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[Antes de publicar mañana mi punto de vista sobre Tres caínes -¡es lo último que hablaré del señor Bolívar, lo prometo!- junto a un post hermano de Canal B, quise compartir con ustedes el siguiente texto que leí en Facebook. Su autor es Juan Camilo Herrera (@dynostalgic), escritor colombiano residente en Argentina desde hace un par de años. Con su autorización, lo reproduzco. Si bien no comparto algunas de sus apreciaciones, considero que es un texto que da bastantes luces sobre esta serie y otras anteriores. -A.S.F.]

El héroe, ya sea dios o diosa, hombre o mujer, la figura en el mito o la persona que sueña, descubre o asimila su opuesto (su propio ser insospechado) ya sea tragándoselo o siendo tragado por él.
Joseph Campbell, El héroe de las mil caras
El terreno de las series de ficción histórica, sobre todo las recientes que hablan de narcotraficantes y paramilitares, es gris. No es neutral, no se equivoquen: es confuso como el ruido, apenas lo suficiente como para discernir la fuente que lo produce. El paliativo que usamos para justificar esta clase de producto cultural («están bien producidos») es suficientemente cuestionable. La pregunta que nos solemos hacer parte de un supuesto: que son buenas y que lo demás es cosa de gustos, Para gustos están los grises.
¿No sería mejor preguntarse si lo son?
Si por bueno entendemos «carente de maldad», ya es fácil descartar una posible respuesta. Los argumentos se centran en personajes que infringen la ley y que pasan por encima de los contratos sociales sin más motivación que su codicia o su sed de venganza. Ni siquiera estamos hablando de antihéroes que transgreden la ley en nombre de un bien común, nadie está tratando de derrocar una tiranía o de enfrentarse al status quo. No es posible encontrar acá un ejemplo de bondad, desinterés o una lucha por la libertad.
«Es buena porque está bien producida», el consuelo triste que nos damos para sentirnos a la par de una industria del entretenimiento que decae cada día, es bastante ambiguo como para ser un argumento. Que tengamos las herramientas tecnológicas y conceptuales para seguir los lineamientos de una industria estandarizada no es algo bueno per se. Por ejemplo: la compresión digital de audio en formatos como el MP3 y el auge de teléfonos inteligentes (además de los reproductores portátiles, audífonos y laptops con pequeños parlantes de baja fidelidad) cambió la forma en la que se produce música para lograr el mayor volumen y contundencia de equipos que no fueron diseñados con ese fin. Otro ejemplo: los equipos visuales de alta definición necesitan imitar las características incidentales de tecnologías analógicas como convenciones que la hacen más digerible al público. Estos avances todavía están buscando sus propias prerrogativas pero, en sí mismos, no son necesariamente buenos. Por eso, hablar de calidad en relación directa con la tecnología (o los discursos audiovisuales contemporáneos) no es suficiente.
Esto nos lleva al argumento, que es el mayor obstáculo para afirmar que estas series son buenas.
Caracol tiene a Pablo Escobar. RCN tiene a los Hermanos Castaño. Teniendo en cuenta la basura que hacen pasar por noticias y por cultura, no me sorprende la afinidad que tienen con criminales.
Si nos ceñimos a Joseph Campbell y su idea de «monomito», el patrón narrativo califica al personaje principal como «héroe» de forma predeterminada. El patrón (no confundir con «El Patrón») equipara a los personajes de esta ficción histórica, a falta de un mejor término para referirme a este despropósito, a muchos otros que han seguido el mismo viaje de ida y regreso a su mundo común. 
Puede que nos reiteren a cada instante que son malos, muy malos y que rechazamos sus acciones y los actores pueden intentar -paupérrimamente, como la mayoría de actores que participan de estas producciones- caracterizar a un villano con sus ceños fruncidos y herramientas histriónicas limitadas. Pero su estructura es la misma del héroe, aunque emprobrecida y envilecida.
En el fondo estamos haciendo alegoría y casi loanza de estos personajes. No me corresponde a mí decir quiénes son los buenos y los malos en este conflicto (¿quién lo sabe?), pero no puedo de ninguna forma defender el arribismo, el egoísmo, la violencia de las figuras históricas o la irresponsabilidad de guionistas y productores a cargo.
Una persona es distinta a un personaje porque las personas vamos creando nuestros propósitos a lo largo de nuestra vida mientras que un personaje existe con el propósito único de apoyar una estructura narrativa. Si pasamos a una persona por un tamiz, si filtramos hasta quedarnos con un sedimento y lo esculpimos para que se acomode a nuestra historia, tenemos un personaje. ¿Podemos hacer eso con Pablo Escobar o con los hermanos Castaño? ¿Podremos hacerlo con Gonzalo Rodríguez Gacha, con Carlos Lehder, con Alberto Santofimio o con los Nule? Sí, es posible. Pero es irresponsable hacerlo para transformar una realidad compleja (que necesitamos aceptar con sus matices), con las heridas de las Historias (la individual, la patria, la de las víctimas) aún sangrando sin más venda que el tiempo, en un discurso maniqueo donde los buenos son buenos, los malos son malos y lo son porque sí.
Pero para gustos están los grises.
En los oídos: The Exploding Boy (The Cure)

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