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La tarea que tenía Daniel decía: “…Elegir una ventana de su casa o lugar que prefiera, y registrar lo que se ve por allí durante varios días seguidos…”, con un poco de desgano se preparó para hacerlo, se consideraba mal observador y qué vergüenza sentiría que lo tildaran de fisgón, de “chismosito”.  Pero no había de otra, manos a la obra, fue y eligió una de las ventanas de su casa, más exactamente la que estaba junto al balcón mirando a la calle.  Tomó una libreta y un estuche con lápices, borradores, sacapuntas y bolígrafos de colores, esas serían sus herramientas para llevar el registro, además de una pequeña cámara fotográfica “por si las moscas”. El siguiente fue su reporte, mejor dicho, su bitácora.

Momento uno

Desde el ventanal miro caer la llovizna, casi al frente, en el jardín de la casa del vecino se escucha el parloteo de un lorito desde su jaula, siempre lo hace a primera hora del día despertándome, a veces me volteo, giro de un lado al otro, me tapo los oídos con las almohadas, intento no escucharlo para así robarle cinco minuticos más a la cama, sin embargo, es imposible, ¡qué rabia!  Se le entiende un confuso “quiere cacao” que imagino le habrán enseñado desde hace tiempo. Lo bauticé Robertico porque me recuerda a Pacheco en Animalandia con el concurso de loros diciendo “A mí, gelhada o nada”.  En el mismo jardín, corretean detrás de la reja un par de perros gigantescos, pareciera que la lluvia nos les preocupara y menos el cotorreo del loro.  Al ver pasar al “rondero”, el vigilante que camina por allí echando un ojito, le ladran con agresividad.

 

Imagen 1. Robertico, el loro. Tomado de Schwoaze de PixabayImagen 1. Robertico, el loro. Tomado de Schwoaze de Pixabay

Momento dos

Es de noche, diagonal a la casa una farola ilumina la calle, pasan dos o tres vehículos que llevan a sus ocupantes de regreso a sus hogares; en la tarde el sol apareció tímidamente.  Vuelve a lloviznar, la noche es fresca, se escucha el croar de las ranas y los ruidos de grillos y cigarras.  Las ventanas de las casas del vecindario están en penumbras, algunas luces, unas blanquecinas y otras amarillas, iluminan sus entradas en espera de alguno de sus habitantes.

Momento tres

En la mañana, la vecina del lado sale a pasear con Carmelita, una perrita salchicha de color café, —“Querrás decir Teckel. Teckel es más cortico y distinguido” —refunfuñó alguna vez doña Maruja, otra de las vecinas.   Por cierto, esta perrita es muy escandalosa, le ladra a todo lo que ve, dicen que los perros de esta raza son así.  En la entrada de otra residencia, dos obreros retiran unos adoquines de cemento y los arruman a un costado.  Carmelita ve a los trabajadores, intenta lanzárseles y les ladra desesperada, su dueña la regaña y jala de la correa para contenerla, los obreros la miran sonriendo.  Deja de ladrarles, adelanta a su dueña, camina alzando la cola y el cuello, marcha dando rápidas pisadas, como diría mi tía “muy digna ella” parece desfilando.

Momento cuatro

La ventana está toda empapada, otra vez llovió fuertemente en la madrugada.  Ahora se escuchan los trinos de las aves, algunas pasan volando, veo unos pajaritos de color azulito saltando de rama en rama.  Observo con detenimiento el follaje, ¡oh! ¿Es en serio? Vuelvo a mirar, descubro una imagen increíble, en lo alto de un inmenso árbol se ve a una imponente ave de presa, ¿un halcón o un gavilán?  No conozco mucho de aves, me imagino que por estos lares lo que hay son gavilanes, quizás polleros. Uy, me acordé de la canción de Pastor López — “Se llevó mi polla el gavilán pollero, la pollita que más quiero…” —Escucho un ruido en la calle que llama mi atención, afanados pasan dos niños a lado y lado de su padre, agarrados de sus manos, marchan felices con sus mochilas colegiales en las espaldas.  Hoy no alcancé a escuchar a Robertico, ¡qué descanso! Algunos perros ladran, en el sector hay muchos.  No me quedé con las ganas y después averigüé lo del halcón, en Cali hay gavilanes, halcones y águilas.

