“ A nada en la vida se debe temer, solo comprender”

Marie Curie

 

Lo veíamos venir, pero como que no lo creíamos. De una semana para otra, de un día al otro, de una hora a la otra las noticias cambian. La gente entra en pánico. Se acaba el papel higiénico, los chats y las redes sociales enloquecen con mensajes angustiosos. Gente en Italia que llora y que aconseja, notificaciones, chistes. Que nada de manos, ni abrazos, que a lavarse las manos. El coronavirus tocó a nuestra puerta. Nos invade… Un paciente más, y otro más, aquí, allá, una nueva notificación, el virus crece, invade, mortifica. En mi ciudad, en la tuya, ya llegó y que son uno, que son dos, que son más, que no nos dicen, que no están haciendo pruebas, que ya son varios… Y ¿en Colombia?

Allá donde tiene uno a la familia, a la mamá, que claro que es población vulnerable, “Que no salgas, que ni a misa”, ¿quién dijo eso? Eso no sirve… Que aquí cerraron universidades, que también los colegios, una semana más o dos o tres. ¿Y no habrá prom? ¿Ni graduación? ¿Y todo online? Pero si era mi último semestre… Que fulana viene de Europa, que aquella se quedó, que como le hago con mi hija, que no me cambiaron el pasaje, que si cancelo mis vacaciones, ¿será que continuo con mis planes? Que en la playa no hay virus, pero ¿y en los aeropuertos? Pero si no hay ni jabón en los baños, ¿cuáles son las medidas que se están tomando?, no voy a tener ingreso durante un mes, esto afecta la economía. Lo afecta a usted. Me afecta a mi… Ay ya me toqué la cara…

Por otro lado están los estantes vacíos. Las miradas desoladas. Parece increíble que esto este pasando en Estados Unidos, un país de primer mundo. Nadie se lo esperaba. No lo podemos creer. Después de recorrer varios lugares, hoy tuve que hacer cola para que me vendieran dos rollos de papel higiénico. Eso aquí. Dice un primo que se siente como en Venezuela. Esas eran las historias de allá. No es posible. No aquí. Una amiga me llama para ofrecerme agua, rollos de papel de cocina, kleenek . La vida es ahorita tan surrealista que nos sentimos quizá en medio de un cuento. De uno de García Márquez. Es una ironía. Dicen que ahora los americanos están aprendiendo lo que es vivir con miedo, con susto. Además de la enfermedad, de no poder cubrir sus necesidades mas básicas. Por eso corren a los supermercados para “protegerse”. ¿Quizás ahora tengan algo de empatía con los inmigrantes, con los que lo han arriesgado todo por salvar a sus familias? Hay quienes pretenden seguir con su vida como si nada, pero no hay como.

Lo más difícil es que uno siente que no hay directriz. No se trata de buscar culpables, porque es una emergencia mundial y aunque la política no es la intención de este espacio, lo cierto es que con un presidente egocéntrico que trató de minimizar la emergencia, la angustia aumenta. Con medidas tardías, noticias desalentadoras de falta de exámenes, de ausencia de disposiciones para estar preparados o la falta de visión, las decisiones y la sensatez ve uno, vienen más de organizaciones y gobiernos estatales o locales. La gente busca actuar tomando como referencia a los organismos mundiales o de otros países. Aquí la percepción es de inseguridad, de desprotección… En la cola del supermercado todos nos miramos con algo de desconfianza, mantenemos las distancias, no sabemos si mañana cierran, si el enemigo es el de enfrente, compramos lo que queda, tratamos de comprar esperanza. Esperanza de que todo sea un mal sueño, o que quizá lleguen los superhéroes a salvarnos. ¿Por qué no? Si todo es tan absurdo. Si por algo vinimos aquí, por eso los sacrificios, se suponía que aquí «estábamos a salvo»

Y es que estando lejos, siempre hay miedos de lo que pasa en el otro lado. Pero va por turnos, como que siempre ha estado de un solo lado. Desde aquí uno se ha preocupado por la guerrilla, los atentados, los narcos, los temblores, la inseguridad, todas esas cosas que pasan en nuestro país. Y desde allá la familia se ha preocupado por el 9/11 , los locos que disparan a la gente, los desastres naturales… Pero las preocupaciones se alternan. Hoy no. Eso es la diferencia. Esto es mundial. Está en todas partes. Hay casos aquí. Pero también los hay allá. Uno compara medidas, número de casos, comparte vídeos, chistes, recetas, regaña a los familiares inconscientes del chat que desestiman la situación. Pero al final es lo mismo. Todos nos sentimos vulnerables.

¿Qué nos queda? Tomar conciencia. Ser responsables. Encerrarnos con cordura. Quizá aprovechar este tiempo de reflexión para reencontrarnos con la familia. Oigamos a nuestros hijos. Compartamos con los nuestros. Busquemos alternativas para disfrutar el tiempo que necesitamos estar aislados. Leamos ese libro que hemos dejado para después. Organicemos los closets. Estamos aislados si, pero no seamos egoístas. Ayudemos a quien podamos. Al vecino. Al micro-empresario con sus iniciativas para sobrevivir la crisis. En esta nueva realidad entonces, aprendamos de esos italianos en Asisi cantando desde sus ventanas porque, aunque el miedo nos paralice, habrá un momento para renacer.