Cancelaciones. Cambios. Nueva ideas de lo que es normal. El pan de cada día en la era del coronavirus.

Hace cinco años cuando paseábamos con una visita guiada por el campus de la universidad en donde hoy estudia mi hija, nos señalaron unas imponentes puertas rojas y nos explicaron que cuando los estudiantes se gradúan pasan simbólicamente por esas puertas, por donde entran el primer año en la ceremonia de ingreso. Además, el día de su grado portan la medalla que reciben cuando comienza la universidad. Mi hija, desde ese día, esperaba con ilusión ese día en el que fuera ella la que  pasara por esas puertas como símbolo de la culminación de su carrera. Este año, sobretodo, en cada uno de los tours guiados en donde ella era ahora la guía explicaba que en mayo pasaría por ahí con su toga y su birrete. Es una tradición y las hay en todas las universidades de este país, llenas de símbolos e historias. Pero el covid 19 irrumpió violentamente y también esta, como muchas otras cosas, se las llevó sin preguntar.

Tradiciones y símbolos que también existen cuando se termina el colegio, el high school. Está el famoso prom, el baile con corte, vestido largo, príncipes y princesas, el brunch de los seniors, la ceremonia de entrega de reconocimientos, la fiesta de pasar la noche en vela después de la graduación, además de los eventos deportivos y musicales que celebran a los estudiantes. Todas esas cosas que vemos en las películas para los niños, que aquí en Estados Unidos son reales. Algunas las han copiado los colegios bilingües en nuestros países, pero aquí han existido siempre. Son parte de la cultura y las tradiciones que se pasan de una generación a otra.

A mi no me tocó tanto bombo en ninguno de mis grados. Ni en el del colegio, ni en la universidad. Tenemos ceremonias, claro, recibimos diplomas, hay discursos. Nos aplauden y felicitan. Hacemos fiestas y celebramos la culminación de una etapa. Claro. Aquí, también, pero me parece que por la cantidad de tradiciones representa aún más. No solo la ceremonia como tal , sino lo que simboliza la culminación de una etapa. El mismo hecho de llamarse seniors carga un significado importante, la palabra implica que no solo son los mayores, sino que tienen unos derechos, unos privilegios por serlo. Esos privilegios hacen parte de esos eventos con los que los estudiantes sueñan durante sus etapas de estudiantes. Y esos eventos y esas celebraciones, como tantas otras cosas se vieron truncados este año por la pandemia. Además de que casi todos los universitarios se vieron obligados a volver a sus casas (la mayoría vive en los campus universitarios) e insertarse en una rutina familiar a la que ya no estaban acostumbrados.

Mis hijas, ambas, son lo que se llama en este país, seniors 2020. Una culmina este año  su bachillerato (high school), la otra termina sus estudios de ciencia política. Las dos se sienten frustradas, quizá como lo estamos todos, porque a todos de alguna manera u otra algo nos truncó esta pandemia. Pero en este caso el virus les robó la posibilidad de celebrar ese último logro, esa celebración que representa un parte-aguas en la vida, de pasar por esa puerta con su medalla, de disfrutar los últimos meses de su campus en el que vivieron momentos felices y al que ya no van a volver. No hubo despedidas. No hubo cierre. A algunas personas no las volverán a ver y creo que están en todo su derecho de estar tristes. Para los que salen de la universidad, terminan además en en un momento de caos para empezar su vida profesional y laboral. Es innegable.

Me parece ridículo tratar de competir a ver quien sufre más o intentar consolarlas diciéndoles que hay gente muriéndose sola, padeciendo por cosas realmente graves, lo cual es cierto, claro, o que hay gente sin que comer, o empresas quebrándose. Ellas y todos lo sabemos. Pero es como si fuéramos a darle el pésame a alguien por la muerte de un ser querido y le dijéramos: “pero la mía o la de fulano sufrió mucho más». Como si su dolor no fuera válido.  No creo que eso sea un buen consuelo. Creo mas bien que hay que reconocer la pérdida y entender que pasan por un duelo, y que en este caso, por toda la carga de simbolismos, puede ser aun mayor. Considero que hay que comprender y tener empatía.

Pero lo importante es qué hacemos con esa realidad. Es lo que nos tocó. Lo que era normal, tradicional y esperábamos que que sucediera, no sucederá. Como muchas otras cosas, no era predecible, pero ni modo. Nos toca y les toca adaptarse a lo nuevo, a lo diferente. A las circunstancias de una pandemia, un drama para el que no estábamos preparados y menos en este país. Si se pospone o si se cancela, si les mandan los diplomas por correo o si hacen ceremonias virtuales y nos inventamos maneras de celebrarlos, no es tan relevante, porque de todas maneras no era lo que se planeaba y eso cuesta trabajo aceptarlo.

Los niños que se gradúan hoy de bachillerato o preparatoria como se llama en México, nacieron en medio del duelo de septiembre 11, muchas estabamos embarazadas cuando esto sucedió, y nos preguntábamos qué mundo les estamos dejando a estos bebes que apenas nacían a la vida. Ahora se gradúan e igual nos preguntamos ¿qué mundo será este después del covid-19? Estos jóvenes serán los narradores de esta historia, de su historia. Es su realidad y es también su reto. Serán los jóvenes de la cuarentena 2020. ¿Qué saldrá de todo esto? A pesar de la tristeza que comparto por la perdida de esos eventos que nos hacían ilusión, me inclino a pensar que estos jóvenes saldrán adelante fortalecidos, resilientes, valorando más lo que tienen, con una capacidad de adaptación para crear, para reinventar, para cambiar el mundo. Este mundo que pide a gritos dirigentes y líderes más compasivos.