Canadá es uno de los mejores países en calidad de vida, seguridad y desarrollo económico. Es uno de los destinos más populares y solicitados por los estudiantes internacionales, especialmente latinoamericanos. Pero, ¿todo es color rosa?
7 años atrás, me encontraba en una situación difícil, en la cual no tenía claro cómo iba a terminar todo; en pocas palabras, no hallaba salida a lo que había iniciado. Estaba en Migración Canadá, pidiéndoles que me deportaran lo antes posible a Venezuela.
Bienvenidos a esta Tierra de Inmigrantes donde relato parte de mi vida, en la cual van a conocer de primera mano el inicio de esta experiencia. Y, además, la realidad de vivir en Canadá con todos sus matices – desde el más claro al más oscuro. Ustedes mismos sacarán sus propias conclusiones.
Soy Eddy Ramírez, vengo de las montañas de los Andes, nacida en San Cristóbal, Venezuela. Hija única y abogada, como mi mamá. Ella es mi ejemplo a seguir: su honestidad y humildad me enseñaron todo lo que sé, y son la base de mi vocación.
Un día, decidí que para fortalecer mi carrera necesitaba estudiar inglés, pero mi mamá tenía un proyecto diferente para mí en Francia. Después de pensarlo mucho, encontré una solución estratégica: Montreal, inglés y francés en un solo lugar.
Empecé como muchos estudiantes con una visa de 6 meses y una maleta cargada de ilusiones. Todo empezó muy bien, el instituto estaba pago por completo y mi mamá cubriría mis gastos.
Desde el principio, la ciudad me cautivó por completo: su energía, cultura, arquitectura y, aunque no lo crean, el frío de sus largos inviernos. Me empecé a proyectar aquí a largo plazo, a pesar de tener tiquete de regreso. Cerca al final de mi visa de estudios, decidí extender, pero esta vez para enfocarme en el francés y en mi maestría. Sin embargo, una cosa es lo que uno cree que va a vivir, y otra, la realidad.
¿Por qué le pedí a Canadá que me deportara?
De la noche a la mañana, el Gobierno de Venezuela, sin ningún sentido de respeto, decidió cerrar el sistema que permitía transformar bolívares a cualquier moneda, impidiendo así, que los padres enviaran dinero a sus hijos en el extranjero. Esto en definitiva lo cambió todo: no importaba cuánto dinero mi mamá tuviese en la cuenta para enviarme a Canadá, este se volvió papel, literalmente papel.
¿Recuerdan el tiquete de regreso?
Lo primero que hice fue llamar a la aerolínea para cambiarlo, pero esto me costaba 600 dólares, es decir, un tiquete nuevo. La mala noticia: no tenía un solo dólar ahorrado. Me sentí en la calle.
¿Qué otra opción tenía?
Segundo movimiento, llamé a la escuela de francés que estaba cubierta al cien porciento. No quería la totalidad del rembolso, solo lo suficiente para tomar el primer vuelo y regresar junto a mi mamá, recuperar mi vida, mi tranquilidad y mi comodidad.
No sé cuántos días pasaron ni cuántas puertas toqué, el tiempo se agotaba y debía pagar la renta. La solución: solicitar deportación. ¿De qué se trata? En resumen, te suben a un avión directo a tu país, dejando una gran deuda y hasta no cancelarla, no puedes volver.
Buscando desesperadamente la solución, encontré en el lugar menos esperado, el abrazo y consuelo que solo una mamá sabe dar. Quien me recibió en Migración, lo era, estoy segura. Después de contarle toda mi situación, me explicó los tres caminos por los cuales podía solicitar una visa llamada Destitute Student o en español: ‘Estudiante Indigente’.
Esta visa es otorgada a países en guerra, con desastre natural o cuyos sistemas bancarios hayan sufrido una caída, como pasó en Venezuela. Y gracias a este tipo de visa, pude quedarme en Canadá.
Una vez entré en ese marco legal, entendí lo grande que es este país, aparentemente gris, frío y lejano, pero lleno de oportunidades. Ese empujón fue lo que le dio inicio a mi verdadera vida de adulta. Por primera vez Eddy Ramírez iba a trabajar.
Por Laura Urrego de Immiland
Gracias por haber llegado hasta aquí. Los invito a leer la segunda parte de mi historia.