Cierto sábado, entre varios amigos organizamos una reunión social. La casa del encuentro estaba ubicada en la vía a la costa, en las afueras de la bella ciudad de Guayaquil, Ecuador. Este sector quedaba cerca de los esteros salados, estaba rodeado de manglares y palmeras, y en las tardes siempre se sentía la refrescante brisa del mar. La urbanización tenía, en la mitad, un lago en forma de guitarra, la mayoría de las casas estaban alrededor de este, y en el centro del lago había un islote al que se llegaba mediante un puente. Al otro extremo se encontraba una cascada artificial que ponían a funcionar generalmente en la noche, su sonido era relajante y en su base tenía lámparas que la iluminaban. Se veía simplemente espectacular. Habitualmente apagaban la cascada a eso de las 10 de la noche, excepto los fines de semana que duraba hasta la media noche, o máximo hasta las 2 de la madrugada si era solicitado para algún evento especial.
Ese fin de semana no había mucha gente en la urbanización porque era un puente festivo. La casa era de dos plantas, al ingresar se atravesaba por un amplio pasillo para llegar a la sala y al comedor, los cuales tenían un ventanal de pared a pared que comunicaba con una terraza, allí había ventiladores de techo, sillones de mimbre y un comedor auxiliar. De la terraza seguía una piscina y un gran jardín que colindaba con el lago y, justo al frente, se veía la cascada.
Puntualmente fueron llegando las personas invitadas, éramos unas 12 o 14 de diferentes nacionalidades. Gente de Ecuador, Perú y Colombia. Entre ellas había una amiga ecuatoriana, de Manabí, que había quedado como semifinalista en el reinado nacional de la belleza. Giselle era una persona muy amable, gentil y de buen humor. Uno de los presentes, Moritz, que era el “chinche” del grupo, un tipo ocurrente, bromista y ‘tomador del pelo’ la bautizó esa noche como “La Princesa”.
La reunión transcurrió de forma amena, hubo pasabocas, vino, whiskey, y una buena conversación. Se habló de las principales tradiciones de cada país y hasta de los diferentes nombres que recibía el mismo objeto o concepto en cada región, por ejemplo: aguacate – palta, resaca – chuchaqui – guayabo, en fin. Y tampoco faltó el punto anecdótico y gracioso. Finalmente llegó la hora de la cena y aprovechando los estupendos mariscos de la región, el plato fuerte fue una paella, que a propósito estaba deliciosa, acompañada de vinos blanco y tinto, según el gusto de cada comensal. Posteriormente, llegó la hora del postre y de un buen café.
La noche se fue yendo entre una conversación y otra, entre anécdotas y bromas, y acompañada de un fondo musical suave. Se notó una buena conexión entre los asistentes, como dicen “hubo clic”, llegando a puntos de informalidad y alegría, hasta momentos de sonrojarnos con los comentarios chistosos y embarazosos de Moritz.
Nos pasamos a la terraza para disfrutar de la frescura de la brisa y de la preciosa vista de la cascada. Y entrada la noche, algunos invitados empezaron a despedirse.
— Vecinita, no me diga que esta reunión se va a terminar así —le dijo Moritz a la anfitriona de la casa, como pidiendo que se alargara el tiempo.
—Tranquilo vecino, que te tengo una sorpresa. No se preocupe. ¿Sí o no Giselle?
La Princesa asintió con la cabeza y sonrió.
Entonces pusieron un televisor en la terraza, le conectaron un micrófono y la sorpresa era, nada más y nada menos, que un karaoke. Al encenderlo sonó una canción y apareció su título, la primera estrofa y un círculo que señalaba el puntaje. La Princesa sacó otro micrófono similar y los sincronizó. Hizo una prueba, buscó un título, empezó a cantar -por cierto: lo hacía súper bien- acomodó la configuración y el volumen, y ajustó la “dificultad” poniéndola en el nivel más bajo. Todo quedó listo para empezar.
—Ah, no ¿cómo nos hacen esto? Eso se llama conspiración, es un golpe bajo… —dijo Moritz entre risas.
—…Nosotros que ni rimamos con el “Mana, mana…pati pitipi ” de Plaza Sésamo —todos nos reímos.
Las damas se animaron y empezaron a buscar las canciones en un librito que traía el karaoke. Entre tanto, los hombres las mirábamos y brindábamos por ellas. Fueron cantando una a una. La Princesa las asesoraba y les daba consejos, el ambiente se puso muy divertido y los hombres nos atrevimos a participar en ciertos coros pues, naturalmente, la voz cantante la llevaba otra dama. Valga decir que los puntajes de ellas no bajaban de 90, el máximo era 100.
