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Recientemente, Renzo manejaba su auto por una calle que presentaba una pequeña inclinación, en sentido contrario iba un automóvil de enseñanza, vio al conductor muy concentrado mirando al frente y aferrado con ambas manos al timón.   Inmediatamente recordó cuando viajaba como copiloto en el carro de un compañero, quien por cierto era medio “fastidiosito” porque al encontrarse con un auto de enseñanza se acercaba en su “Auto fantástico” y les pitaba.

—¡Uy!  ¿Hermano, qué pasa?  ¿Por qué le pitas?  No ves que está aprendiendo y debe estar súper angustiado —le decía Renzo.

—Pues por eso, me encanta verlos sufrir ¿Sí le viste la cara?  ¡Qué malo soy! —decía muerto de risa y con cara maliciosa.

Imagen 1. Conductor al volante, tomada Pixabay

Imagen 1. Conductor al volante, tomada Pixabay

Comprar un auto

También, se le vino a la memoria cómo aprendió a conducir.  Siempre tuvo en mente que lo primero que conseguiría era una vivienda, en ese momento para algunos de sus compañeros su mayor anhelo era adquirir un auto.  No sabemos si ese pensamiento era por estabilidad, por seguridad, por confianza o por el temor a la conducción.

Y así lo hizo, empezó a ahorrar, a su trabajo fue en bus de la empresa, otras veces en transporte público.  Se enamoró, se casó y con su esposa compraron un apartamento.  Posteriormente, con el paso del tiempo, decidieron adquirir un auto, ninguno de los dos sabía conducir, tendrían que sacar la licencia.  —¡Qué angustia aprender a manejar!   Tener que coordinar tantas cosas al tiempo, qué vaina —pensaba Renzo.

Habría que dominar los miedos y vencer también la vanidad.

—Uno a esta edad, y en estas.  Todo el mundo me estará mirando.  Uy, qué oso tan grande, ¡Qué vergüenza! —se decía.

Clases de conducción

Su automóvil era nuevo y mecánico, su esposa tomó primero el curso de conducción, se arriesgó y tan pronto recibió la licencia empezó a manejar.   Renzo también tomó las clases un poco después. Para su fortuna, la instructora era una joven muy relajada, tranquila, muy chic.  Hablaba de las normas de tránsito, de lo correcto y de lo indebido, además, contaba de manera desparpajada sus anécdotas personales haciéndolo reír, así se distendía un poco.  Ella a veces llevaba consigo un pequeño perrito, blanco, peludito, al mejor estilo de Paris Hilton con su mascota “Prince”.

—Digamos que vas manejando, te detienes, por ejemplo, en un semáforo y no puedes de una arrancar y además el carro de atrás empieza a pitar, fresco, mira al frente y concéntrate en lo tuyo.

—Si el de atrás tiene mucho afán que te rebase, si no puede, entonces ¡que pase por encima! “El que pega por detrás, siempre paga” —decía entre risas.

Así eran las clases que recibía: descomplicadas.  Aunque siempre rondaba por su mente la sombra del “Auto fantástico”, qué tal que apareciera súbitamente de la nada tocando el claxon como camionero, ahí entraba en desasosiego.  Renzo terminó el curso, presentó los exámenes, sacó la licencia y por puro pánico la dejó guardada en la billetera.

Los cambios, los benditos cambios

Ahora le tocaría manejar sin instructor.  Para Renzo era angustiante estar detrás del volante como un bisoño.  Le temblaba todo, se le secaba la garganta, empezaba a sudar.  Su carro era de cambios mecánicos, con dirección asistida (hidráulica), bueno, eso le habían dicho.  Le daban ganas de andar siempre en “primera”, “Por la potencia” argumentaba… ¿Hum, por la potencia?… más bien seria ¡por no tener que meter el cambio!

Sí, lo más duro que le parecía era cambiar de marcha: presionar el “clutch” en el momento oportuno, meter el cambio, soltar el “clutch” y a la vez acelerar modernamente.  Muchas veces se le apagaba el carro, era angustiante volver a prenderlo, pensaba que los otros conductores lo miraban inquisidoramente.  Terminaba juagado en sudor, le dolía todo el cuerpo, especialmente los brazos y las piernas de hacer tanta fuerza.

