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Culichupados, traicioneros, acomodados, tránsfugas, torcidos… voltiarepas. Pocos tan vilipendiados y tan importantes para una sociedad como aquellos que son capaces de abandonar esa idea a la que se han aferrado para, como pocos, reconsiderar su posición frente algo. ¿Qué sería de una sociedad sin los “voltiearepas” sino un grupo de tercos a quienes ningún argumento vale para hacerlos cambiar de posición? Nuestro país sería otro si, en vez de estar poblado de testarudos apasionados, estuviera habitado por voltiarepas, dispuestos a cambiar de equipo de fútbol ante la más mínima señal de participación de narcotraficante, o si, en vez de defender a nuestros políticos de turno, fuéramos capaces de caminar al centro, donde nos encontremos para pensar un país diferente.

Curiosamente, el acceso ilimitado a la información no ha servido para acercarnos, sino para profundizar las diferencias entre comunidades que usan las redes sociales para radicalizar más sus posiciones. Nadie quiere cambiar de opinión y los agarrones en torno a la política, la religión, el fútbol, la minería, el medio ambiente y cuanta pendejada aparece en la red, nos hace pararnos en nuestras patas traseras con tal de reafirmar cuanto juicio o prejuicio tengamos a mano. Usamos el botoncito de “compartir” como un mecanismo de recordarle a los otros que pensamos de una manera y que hay otros que tienen nuestras mismas ideas. Y el “like” que le sigue, nos muestra quién está con nosotros y quién no. Dejamos de conversar, para volvernos “grupitos de opiniones”, que nos damos golpes en la espalda los unos a los otros, y estamos dispuestos a borrar a quienes no. Hemos usado así la información para reafirmarnos en lo que pensamos, separarnos del otro, y asegurarnos que nadie nos hará cambiar de idea.

Sólo el voltiarepas es capaz de dudar de lo que sabe. Es capaz de preguntarse si efectivamente conoce sobre algo o alguien, cuando la indignación se crece o un linchamiento ocurre. El voltiarepas se aleja del griterío y está dispuesto a cambiar de equipo de fútbol, de partido político, de idea, y dejarse convencer con los argumentos de otros. Desde luego, el riesgo es grande, que fanáticos convencidos de sus puntos lo señalen como un faltón, pero también habrá unos pocos quienes al verle abrirse a otras posiciones, se permitan escuchar y dudar de sus propias monomanías.

Es por esto que, ahora más que nunca, necesitamos a los voltiarepas: esa especie extraña, difícil de encontrar, capaz de todo, de enfrentarse a sus afirmaciones y, por qué no decirlo, volver sus pasos para dudar de lo que pensaban que era blanco o negro. Necesitamos llenar el mundo (el real y el virtual) de gente que recule, que cambie de opinión, que muestre que está abierto a nuevas ideas, que sea capaz de decirle al otro que tiene razón, y que esté dispuesto a usar el botón de “compartir” para cambiar.

P.D. No significa que vaya a votar por Petro y todavía no voy anunciar que me volví Uribista

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