Repentinamente, una de las asistentes le dedicó una canción romántica a su esposo y este, ni corto ni perezoso, buscó otra y también se la dedicó. Se dispuso a cantarla —“Voltiarepas” —le gritaron —“Nos traicionaste…eh…qué falsete” — el pacto silencioso era que ningún hombre cantaría. Pero antes de iniciar con la melodía hizo una corta introducción:
—Amigos, así me sentía yo cuando veía pasar a Pamela en la U, aún no nos conocíamos. Querida, con todo mi cariño.
Estábamos expectantes. Entonces arrancó:
Las manos en el bolsillo
caminando por el pasto
con el libro bajo el brazo
andaba silbando bajo…
…Llegando llegaste,
te mire de frente
después puse un nombre
te llame ternura
llegando, llegaste…
…Y una mañana
mientras el café mezclaba
en una servilleta blanca
yo te dibujaba, yo te dibujaba
“Llegando, llegaste” de Piero
El tipo era entonado y se le notaban las ganas que le puso a su interpretación. “¡Ay, qué bonito!”, se le oyó decir a alguien; la canción de Piero empezó a hacer sus efectos, participamos del estribillo y también lo acompañamos con las palmas, la esposa lo abrazó y lo besó. Terminó impecablemente, su puntaje fue de 85 puntos y nosotros aplaudimos.
Luego, otros caballeros también se animaron, incluido Moritz, que propuso que cantaría solo la mitad de una melodía. La Princesa le dio su bendición y todos aceptamos. Comenzó, el puntaje fluctuaba, y cuando llegó al máximo le puso pausa al micrófono y se detuvo, todos lo mirábamos y algunos se reían: 55. Dijo —“Es que no he calentado bien, mi tono es al estilo de Andrea Bocelli”. Yo por solidaridad salí a cantar, también hasta la mitad y arranqué muy entonado, me concentré, solo escuchaba la música y mi voz, noté que tenía una conexión armónica, veía en el tv que caía en cada palabra perfectamente y luego, paré. La gente no podía contener la risa, Moritz se revolcaba en su silla, La Princesa no paraba de reírse, otros me miraban y soltaban la carcajada, yo estaba rojo y miraba incrédulo el puntaje: 33, y eso que la dificultad era “facilísimo”.
La Princesa tomó aire y entre risas nos dijo a Moritz y a mí:
—Tranquilos, jajaja…perdón. Les voy a buscar unas canciones que se ajusten a sus tonos — ojeó el librito, entre risitas.
Seleccionó un par de canciones, procedió a darnos indicaciones y recomendaciones. Los demás, conversaban y nos observaban de reojo. Así que me atreví a salir primero, ella eligió la canción y me guió. Al terminar, yo miraba el puntaje y no lo podía creer ¡65! me vivaron y me sentí halagado, había duplicado el puntaje anterior. Siguió Moritz, solemnemente tomó el micrófono, pidió silencio al público y arrancó. Al finalizar, entre risas y desconcierto, la gente lo aplaudía, había marcado 84 puntos ¡84! Nos miró sobre el hombro, todo sobrador, sacando pecho, entonces, se escuchó decir entre los asistentes —¡Uy, qué chepazo! —con una sonrisa dibujada en su rostro nos dijo:
—Ah, habla la cobarde envidia. ¡Al saber le llaman suerte! —nos reímos.
Imagen 3. “Moritz inspirado”, tomado de pixabay.com
Ya habíamos roto la barrera de la vergüenza y de la pena, La Princesa sugirió “Tabaco y Chanel”, de inmediato surgieron voluntarios, varios se “peleaban” por los micrófonos. Así, continuamos con un ameno encuentro, entre canciones e improvisaciones, hasta que una de nuestras amigas, muy inspirada ella, empezó a cantar:
Amanecer con él
a mi costado no es igual que estar contigo
no es que esté mal, ni hablar
pero le falta madurar, es casi un niño…
Algunos hombres abuchearon, silbaron ¿y qué pasó? Como un resorte todas las mujeres se pararon al lado de su amiga y cantaron a todo pulmón:
Blanco como el yogurt
sin ese toro que tú llevas en el pecho
fragilidad de flor
nada que ver con mi perverso favorito
Y señalaban a los hombres, los cuales no modulábamos, pero sí rabiábamos, ellas continuaron hasta terminar de cantar “Hacer el amor con otro” de Alejandra Guzmán, y de pura pica siguieron con:
No es ningún juego de niños, estar como estoy
no como, no duermo, no vivo, pensando en su amor
siempre creí que los celos, eran un cuento
y son el infierno, que arde sin control…
…Mío, ese hombre es mío
a medias pero mío, mío, mío
para siempre mío
ni te le acerques es mío
“Ese hombre es mío” Paulina Rubio
—¿Y entonces? —nos dijo Moritz.