Imagen 2.  Palanca de cambios, tomada Pixabay

Imagen 2.  Palanca de cambios, tomada Pixabay

Pensaba que manejar era un arte, debías tener pericia para coordinar todas las variables, la mirada siempre al frente, además, observar de reojo los espejos: el retrovisor, el lateral izquierdo y el derecho, atento a los “puntos ciegos”, ver por las ventanillas; al igual, saber cuándo debes poner las direccionales para girar, o para activar el limpiabrisas, casi todo al mismo tiempo.  Asimismo, tener los “oídos despiertos” para escuchar e identificar cualquier tipo de sonido y determinar de dónde provienen. Y qué decir cuando cae la lluvia, todos los sentidos se ponen más alertas, una vez le pasó que llovía torrencialmente y pasaba el aire acondicionado constantemente de frío a caliente y viceversa, entonces, se le empañaba el parabrisas, ahí el trapito o dulce abrigo fue fundamental.

Calcular los espacios para parquear era una odisea para el inexperto de Renzo.  Pasar un resalto era una tragedia, o lo tomaba muy rápido o lo tomaba muy lento, se le devolvía o se le apagaba.  Y qué decir para adelantar otro vehículo, todo un drama, los únicos que lograba rebasar eran los que estaban estacionados.  De verdad, manejar no era tan fácil como lo veía en las pelis de James Bond y para acabar de completar “Ojo con los rayones que el carro es nuevo”, era lo primero que pensaba.

A sacar el auto

Así que…fue el copiloto de su esposa por mucho tiempo.  Pasaban los meses, mientras tanto él postergaba y postergaba, y su pase seguía de adorno en la billetera.  Algunas veces tomaba el carro, manejaba, pero se llenaba de temor y a duras penas lograba llegar hasta su destino.

Una tarde, fueron en su automóvil a una reunión en las afueras de la ciudad, llegó la noche y su esposa se puso indispuesta, entonces una amiga se ofreció gentilmente a llevarlos en su auto, mientras su novio los seguiría en otro carro.  Así lo hicieron.

En el trayecto ella preguntó:

—Renzo, tú ya hiciste el curso de conducción ¿verdad? —Renzo se quedó pensativo.

—Sí, hasta tiene la licencia —contestó su esposa.

—Él es un buen conductor, solo que no se tiene confianza —dijo.

—Renzo, tú me conoces, yo soy muy tranquila, con mucho gusto nos vamos a practicar, yo te acompaño —dijo Roxi, su amiga.

—¿En serio? —preguntó con cara de asombro.

—Sí, claro que sí.  Salgo del trabajo y paso por tu casa —dijo Roxi alegremente.

Entre tanto, él tragaba saliva —De esta no me salvo —pensó.

—Roxi, pero tu trabajo, tus compromisos… —le dijo tratando de persuadirla.

—No te preocupes, yo me organizo, no tengo ningún problema, es con mucho gusto.  Es más, empezamos las prácticas este lunes.

No tenía escapatoria: o practicaba o practicaba.

Así fue, Roxi llegó el lunes y salieron por toda la avenida “Jesusita Vallejo”, una vía plana prácticamente, con algunos leves repechos.  Así transcurrieron varias noches, ella siempre lo llamaba antes de ir para constatar que estaba esperándola. Una noche llamó, él estaba como estresado con la manejada y le dijo:

—¡Hola Roxi! ¿Qué más? Sabes, tengo mucho trabajo y lo traje a casa. Lamentablemente hoy no podré practicar.

A la media hora, Roxi se apareció en la urbanización como si nada, no le creyó la disculpa, ella no dijo ni le reprochó cosa alguna, simplemente lo invito a practicar; él no fue capaz de decirle que era un “gallina”, que se moría del susto.  Un par de noches más practicaron juntos, aprovechando la gentileza y paciencia de Roxi.

Última práctica

La última práctica fue arrancar el auto en una pendiente.  Salieron desde su casa, Roxi le dio indicaciones y tomaron nuevamente por la avenida “Jesusita Vallejo”, llegaron a una glorieta, salieron por una de las vías, giraron en una esquina y llegaron a una calle que empezaba con una leve inclinación, siguieron por ella, se detuvieron y volvieron a arrancar sin problemas, luego, pasaron un “policía acostado”, tomaron una curva y de repente apareció otra curva serpenteante inmensa, con mucha pendiente, al voltear seguía otra más elevada, interminable, parecía que llegarían al cielo.  En la subida, frenaron y arrancaron varias veces, clutch y primera ¡Qué sufrimiento!  —“¡La madre!  Esto es muy duro, me va a dar un calambre” —Gritó para sus adentros.  Al coronar la cumbre, suspiró profundamente ¡por fin!