Imagen 2. Un gavilán pollero o caminero. Tomado de Carolina Guzman en Pixabay.Imagen 2. Un gavilán pollero o caminero. Tomado de Carolina Guzman en Pixabay.

Momento cinco

En general el clima ha estado benévolo, más bien frío y lluvioso, casi no sale el sol, esto favorece a los obreros que entran y salen con sus carretas, unos llevando arena y cemento, y otros sacando los adoquines viejos.  El ruido de las carretas se junta con el sonido del carrito de la basura que el jardinero empuja, se saludan, hablan un par de minutos, sonríen y continúan con su faena.  A lo lejos, el jardinero, les grita:

—Muchachos, pronto saldrá el sol, pero en la tarde va a llover. Pónganle la firma. ¡Ojo con la mezcla de cemento!

—Lo tendremos en cuenta, ya tenemos plásticos para ponerle encima.  ¡Gracias panita! —responde uno de los albañiles.

El gavilán pollero o caminero vuelve a revolotear y a graznar en la copa del árbol, está contemplando el panorama, se ve altivo.

Momento seis

Miro detenidamente por la ventana, todo está tranquilo, observo un pajarito parado y aferrado a un cable, pasan dos adultos mayores haciendo la caminata diaria.  Qué raro hoy tampoco sentí a Robertico, echo un vistazo al jardín del vecino, desde aquí no logró distinguir nada dentro de la jaula, observo cuidadosamente y no hay nada…absolutamente nada. La copa del frondoso árbol se sacude y veo partir raudo al gavilán.   ¿No? ¡No puede ser!  Entro en pánico. — “Pucha, se lo mascó ese bendito gavilán, lo agarró y lo devoró” —es lo primero que se me ocurre.  Robertico parloteaba puntualmente, siempre a la misma hora, sin conocerlo personalmente me caía bien.  No hay de otra, alguien dejó la jaula abierta, Robertico se salió y… ¡zas!  El gavilán lo atrapó. Siento un vacío al pensarlo, trato de guardar compostura, me fijo nuevamente en el jardín, los perros tampoco están.  Con razón el gavilán últimamente estaba rondando por el sector y se posaba en la copa del árbol graznando, ¡le estaba haciendo inteligencia!

Aparece por la calle el jardinero, abro la ventana y con calma le indico que no veo al lorito ni a los perros de la casa que está allá.

¿Sabe usted qué les pasó?Le pregunto y trago saliva esperando la trágica confirmación, él observa la casa que le señalé, vuelve su rostro y me mira.

—Ah, la casa de don Joaquín. Hum, donde estaba Ponquecito…contesta pausadamente.

—Ay, dijo “donde estaba Ponquecito”, si ve ¡ya no está… se murió!  Qué angustiapienso rápidamente.

Es que hace como dos o tres días ellos… ellos se marcharon, se fueron a la finca de vacaciones largas, ahí dejaron la vieja jaula del lorito.

¡¿Qué?! ¡Juemadre!  ¡Uy, qué película la que me armé!  Alcancé a imaginarme al pobre Robertico espantado, desamparado por los aires tratando de escapar de las afiladas garras del gavilán, bañado en sangre, pidiendo ayuda lastimeramente… y yo afligido porque ya no volvería a escuchar su entrañable “quiere cacao” y todo gracias al “malvado” gavilán.

Relato anterior

Continuando con la búsqueda de unos exquisitos platos en Montañita

 

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Me gusta disfrutar en familia y con amigos. Me fascina escribir relatos y anécdotas de la vida cotidiana. Soy Ingeniero de Sistemas, crecí en Medellín, viví en Bogotá, Guayaquil y Cali. Gracias por sus lecturas y comentarios.

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