—Se la tengo, mira esta canción, cantémosla nosotros dos ¿listo? — le indiqué muy envalentonado a Moritz, él estuvo de acuerdo.
Con mucha propiedad, tomamos el micrófono, siempre acolitados por La Princesa “A la una, a la dos y a las tres”, iniciamos con nuestra ópera prima:
Te vas amor
si así lo quieres que le voy a hacer
tu vanidad no te deja entender
que en la pobreza se sabe querer
Quiero llorar
y me destroza que pienses así
y más que ahora me quedé sin ti
me duele lo que tú vas a sufrir
Pero recuerda, nadie es perfecto y tú lo veras
tal vez mil cosas mejores tendrás
pero un cariño sincero jamás
“Tu cárcel”, Los Bukis
Nuestra presentación fue sublime. Las damas sonreían, no sé si por la letra de la canción, por nuestra inspiración, porque les “dolió”, por nuestro puntaje, o porque simplemente sabían que eran mejores cantando que nosotros. La reunión terminó al poco rato, había sido muy placentera, llena de energía y buena vibra, fue un éxito.
Ese mismo domingo en la tarde, me encontré con Moritz en la puerta de su casa, y me dijo que se había tropezado con Alberto, un vecino que vivía cerca. Se saludaron y le dijo:
—Alberto ¿Qué es esa cara? Ya me imagino cómo fue la fiestecita de anoche.
—No, no te alcanzas a imaginar, Moritz, ni te imaginas —le respondió.
—Estábamos en una reunión en el centro y cuando llegamos a nuestra residencia se escuchaba a lo lejos el sonido de una celebración, unas personas cantaban. Tú los escuchaste ¿verdad?
—No, nada. Oí algo temprano, pero nada del otro mundo. Es más, ayer dormí como una piedra, me metí en la cama y quedé de una, a las 11 ya estaba en el octavo sueño —contestó Moritz fingiendo.
—Menos mal, qué afortunado eres.
—¿Por qué? —preguntó Moritz frunciendo el ceño.
—Cómo te parece que oíamos un murmullo, nos pusimos las pijamas, nos acostamos y en ese momento se apagó la cascada, entonces, escuchamos todo el ruido de la reunión.
Moritz lo miraba afligido. Alberto continuó:
—Y preciso, cuando nos empezábamos a dormir comenzaron unos tipos con unos alaridos, totalmente desafinados, altisonantes ¡qué barbaridad!
—¡No te lo puedo creer! —expresó Moritz con sorpresa.
—Uno gritaba “Te vas amor” y el otro berreaba “si así lo quieres…”, reconocí la canción “Tu cárcel” ¿De verdad, no escuchaste nada?
—No, nada —contestó Moritz muy serio, aunque estaba a punto de soltar la carcajada.
—Uno cantó…cantó es mucho decir, más bien chilló “Quiero llorar…” y le dije a mi esposa “¡Yo también!”
—Entonces nos fuimos para uno de los cuartos de adelante y tardamos mucho en dormimos ¡Qué nochecita! —terminó diciéndole Alberto.
Mientras Moritz me comentaba esto con pelos y señales, yo me moría de la vergüenza con Alberto, pero no paraba de reírme. Los gestos, la forma picaresca como lo contaba me producían mucha gracia, me imaginaba en la madrugada al pobre Alberto corriendo por la casa en pijama… Terminamos sentados en el andén, riéndonos hasta no poder más como un par de chiquillos maldadosos.
FIN
Referencias
Enlace “Mana Mana” https://www.youtube.com/watch?v=kx_KxvAf_1Y
Enlace “Llegando, llegaste” https://www.youtube.com/watch?v=NpuiWqFKfEo
Enlace “Hacer el amor con otro” https://www.youtube.com/watch?v=_-u5GYJHSn0
Enlace “Ese hombre es mío” https://www.youtube.com/watch?v=DupNE-pcXvQ
Enlace “Tú cárcel” https://www.youtube.com/watch?v=7FL_kcn_F5s
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