Los felices “quienes” ahí vivían,
y el Grinch con ellos reñía.
No se reía, siempre enojado,
le gustaba estar amargado.
La Navidad, sin explicación
odiaba de corazón.
Dr. Seuss
Los Grinch (o Gremlins diría el pintoresco y caricaturesco presidente Maduro en Venezuela) pululan por estas fechas. Intentando eclipsar esa alegría y ese espíritu que la Navidad despierta en muchas personas, parecen desconocer su naturaleza: sí, al igual que el Grinch, un día ellos también amaron (o añoraron) la navidad.
El espíritu de la Navidad, inspirado en una tradición religiosa, ha trascendido fronteras e incluso ha incorporado personajes: el viejo panzón que nos venden los americanos, por ejemplo, está lejos de la verdadera historia de Nicolás de Bari. Sin embargo, aunque una marca de gaseosas inmortalizó su mirada bonachona y su enorme sonrisa con fines comerciales, y además le metió osos polares y hasta elfos al cuento, esa imagen nos hace despertar un sentido de generosidad, de compasión, de benevolencia, que así provenga de una ficción, vale la pena sentir.
Y digo que amo la Navidad porque en estas fechas, así sea solo por unos días, personas que en su cotidianidad son unos verdaderos malnacidos con uno, llegan con una sonrisa, incluso con regalos (así sea un buñuelo o una natilla); amo la Navidad porque se encuentra un pretexto para ver familiares o amigos con quienes uno se distanció todo el año; amo la Navidad porque el shopping genera un poquito menos de cargo de consciencia (así en enero las tarjetas huelan a caucho quemado); amo la Navidad porque nadie te juzga por comer como un cerdito; amo la Navidad porque, así sea por presión social, la gente se perdona; amo la Navidad porque las novenas bailables son lo máximo y los cañonazos de fin de año, ese chucu chucu tan criollo, tan nuestro, pone a vibrar las caderas hasta del más tronco; amo la Navidad, sobre todo, porque se nos permite ser niños nuevamente y soñar.
Por eso, y tal como le pasó al Grinch, todos los que amamos la Navidad, al igual que los “quién” del cuento de Dr. Seuss (¡Cómo el Grinch se robó la navidad!), debemos comprender que algo les pasó a nuestros Grinch contemporáneos y que odian la navidad por algún motivo. Pelearles y discutirles, obligarlos a que se metan en la honda festiva, no es el camino: con actos como los que decimos festejar en esta época seguro los vamos a acercar a eso que buscamos: a que al menos a que nos regalen una sonrisa.
Porque la Navidad, más allá de los juguetes, regalos, comida y festejos, nos invita a vivir. Si las personas, así fuera por “aparentar”, se comportarán con amabilidad todo el año, el mundo sería un mejor lugar. Si se valorara la labor de los padres como la que realizaron María y José según recoge el relato católico o cristiano, menos niños llegarían al mundo a sufrir por falta de amor. Si festejáramos con tanta efusividad en otras fechas, la pasaríamos mucho mejor.
Feliz navidad a todos, especialmente a quienes se amargan en estas épocas, para ustedes también está destinada la oportunidad de cambio que ofrece esta temporada, tal como le pasó a nuestro amigo el Grinch…
El Grinch así lo entendió
y ser bueno por fin decidió;
regresó los juguetes con prisa
y en mil caras brotó una sonrisa.
Lo mejor es que con esa lección
al Grinch se le curó el corazón
y se puso a reír y a bailar
y aprendió desde entonces a amar.