Hay que apreciar los pequeños detalles de los genios del fútbol, pero no olvidar que los trofeos y los resultados llegan gracias a un buen colectivo.

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El Barcelona vive momentos complicados. Hace ocho días recibió una paliza por 2-8 contra el Bayern Múnich y hoy, a pesar de contar con Ronald Koeman como nuevo entrenador, el club español se mantiene en vilo por la posibilidad de que Lionel Messi abandone el equipo después de cumplir con su contrato, que acaba en un año. En medio de la tormenta, el exjugador español Francisco José ‘El Lobo’ Carrasco, admirador del argentino, soltó una frase de oro: “Con Messi, el resultado pasa a ser secundario”.

El éxito o fracaso de un equipo depende del colectivo. Un entrenador o un jugador pone su grano de arena. Algunos pesan más que otros, pero ninguno logra poner los suficientes kilos para ganar un trofeo sin ayuda de los demás. Guardiola tiene su táctica, Zidane su liderazgo, Cristiano su poder goleador, Neymar su gambeta y Messi su control de balón (y su lectura de juego). Todos ellos tienen un plus que beneficia a cualquier equipo. La diferencia es que una buena plantilla puede triunfar sin ellos, pero ellos no sin una buena plantilla. Una táctica o una jugada ganan un partido de vez en cuando, pero los trofeos no se levantan a punta de inspiraciones individuales.

Por eso, en lo que al individuo respecta, prefiero disfrutar los pequeños detalles más allá del resultado final. La propuesta de juego de un entrenador, el gol inédito que sale de la mente loca de un delantero, el regate poco ortodoxo o la atajada con la cabeza del portero son ejemplos de esos detalles que me hacen disfrutar de una figura particular. Si esas genialidades individuales no llegan con un buen funcionamiento colectivo, se quedan como buenas anécdotas para quienes disfrutamos el fútbol más allá del resultado.

En una cultura deportiva que llama fracaso a todo lo que no sea perfecto, es normal que no se aprecie al genio que no gana siempre. Messi y Cristiano eran los mejores hace un año o dos, ahora lo son Neymar y Lewandowski. Es difícil saber, pero quizá la única diferencia entre los dos primeros y los dos últimos durante esta Champions es que Juventus y Barcelona no encontraron un nivel colectivo, mientras que PSG y Bayern sí. 

Sorprende que el equipo de París entre en el segundo combo, pues acostumbraba a vivir de las acciones individuales de sus estrellas compradas a precios muy inflados. En estas semanas de Champions en Lisboa encontró una buena versión colectiva. Los jugadores son casi los mismos que hace un año, pero ahora juegan la final contra otro gran grupo como el Bayern. Esa es la regla: el trofeo lo gana un buen equipo, no un jugador o un entrenador.