Me despierta el sonido de la radio. Julio Sánchez y Alberto Casas discuten sobre la reelección de alcaldes. Luego hablan de marchas estudiantiles en Bogotá. Temas que me tienen, la verdad, sin cuidado. Son las cinco de la mañana. Allá ya son las siete. Este puede ser el amanecer de cualquiera de mis días. Mi marido, por costumbre familiar, duerme con el radio en el oído. Lo arrulla su sonido. Se siente bien al escuchar el sonido de los nuestros. Desde hace 25 años vivimos fuera de Colombia, primero nos fuimos a México y ahora estamos en Estados Unidos, pero el acontecer de nuestro país aun hace parte de nuestro día a día. Es mas, los goles de Santa Fe son casi que protagonistas de nuestros domingos ( y claro, ya se podrán imaginar lo que pasa cuando pierden, pero esa es otra historia).
Cuando uno empaca para irse a vivir fuera de su país, sobre todo cuando lo hace con el impulso de la juventud y de los sueños, nunca imagina el peso de la carga que trae consigo. En ese momento de las despedidas, de las lagrimas, de las maletas que no tienen espacio suficiente, uno nunca imagina que algún día un vallenato (no necesariamente la música que uno más oye) en un barrio lejano de la ciudad de México le va a mojar el ojo, o que uno va a ser capaz de manejar más de una hora por entre el tráfico de una ciudad, a veces agresiva y gris, para recoger unas empanadas que hace una colombiana que vive en el otro extremo. Es el peso de la nostalgia. Ese que desconocen quienes nunca han tenido que vivir fuera y que se burlan porque uno les pide que traigan camuflada una mermelada Fruco de mora, de esa que sabe a niñez con las saltinas. Pero claro, es que cuando uno esta aquí es que empieza a añorar las cosas de allá. Aquí, en mi caso, es un lugar desértico, árido y de montañas desnudas, en donde busco pequeños espacios verdes así sean los campos de golf para recordar los paisajes de allá, en donde el verde es tan cotidiano, que quizá no lo valoramos lo suficiente
Según cifras de la cancillería del año 2019, somos cerca de 5 millones de colombianos los que vivimos fuera y la mayoría estamos en Estados Unidos, seguido de Panamá, México y España. Cada uno, no importa las circunstancias, estoy segura, llenaron sus maletas de ilusiones y proyectos. No importa si salieron obligados, huyendo de la violencia o si lo hicieron persiguiendo el amor o algún cargo sobresaliente, aquí terminamos todos amalgamados en un mismo caldo, el de los inmigrantes, en el que de una manera u otra todos compartimos añoranzas. Algunos más obligados que otros, en algún momento hemos participado en esos festivales del 20 de julio o en carnavales organizados por compatriotas entusiastas con lo que se pueda, con la bandera abrazada y comiendo arepas frías con ilusión.
Todos estos sentimientos, historias, vivencias y demás, son lo que me ha inspirado a inscribir este blog. Así lo estreno, con la idea de compartir con aquellos que viven lejos de la tierra y con quienes coincidimos en las historias de buñuelos y pandeyucas con sabor a añoranza, pero también para mostrarles a aquellos de allá la perspectiva, sin muchas pretensiones, de quien extraña y recuerda, pero construye e intenta siempre mirar las dos caras de la moneda. Si les gusta, espero lo compartan y me sigan.