Pasado el mediodía Atilio y Jesús terminaron de estudiar para un examen de Química que tendrían esa semana, estaban en una de las mesitas cerca de la Biblioteca Central, pertenecían a programas diferentes de Ingeniería. Atilio se paró y dijo:
—Ve Chucho, estuvo chévere la estudiadita. Nos vemos mañana, ¿a la misma hora?
—Sí, claro. A la misma hora, dale.
—Listo, así quedamos, mañana ‘a la misma hora y por el mismo canal’ —dijo sonriendo.
Se armó la trifulca
Atilio recogió sus cosas y se marchó. Chucho se quedó en la mesa revisando temas de otras materias. De repente, empezó a escuchar el rumor de la gente, muchos caminaban de prisa, había agitación. Entonces alguien dijo en voz alta:
—Muchachos salgamos, hay orden de desalojar la U, hay tropel en la entrada de Barranquilla.
Se asustó un poco y empezó a empacar sus cosas en el morral, observó que el número de estudiantes desplazándose aumentaba. Realmente no sabía qué hacer, como primíparo era la primera vez que escuchaba una orden de esas, siguió a un grupo de personas que vio pasar. Súbitamente, se encontró cara a cara con Darío, el hermano de un amigo de Ingeniería, quien cursaba tercer o cuarto semestre de Derecho. Él ya debía tener experiencia en estos «fragores» estudiantiles.
—¡Me encontré con el que es! ¡Buena esa! — se dijo, y esto lo tranquilizó.
—Pelao, venga salgamos por la puerta de Ingeniería porque por la de Barranquilla debe estar el antimotines, y a la peatonal también pueden llegar otros policías —le advirtió. Así que tomaron rumbo hacia allí.
Buscando la ruta del bus
Darío siempre hablaba bajito, susurrando; como en secreto, le dijo:
—Hermano pilas, tenemos que alejarnos rápidamente, los carnés hay que esconderlos, camuflarlos bien ¿entendido?
—Si nos cogen los «tombos» nos empapelan. Escondé el carné —le enfatizó.
—Hijuemadre, ¡qué susto! — se dijo Chucho —Uy, yo creo que a este man le tocó todo el rollo del carro con la monjita.
Caminaban sigilosamente, buscando los buses que los llevaran a sus respectivos barrios pues todos habían sido desviados de la U, y precisamente existía una ruta que les servía a ambos. Chucho rogaba por encontrarla para irse acompañado un buen trayecto. A medida que caminaban, Darío le iba contando desafortunados sucesos ocurridos a estudiantes que fueron detenidos por la fuerza pública.
El encuentro
Avanzaron varias cuadras sin ningún problema, llegaron a la facultad de Medicina, que quedaba fuera de la ciudad universitaria, siguieron por la iglesia de Jesús Nazareno, tomaron a la izquierda por la calle hacia el oriente, buscando la carrera Bolívar (en ese momento no existía el Metro), llegaron a la Editorial Bedout, iban con dirección al centro, giraron en una esquina y de la nada ¡ahí estaba! Sí, ahí estaba, ¿el bus? No señor…en todo el frente estaba una «jaulita» llena de policías, y estos prestos a descender, se hallaban a unos cincuenta metros de ellos y los miraban fijamente.
—Trágame tierra —pensó Chucho.
Darío dijo con voz queda:
—Hacete el loco, disimulá, hacé de cuenta que no eres estudiante, disimulá. Escondiste el carné ¿verdad?
—La madre ¿el carné? ¡El carné! —dijo desconcertado. No recordaba dónde había metido el bendito carné, estaba que se derretía, entró en pánico, sudaba frío, se le nublaba la visión.
—Ay, juemadre, yo no maté a Gardel, fue un accidente, un accidente aéreo, yo no fui, yo no fui ¿Por qué me pasa esto a mí? — se dijo angustiado, el corazón lo tenía acelerado…se le quería salir del pecho.
—Chucho, Chucho, qué pasa hermano ¿Qué pasa? Respirá, pareces una hoja de papel de lo pálido que estás, movete —dijo Darío.
Le puso su mano en el hombro y suave pero firmemente lo empujó, empezó a caminar. ¿A caminar? Qué miedo, le temblaban las piernas, parecía con beriberi, iban directamente hacia los policías, no había forma de retroceder ni de evadirlos. Trataban de disimular, entonces Chucho se encomendó a todos los santos, se volvió católico, apostólico y romano — “Ánimas benditas del purgatorio…”—se arrepintió de todos sus pecados —“…por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…”—rezó a la lata.
«Nos echaron mano»
Ellos andaban por la acera, los policías se pararon en la calle, eran unos doce, pero él veía como cien. Se filaron, empezaron a moverse, estaban como a treinta metros, a quince, a cinco, iban en perfecta formación.
—Me echaron mano, me agarraron. Ay, Dios, me agarraron —se dijo abatido Chucho y entrecerró los ojos.
Los policías estaban encima, avanzaban. Chucho se quedó petrificado, pegado a la pared, aterrorizado, presentía que una mano fuerte ya lo iba a agarrar, transcurrieron unos segundos y no sentía nada, abrió un ojo, los vio pasar a su lado, ¡a su lado! ¿Cómo? Sí, pasaron por su lado y no les dijeron nada. —¡Fiuu, ufff bien! —exclamó gozoso, le volvió el alma al cuerpo, pero seguía petrificado, con la boca seca y el corazón a mil.
Al parecer, habían disimulado muy bien que no eran estudiantes de la U: Darío era un moreno alto, estaba de blue jean, de tenis, camiseta, llevaba una mochila, de afro, con una barba de tres días. Chucho llevaba tenis, jeans, tenía la camisa por fuera, mechudo, de bigote, con un morral y un buzo amarrado a él. Ah, y Darío traía debajo del brazo unos libros de Derecho de la biblioteca de la U. Sí, seguro que se parecían más a unos vendedores de biblias, o a visitadores médicos, que a estudiantes.
¿Qué pasó?
El escuadrón pasó de largo, ellos lo siguieron con la mirada. ¿Qué pasó? Se miraron los dos desconcertados, al fijarse bien vieron que los policías iban al encuentro de un grupo de estudiantes con capuchas y pancartas que protestaban y gritaban consignas; provenían de las inmediaciones de la facultad de Medicina, manifestantes que estaban como a dos cuadras, ¡justo detrás de ellos!
¡Qué descanso! Por Dios, qué descanso.
Descanso
¿Descanso? Darío dice en voz baja y medio torciendo los labios:
—Por acá hay mucho ‘tira’ camuflado, ojo, mucho ojo.
Chucho lo miró con sorpresa.
—Muchos detectives y policías de civil, del DAS —le explica.
Siguieron caminando un poco más de prisa. Como a cinco cuadras por fin se montaron en un bus; cada vez que este paraba y alguien se subía, Chucho se imaginaba que era un detective, entonces pensaba —¡Carajo! Se devolvieron por nosotros. Se atormentaba, no paraba de temblar, la voz le salía trémula, Darío lo miraba y trataba de tranquilizarlo, ya llegaba la noche. Estuvieron cerca, muy cerca, ese viaje de treinta minutos duró toda una eternidad.
Ese fue el encuentro más cercano que tuvo Chucho con el cuerpo antimotines, solo por el hecho de ser estudiante. Los cuentos terroristas y neuróticos de Darío y la inseguridad y primiparada de Chucho casi lo matan ¡pero del susto!
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