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Tequilera, bar tender, lavaplatos, cocinera, mesera, estos son muchos de los trabajos de primera línea a los que se puede enfrentar un inmigrante, iniciando su nueva vida en Canadá. Así lo hice yo.
¿Devolverme a Venezuela o quedarme en Canadá?
Esa era la pregunta que retumbaba en mi cabeza mientras ese ángel que encontré en Migración hacia mi aplicación, la cual me permitió como estudiante de idiomas y con mi nuevo status llamado Destitute Student (‘Estudiante Indigente’) conseguir una visa de trabajo.
Después de pensarlo por tres días, decidí quedarme a trabajar en Canadá para poder pagar mis estudios y como decimos los venezolanos’’echarle bolas’’, porque definitivamente en esta vida no se escoge dónde se nace, pero sí dónde vivir.
Bienvenidos a la segunda parte de mi historia, donde les presento un momento fundamental de mi pasado y mi presente en este país.
Debo confesarles que nunca pensé que fuese a ser tan difícil, pero ahí estaba yo, aventurándome a un mundo desconocido, con el único objetivo de reunir, en poco tiempo (4 meses), el dinero para pagar el cincuenta por ciento (15.000 CAD) de mi maestría, pero no solo eso, debía pagar también la renta y mis gastos personales y lo sé, suena descabellado, pero lo asumí con mucha planificación y meticulosidad.
’’Uno nunca sabe lo fuerte que es, hasta que en realidad tiene que ser fuerte’’
Conseguí el primer trabajo de mi vida. Este quedaba en el Viejo Puerto, una zona muy turística de Montreal. Allí aprendí lo que es ser multitask: servir diferentes tipos de cervezas, hacer pizzas, fajitas, poutine, alitas de pollo, hamburguesas, de todo.
No era mi único trabajo, tenía que reunir el dinero suficiente, así que de domingo a domingo y durante esos meses mi rutina se resumía en: tomar órdenes, cargar montañas de platos y limpiar baños como a muchos inmigrantes nos toca al inicio.
’Y es que en las adversidades es donde nacen nuevos guerreros’’
Creo que jamás en mi existencia he trabajado tanto. No tenía más vida: todas las tardes salía del Viejo Puerto, a iniciar mi siguiente turno en un restaurante italiano en el que más que salario trabajaba por comida. El dueño amablemente me brindaba lo que no se vendía y así yo podía ahorrar gastos. Ese señor se convirtió como en mi abuelo, mi abuelo italiano.
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Además del trabajo, yo seguía estudiando francés todas las mañanas hasta el mediodía. Al terminar el verano comencé el máster. Un año más tarde, me gradué de abogada en Derecho Internacional de Negocios, LL.M de la Universidad de Montreal, con un GPA de 3.8, demostrándome que en mi vida no habría obstáculos más grandes que mis ganas de crecer y de superarme. Inspirada en esto, apliqué a la Residencia Permanente.
Al cabo del tiempo, empecé nuevos estudios, pero esta vez, en Inmigration consulting y logré culminarlos también. La vida comenzó a sonreír un poquito más, después de tantos sacrificios, todo estaba dando los mejores frutos.
En medio de esta travesía, comprendí que no estaba sola en esta situación, ni era la única con un sueño por cumplir. Somos miles de migrantes a diario dejando todo atrás y buscando una mejor vida, así que algo detonó en mi cabeza, era el momento de que Eddy Ramírez pusiera en práctica sus estudios, experiencia y todo lo que aprendí de mi mamá.
Finalmente, llegó el día de materializar y darle vida a esta Tierra de Inmigrantes.
Continuará…
Por Laura Urrego de Immiland
Conoce la primera parte de esta historia aquí