Abajo la tarea
Quería hablar del Tea Party, de Romney, de Obama y de la elección más cerrada en doce años. Pero, como siempre, se atravesó una noticia más interesante. El senador Édgar Espíndola (del PIN, igual que el ya mentado por acá concejal Ramírez) propuso en un proyecto de ley eliminar las tareas en casa y reemplazarlas por un «tiempo de tareas» asesoradas por profesores, como lo hacen países asiáticos. Hice un sondeo entre amigos sobre este proyecto de ley. Una amiga, estudiante de Derecho, me comentaba cómo existen métodos educativos que consideran esta supervisión efectiva para el aprendizaje. Otra, traductora, recordaba cómo en su colegio ponían once tareas en un solo día para niños de tercero de primaria.
Es cierto, hay tareas ineficaces hoy en día: trazar mapas en papel pergamino se hace innecesario con un mapa satelital en tiempo real. Y tareas inútiles: ¿para qué me va a servir en mi vida diaria saber que la capital de, digamos, Gambia es Banjul o Bathurst? Pero otras competencias sí requieren la práctica en casa. Pienso en las ciencias naturales o en las matemáticas. O en una más básica aún: la escritura. Requiere práctica constante y motivación. Y más adelante esa práctica se nota a la hora de escribir para la universidad o para la vida diaria, mientras que la motivación sólo la da la lectura. Recuerdo el caso de Camilo Jiménez, quien renunció a su cátedra en la Universidad Javeriana porque sus estudiantes (ojo, de edición de textos en una carrera llamada Comunicación Social) no escribían bien. Incluso en las maestrías y doctorados, los horrores que cometen los estudiantes (y los profesores) son pan de cada día.
Pero, como me decían dos amigos (uno escritor y el otro profesor de educación física), ¿después de ese tiempo de tareas, qué? El senador Espíndola sugiere que se dediquen a actividades lúdicas, literarias y deportivas. El profesor se preguntaba si esto estaría asociado con un plan de desarrollo de escuelas deportivas en Colombia. Yo pensaba en las actividades literarias con libros costosos (y con alternativas virtuales poco accesibles en español) y estudiantes poco motivados a leer porque los profesores no hemos sabido diseñar las clases de literatura para que le lleguen al estudiante (lo siento, pero poner a un estudiante de noveno a leer, en el transcurso de una semana, el monólogo de Molly Bloom en el Ulysses de Joyce es asesinar de por vida su gusto por la lectura). Y no olvidemos las actividades lúdicas, poco difundidas, poco apoyadas y costosas, como me recordaba el escritor.
No obstante, el problema de fondo es muy sencillo: ¿Qué educación queremos? ¿Qué educación necesitamos? Hablaré de eso en el próximo post.
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