Ya que estamos en días de Feria del Libro, recordemos el que, sin duda, fue su episodio más vergonzoso. Cuando Mario Vargas Llosa vino a Corferias en 2003, años antes de haber recibido el Premio Nobel de Literatura, a presentar una novela, un grupo de manifestantes se dedicó a abuchearlo por «su palabra ponzoñosa contra ‘Gabo’ y contra Cuba». después de que el escritor peruano llamó a su antiguo amigo «cortesano de Cuba». Esa feria tuvo como invitada de honor a Susan Sontag, quien también se pronunció sobre el apoyo de García Márquez al régimen de los Castro, criticándolo «por su silencio ante la situación cubana y lo exhortó a pronunciarse en referencia al encarcelamiento de disidentes y al fusilamiento de tres personas que secuestraron una lancha para huir a Estados Unidos». Más allá del claro cariz ideológico de los que abuchearon a Vargas Llosa y criticaron a Sontag, las reacciones fueron dicientes. Héctor Abad Faciolince, en un artículo sobre García Márquez en Semana (en la edición dedicada al «colombiano de todos los tiempos»), escribió unas palabras que, por sí solas, valdrían como el epígrafe de una antología del chauvinismo nacional.
Tampoco los envidiosos se libran de su genio ni de su prestigio, pues quisieran poder hablar de él en tiempo pasado y en cambio cada uno o dos años (ante el milagro verbal de un nuevo libro) les toca volver a referirse a él en un perpetuo presente. Es más, cuando los escritores peruanos o norteamericanos vienen a Colombia, tienen un método infalible para asegurarse unos centímetros de notoriedad en las primeras páginas de los periódicos: atacar a García Márquez porque no repudia sus 40 años de amistad con Fidel Castro.
Paradójicamente, el escritor antioqueño revela en el siguiente párrafo una de las características más marcadas (y peligrosas) de lo colombiano: «el ánimo pendenciero y la tendencia a partirse siempre en bandos opuestos e irreconciliables […] como si aquí no hubiera un espacio razonable para el análisis que pueda situarse por fuera de la idolatría o el insulto». En Colombia es imposible criticar a los grandes «iconos» so pena de ser considerado apátrida. Cuando mi amigo y compañero de blogs Juan Camilo Herrera escribió en el primer post de su Nuevo infierno cotidiano «ver series colombianas suele terminar en migrañas y Shakira me da vergüenza ajena«, las respuestas no se hicieron esperar. Y todas, en vez de leer el texto completo, respondieron defendiendo a la cantante barranquillera. Veamos algunos ejemplos: «ojalá el que afirma esto haya logrado al menos el 1% de lo que ha logrado Ella en la Vida», «Tener que hablar de Shakira para hacerse notar….verguenza ajena nos da es a nosotros», «lo peor, de todo; es q un periodico «san serio» publique esto!!» y «Pobre loco», fueron algunas de las respuestas que dieron lectores en la red social.
No es noticia nueva, ni mucho menos. En 2009, Andrés Ospina publicó un post llamado «Los 10 grandes farsantes de la música en Colombia» refiriéndose a Shakira, Juanes, Fonseca, Cabas, Andrés Cepeda y otros cantantes. Entre las 226 respuestas, quiero destacar una que resume el sentimiento de muchos comentaristas: «Hay que ser anormal para ponerse a provocar con criticas tan superficiales a personas que han luchado con tezon para triunfar en su carrera y han sida aclamados en escenarios internacionales mostrando al Mundo que en Colombia existen cosas excelentes cambiandole la imagen del narcotrafico y la guerrilla. Hay que ser superficial y vacio de analisis para escribir provocaciones como esta estupidez. Dime quien eres tu andresospina? que nadie te conoce».
La respuesta de Ospina fue brillante. En vez de disculparse, reveló una característica de este «patriotismo» con unas líneas que callan la boca de ese tipo de comentaristas: «Puedo apostar la otra mitad a que pocos entre la legión de defensores espontáneos de Shakira y Cía tienen idea de quiénes son Miguel Durier, Guillermo Hinestroza, Rodolfo Aycardi o Humberto Monroy».
En Colombia, ser patriota es sinónimo de ser patriotero. Hay una gran diferencia entre ambos términos. El patriota tiene amor por su país y se identifica con él, lo que no impide que sea crítico con muchas situaciones que se viven en la nación. El patriotero es belicoso e idolatra todo lo que provenga de su país y tenga algún tipo de éxito. Para hacer la analogía más sencilla: el patriota es el hincha de un equipo, el patriotero es el barra brava (o «perritu») de ese equipo. Infortunadamente, nuestro país tiene a 45 millones de barrabravas. Y eso nunca es bueno. Decirle a un barrabrava (siendo, incluso, hincha del mismo equipo) que X jugador (podría ser cualquiera) juega mal y no debería estar ni siquiera en la banca garantiza, cuando menos, un insulto. Decirle a muchos colombianos algo contra sus iconos (llámese Shakira, Juanes, Fonseca, Botero, García Márquez, Sofía Vergara o el de turno) garantiza una radiografía destructiva inmediata. Automáticamente, se critica al mensajero por decir X o Y comentario, demeritándolo frente a los éxitos de (inserte icono aquí). Pareciera que aquí sólo es posible criticar si uno es más que el criticado.
Flaco favor hacen, además, canciones como Soy colombiano de Rafael Godoy (que propone como colombiano modelo a un borracho, fiestero y mujeriego) y los dos himnos patrioteros de Jorge Celedón: La invitación (la de «mi tierra santa») y la pueril versión colombomexicana de Always look on the bright side of life, La vida. O creencias como «tenemos el segundo mejor himno del mundo», tan arraigadas que, cuando el diario británico The Telegraph puso la composición Núñez-Síndici entre los diez peores himnos según ellos, llegaron amenazas de muerte. Pero no para la periodista que dio su opinión, sino para Philip Sheppard, el arreglista encargado de la dirección de los himnos para los Juegos Olímpicos, quien no tuvo nada que ver con el artículo de The Telegraph. He ahí el fruto del patrioterismo: reafirma estereotipos.
No he hecho aquí un diagnóstico de una situación nueva. Hace trece años, El Siguiente Programa decía lo mismo. Pero en la última década ese patrioterismo hizo metástasis. Dependemos, como un adolescente inseguro, de la aprobación de otros para sentirnos satisfechos con lo que hacemos. Y, como ese adolescente inseguro, nos enfurecemos si nos dicen algo que nos quite esa satisfacción vacía de un elogio.
Voyeur: Con la propuesta de la reelección por dos años y el periodo único de seis, Santos sólo tiene que buscar una Yidis y un Teodolindo. Pero seguramente tenga un Roy. La propuesta es buena (seis años funcionan bien sin reelección) pero debería plantearse sí y sólo si el presidente no participa en esa elección. De lo contrario, le daría arsenal a sus opositores.
En los oídos: Jump (Van Halen)
@tropicalia115