Hace 20 años, cuando llegamos a este país, vivíamos en la Florida y nadie nos invitó, ni entendíamos muy bien de qué se trataba. Mi hija trajo del kínder unas plumas de penacho indígena hechas de cartulina, vimos familias reunidas y nosotros pasamos el día como si nada, con la sensación de que nos estábamos perdiendo de algo. Dos años después en Wisconsin una amiga costarricense nos acogió en su casa en un día como hoy, para celebrar la fiesta de Acción de Gracias. No solo comimos delicioso, sino que comprendimos que es una ocasión para agradecer de verdad.

El día de Acción de Gracias en Estados Unidos celebra la llegada de la cosecha y se originó con los primeros colonos ingleses, especialmente con los llamados peregrinos que llegaron en un barco a Massachusetts y a quienes los indígenas pobladores del lugar les enseñaron a cultivar. En el otoño de 1621 festejaron la recogida de la primera cosecha, en lo que se conoció como el primer Thanksgiving. Más adelante, en 1941, Franklin D. Roosevelt fue quien proclamó el cuarto jueves de noviembre como la fiesta oficial de Acción de Gracias en Estados Unidos.

Además de la Navidad, esta es una ocasión muy especial para los norteamericanos. Las familias hacen grandes esfuerzos para viajar y estar juntas. Para muchos es el único día del año que cocinan, las mesas se decoran con abundancia, las abuelas hornean pies y pasteles, se comparte, no se habla de política y se olvidan las rencillas. Claro, este año por el covid será diferente porque nos han rogado que solo lo pasemos con la familia inmediata y muchos, tristemente, han perdido a sus familiares y tendrán poco ánimo para celebrar.

Nosotros desde ese día en que mi amiga y su familia nos acogieron con tanta alegría y nos enseñaron todos los detalles de la tradición, la acogimos con entusiasmo porque me parece una muy bonita oportunidad para agradecer por tantas bendiciones. El hecho de poder compartir la mesa nos enseña que el mundo es mejor si aprendemos a compartir. Hoy en día, mis hijas no perdonan el pavo, el puré y la salsa de arándano y yo, en lugar de pan de maíz seco, hago torta de mazorca con un toque colombiano. Por lo general invitamos amigos mexicanos y puertorriqueños, esos que se convierten en la familia cuando uno vive lejos, lo cual enriquece la experiencia culinaria porque nos comparten también sus platillos. La mesa siempre resulta rebosante de comida, pero sobretodo de carcajadas, anécdotas y memorias de esas que no tienen precio.

Hoy estaremos solos, los cuatro, con mi marido y mis dos hijas. Intentaremos celebrar en este año difícil y triste, pero felices por estar juntos. Sin duda, no podemos perder la ocasión para agradecer. Aquí, algunas acciones y sobre todo motivos:

Gracias ante todo por la salud. Si algo hemos comprendido este año es que es nuestro bien más preciado.

Gracias porque no falta el pan en mi mesa y porque aun estando lejos puedo comer arepas.

Gracias por mi familia, mis hijas y mi marido, porque aunque no somos perfectos y sonrientes como nos vemos en las fotos, nos queremos y disfrutamos juntos.

Gracias por la familia extendida, por las coincidencias y las diferencias.

Gracias por las tradiciones, las herencias, las memorias y la mejor mamá del mundo que nos ha enseñado la importancia de agradecer.

Gracias por el trabajo porque aunque la pandemia cambió rutinas, mercados, modelos, ingresos y posibilidades, siempre habrá espacios para servir a los demás.

Gracias por los amigos, los del alma, por ser y estar siempre, pero también por los que en su momento fueron pero que ya se fueron y no están.

Gracias por esos seres de cuatro patas que me baten la cola, que no adopté, sino que me adoptaron y que siempre están felices de verme.

Gracias por los libros, el arte, los paisajes, el queso, los chocolates y el vino. Esos pequeños detalles que hacen la vida más amable.