargos.

Pero mientras mantenía su fachada, su voraz apetito sexual lo llevó a caer en los más perversos deseos. El hijo de un miembro de la organización en la que trabajaba, un joven de 15 años, fue su víctima. Una tarde, con el pretexto de «ver películas» lo llevó a su casa. Le suministró licor y, una vez desinhibido, le obligó a practicarle sexo oral. Por medio de amenazas y tras darle un dinero, el joven se fue. Sin embargo, tiempo después el adolescente lo delató y a Gacy lo metieron preso con una pena de 10 años. En 1970, tras cumplir 16 meses de su condena, lo liberaron por buen comportamiento. En la cárcel era el chef y con su habitual carisma logró, inclusive, cautivar a los periodistas de un canal de televisión local que lo mostraron como un hombre ejemplar en un especial navideño. Tras salir de prisión regresó a Chicago y empezó a construir una nueva vida. Su macabra doble vida.

En su ciudad natal, con algunos ahorros fundó una empresa de construcción con la cual tuvo relativo éxito y consiguió una nueva novia. A ella le confesó su condición de bisexual y se hizo padre adoptivo de las dos hijas de su compañera. En medio de esta nueva y falsa vida, comenzó su racha asesina. Un joven de 16 años a quien violó, fue su primera víctima. Cuentan que una vez lo accedió carnalmente, le propinó una puñalada en el tórax. Este momento fue clave pues sintió el máximo poder sobre su víctima: ahora podía controlar sus vidas.

Mientras mantenía una fachada como empresario, hombre de familia y colaborador en hospitales de niños disfrazado de payaso (Pogo lo llamaba), otra faceta oscura florecía: era un despiadado violador y asesino en serie de hombres jóvenes. Una vez divorciado, la casa donde vivía quedó sola y ya sin nadie que se interpusiera, esta se convirtió en el centro de sus operaciones macabras para satisfacer su sed de lujuria, sangre y crueldad.

Era tal la imagen que Gacy había logrado vender, que logró estar en un evento al lado de la esposa del entonces presidente Carter. Pero su instinto asesino y su compulsión eran tan fuertes, además del sentido de inmortalidad que se apropia de los psicópatas, que un descuido en el abordaje de su víctima 33 llevó a los policías a sospechar de él.

Gacy se encontraba con el muchacho la última vez que fue visto con vida. Por esto, las declaraciones de testigos llevaron a que la policía consiguiera una orden de allanamiento. En su casa no encontraron cuerpos ni nada que lo implicara directamente en la desaparición del joven, pero al ver artículos de otros desaparecidos, al igual que un recibo del joven, libros sobre homosexualidad y pederastia, entre otras cosas, las autoridades sabían que algo andaba mal ahí.

Las evidencias cada vez más implicaban a Gacy. Los investigadores fueron atando cabos y consiguieron una segunda orden de allanamiento. Cuando se vio acorralado, corrió a su abogado y le hizo una larga confesión. Sin embargo, cuando los investigadores llegaron a buscar más evidencias, después de drenar una leve inundación, un brazo en descomposición delató al asesino en serie John Wayne Gacy.

Este monstruo fue condenado a muerte y le aplicaron la inyección letal un 10 de mayo de 1994, hace exactamente diecinueve años. Hoy nos damos cuenta que no conocemos totalmente a nuestros vecinos o a muchas personas que aparentemente son respetables y que con una sonrisa falsa nos pueden engañar. Toca estar alerta.

PD: Los datos los saqué de apuntes de una clase universitaria que tuve hace años con Miguel Mendoza, del documental de Biography Channel y algunos datos encontrados en la poco célebre Wikipedia.

@riverasoyyo