Hay que admitirlo de una buena vez: como seres humanos, somos abiertamente amarillistas. ¿Por qué nos llaman la atención casos intrascendentes, como el de Casey Anthony en los Estados Unidos o el cada vez más insoportable caso Colmenares?
Por la misma razón que nos hace ver a Laura Bozzo así sepamos que sus programas son falsos; por la misma razón por la cual varios compramos la SoHo de «la belleza interior» para ver si uno se encontraba a una conocida: Morbo.
En realidad, el caso de Luis Andrés Colmenares es uno más de los que suceden a diario en Bogotá. Historias como la de Casey Anthony pululan en los cincuenta estados. De las 150 mujeres que mostraron sus senos en SoHo, la mayoría respondían a los estándares de belleza de la susodicha revista, excepto los tradicionales tokens de turno (la «gordita», la señora de más de cuarenta o cincuenta años, la embarazada).
Nos encanta ver lo «asqueroso», lo «desviado», lo que no es «normal». Le huimos en un principio pero luego, escondidos en la comodidad de nuestras habitaciones o nuestras pantallas brillando ante las luces apagadas, nos reímos de eso. En palabras de Homero Simpson: «es gracioso porque no lo conozco». O, en palabras más contundentes, de Paul Auster en entrevista con Gérard de Cortanze (Dossier Paul Auster. La soledad del laberinto. Barcelona: Anagrama, 1996: p. 27):
La mejor definición de la diferencia que existe entre comedia y tragedia la debemos a Mel Brooks: «La comedia es cuando resbalas con una piel de plátano y te rompes la pierna. La tragedia es cuando me corto el dedo.»
A nadie le gusta ver cuando se cortan los dedos, en teoría. Las imágenes traumáticas se anuncian antes del programa de televisión y la película tiene una «censura» que -al menos a mí y a las personas cercanas- nunca se aplicó cabalmente. No obstante, uno se escabulle y mira lo aparentemente anormal. Es «anormal» ver a Adam Richman comiéndose un burrito de seis libras en Man v. Food, o a «Mama» June cebando (disculpen, lectores, que utilice esa palabra) a la pobre Alana «Honey Boo Boo» con sketti (pasta con carne y salsa de tomate con mantequilla derretida) y Go-Go Juice (una mezcla de bebida energizante con una gaseosa de alto contenido cafeínico y azucarado). Pero también es «anormal» ver a los personajes de reality show, escogidos en función no de su potencial talento sino por sus historias y su potencial de generar conflicto.
Somos morbosos como parte de nuestra inseguridad. Necesitamos la dramatización de gente que puede estar mucho peor que nosotros para reafirmarnos en nuestra situación. «Estoy gorda pero no alimento a mi hija con esas porquerías», «no tendré dinero pero mi madre no quiere envenarnos con veneno para ratas», «más peligroso que fiesta de Hallo’ween con Laura Moreno»: Nos resbalamos con la cáscara del banano pero queremos evitar la navaja en nuestros dedos.
En los oídos: Inside (Sting)