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Cali es Cali, totalmente de acuerdo. Esa ciudad tiene una magia especial por la calidez de su gente, por el viento de las cuatro de la tarde, por ese vibrar que se siente en sus calles, más allá de todo lo problemático y social que pudiera tener, lo que más tiene es salsa. Salsa de la buena, y los que tuvimos la oportunidad de   estar en medio de ese sabor caleño a principios de los noventa llevaremos siempre el recuerdo de que fue una época  desenfrenada, llena de lujos, de almacenes nuevos, de ropa de marca, de carros estruendosos, de joyas y cadenas gigantescas, de rumba, de casas exageradas y  rayando en lo que hoy llamaríamos mañé! … todo se podía hacer en Cali. Todo se podía conseguir, encargarse, comprarse, traerse y se vivía en una especie de alegría ficticia, sin miedo y con ganas.
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«Éramos muy jóvenes» dirán algunos, pero la verdad es que todo se prestaba para vivir a la carrera, como si se supiera que todo  iba a terminar  de un momento a otro y que luego de la opulencia y el brillo descarado de la riqueza rápida iba a llegar una triste temporada de dificultades. Pero  concentrémonos en el color del momento feliz, en las fiestas en Juanchito y los piques en la quinta, cuando todo se sentía bien porque había mucho dinero para gastar y había muchas cosas para ofrecer. Y sí, todos sabíamos de donde venía todo ese dinero, pero la moral era algo que no nos estorbaba en esa época (a algunos todavía no les estorba), simplemente  estábamos  bien. Recuerdo mucho que no había lunes o martes, había noche y día. Todo se hacía en la noche, ese era el reino de la fiesta, la noche. ¿Miércoles o jueves? No había diferencia, solo existía el día para prepararse para todo lo que se haría después que el sol cayera. Parecíamos vampiros, éramos vampiros; éramos unos amores peligrosos, noctámbulos, incansables.
Pero por más que lo cuente uno, no alcanza a transmitir lo que se sentía, hasta que a Antonio Dorado se le ocurrió dirigir Amores Peligrosos, protagonizada por Juanita Arias, Marlon Moreno, Kathy Sáenz, Jean Paul Leroux y Felipe Cortés. Verla es soñar despierto con ese sueño caliente caleño, con ese sabor  y color salsero, con el  drama que nunca veíamos porque el humo de la fantasía no  nos dejaba. Pero acá está este señor que se basó en una idea del escritor Umberto (sin h) Valverde, este señor Dorado que nos lleva por ese Valle del Cauca que estaba lleno de ilusiones, de amores y de peligros. Cali es Cali… lo demás es drama.
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