En 1960, el líder político chino Deng Xiaoping, ante el radicalismo que se intuía en la China de Mao Zedong, pronunció la célebre frase: «da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones«. Pensé mucho en esa frase cuando leía las muchas reacciones a mi escrito sobre el señor Bolívar, en especial cuando algunos de sus fanáticos me acusaron de ser «vengador de corruptos» y de «criticar sin hacer nada». Ese tipo de reacciones delinean la que es, de lejos, una de mis actitudes colombianas favoritas: el «por qué, en vez de criticar, no hace algo». Si critico a Gustavo Bolívar, como lo he hecho durante años en escritos personales, en el salón de clases, en la conversación con amigos y en mi blog, lo hago porque creo en un valor sencillo: la consistencia.
No puedo creer en que Lance Armstrong sea una voz líder en la lucha contra el cáncer cuando hizo «la operación de doping más sofisticada de todos los tiempos». Me resulta imposible pensar en el candidato presidencial mexicano Gabriel Quadri, uno de los candidatos mejor vistos por la opinión pública dentro y fuera de México, sin pensar en la fundadora del partido que lo avalaba: Elba Esther Gordillo, «La Maestra»: presidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, «de lejos la mayor organización sindical de América Latina […] controla un presupuesto […] de 4700 millones de dólares anuales» (Andrés Oppenheimer, ¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro. Bogotá: Debate, 2011: 321-322).
Tampoco puedo ver ese célebre video de Kony 2012, que le reveló al mundo la existencia de un líder guerrillero en Uganda tan peligroso como bin Laden o Hitler, sin ver la mano permanente de Jason Russell, el director del video y padre del pequeño niño que se sorprende al saber quién es el malvado Joseph Kony. El mismo que está vinculado con organizaciones de ultraderecha norteamericanas como la Liberty University (fundada por Jerry Falwell) y ha difundido este video como parte de un esfuerzo evangelístico. El mismo que apoya a un gobierno como el de Yoweri Museveni, corrupto y violento como pocos (o si no pregúntenle a la población LGBT ugandesa, reprimida por una clase política apoyada por pastores evangélicos norteamericanos).
No puedo permitir liderazgos inconsistentes y oportunistas. ¿Por qué digo que el señor Bolívar, líder autoproclamado de organizaciones de indignados? Simple: porque una persona no puede banalizar figuras que han hecho un daño enorme y salirse con la suya. No digo que la televisión deba ser totalmente pedagógica (lo cual no impide que uno pueda enseñar a través de la televisión o de las películas) ni que la televisión sea la responsable de la educación de las personas: para eso hay familias, escuelas e instituciones encargadas. Pero sí creo, y lo reafirmo aquí, que personas como el señor Bolívar han convertido la televisión colombiana en la pasarela de capos y prepagos convertidos en modelos de vida. Paradójicamente, ese tipo de modelos de vida, que han adoptado el maniqueísmo como filosofía («plata o plomo»), son los que rechazan estos mal llamados «indignados» que ven en todo aquel que se atreve a poner el dedo inquisidor apuntando al líder de facto a un protector de personas como Roy Barreras o Juan Manuel Corzo.
Leer a Gustavo Bolívar (sus tuits, sus entrevistas, sus clichés dignos de escritor de «libros de ocasión») me hace pensar en lo que me dijo un conocido hace cuatro años, después de la muerte de Raúl Reyes: «soy del Polo porque se necesita oposición. Si Carlos Gaviria fuera presidente, sería uribista». Si Gustavo Bolívar fuera norteamericano en este momento de la historia, estoy más que seguro de que él sería un perfecto miembro del Tea Party. Como Victoria Jackson (una intrascendente actriz de Saturday Night Live) o Kirk «Mike Seaver» Cameron, diría dos o tres intentos de palabras hilarantes en Twitter y ya. Y si el presidente de Estados Unidos fuera John McCain, muy seguramente sería uno de esos progresistas cheerleaders de Obama/Hillary/Pelosi/Kerry/Edwards.
Saber que Gustavo Bolívar apoya a los indignados es razón más que suficiente para creer que este movimiento es similar a las ratas que seguían al flautista de Hamelin, que los llevaba a ahogarse en el río. Saber que él es el líder es una razón perfecta para no creer en un movimiento frágil que responde, como borregos, a los mandatos de su dictador.
En los oídos: Around My Way (Freedom Ain’t Free) (Lupe Fiasco)