Luego giraron… ¿Y ahora?  —“A devolvernos” —dijo sonriente Roxi.  A bajar por donde subieron.  Claro, él sudaba, temblaba, le dieron ganas de cerrar los ojos, pero ni modo.  Metió el cambio, aceleró lentamente y dejó el pie sobre el pedal del freno —“En segunda es mejor”— escuchó decir a Roxi —“¡Uy juepucha!  En la que me metí”—pensó, miró a su amiga y empezó a bajar.  Descendieron, él no supo cómo, pero bajaron y llegaron a una explanada, entonces soltó una bocanada de aire, rezó y se relajó un poco.

—Mira, por allí queda el apartamento de Fede, demos una vuelta y te muestro —le señaló Roxi.

Ya con un poco de más confianza, siguió sus indicaciones, pasaron por el conjunto donde estaba el apartamento en mención, transitaron por otras calles, de repente estaban otra vez al frente de la bendita falda, la miró y se detuvo.

—Dale Renzo, tú puedes —dijo Roxi sonriendo pícaramente.

—No ¿Otra vez?… “Please” no, no me merezco este suplicio —alcanzó a balbucear haciendo pucheros, estaba consternado.

Ella volvió a sonreír, lo animó, lo invitó con un gesto a continuar, él sudaba, ya estaba entregado a la pena, simplemente obedeció y volvieron a subir la cuesta.

Imagen 3. Ciudad nocturna, tomada Pixabay.

Imagen 3. Ciudad nocturna, tomada Pixabay.

Regreso a casa

Ya se imaginarán la tragedia que fue volver a subir y bajar por esas vías. Tomaron nuevamente la avenida para el regreso y él no articulaba palabra.  Los ojos le brillaban, quizás de alegría por haberlo conseguido, o porque sentía que le brotarían un par lagrimas por el sufrimiento padecido. Solo atinaba a contestar parcamente con un “Si” o un “No”, encendieron la radio y lograron llegar hasta su conjunto residencial, Roxi le dio instrucciones para parquear y luego se despidieron.

Entró a su casa y se desparramó en un sofá de la sala, estaba abatido.  Su esposa lo escuchó entrar y lo saludo desde lejos, al verlo le dijo:

— ¿Qué pasó?  Estás como demacrado y sudando, ¿estás temblando?

—Uf, creo que sí, estoy exhausto, Roxi me sacó la leche.  ¡Qué cosa tan brava la manejada de hoy! —le contestó.

—Ay, me duele todo —se lamentó.

—¡Qué quejumbroso!

—Tómate este acetaminofén —le dijo ella acercándole una pastilla y agua.

Derruido la miró, alzó la mano lentamente y tomó la pastilla.

—Ay, en serio me duele todo —repitió.

Ella muy seria le dijo con voz grave:

—“¿Sufre usted de lumbagos, calambres o dolencias similares?”

—“Sí señor…” —contestó él lastimeramente.

—“¿Padece de torticolis, torceduras, desgarros?”

—“Sí señor…”

—¿Le duele el cuellito y la espaldita?

—“Sí señor…”

—“Doloran se frota y ¡qué rápido alivio! —dijo ella sonriendo

—“¡El dolor le tiene miedo a Doloran!” —contestó él efusivamente.

—¡Qué tan bobo! … el dolor le tiene miedo a Doloran Ja, ja, ja… el que tiene miedo es otro ¡pero a la manejada! —contestó ella entre risas.

Él soltó una estruendosa carcajada, ella reía alegremente, Renzo se relajó y los dolores del cuerpo fueron desapareciendo mientras contaba todas las peripecias que pasó con Roxi (psst, psst, pero no sabía lo que le esperaba de ahora en adelante, lo que le faltaba por sudar, simplemente era un bisoño al volante).

FIN

Link vídeo “Doloran” https://www.youtube.com/watch?v=0QX1_sgjyys

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Los fantásticos guayos de Jair

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Me gusta disfrutar en familia y con amigos. Me fascina escribir relatos y anécdotas de la vida cotidiana. Soy Ingeniero de Sistemas, crecí en Medellín, viví en Bogotá, Guayaquil y Cali. Gracias por sus lecturas y comentarios.

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