A decir verdad, el analfabetismo en Rumanía no era tan alto; la mayoría de las personas sabían leer y escribir. Pero de qué sirve eso si la mayoría no entendía absolutamente nada. Conocían las letras, pero cuando has sido educado para no pensar, eres analfabeto de otra manera.
Herta Müller
Desde hace tres años tengo la suerte de trabajar como profesor en una de las mejores escuelas de negocios de Colombia. Mi experiencia ha derribado, uno tras otro, los prejuicios que el «humanista» (¡ah, palabreja detestable!) tiene para con el administrador de empresas. He tenido la fortuna de contar con estudiantes serios, que se toman los días como escalones al éxito. Muchos de ellos fueron alumnos de personas que compartieron aulas conmigo o con profesores que marcaron mi vida. Pero muchos de ellos no saben cómo expresar sus ideas. Allí entro yo: trato de darles las herramientas, desde la conversación y la interacción, para que digan lo que quieren decir. Y ahí viene mi pregunta: si eso ocurre con estudiantes que provienen de los mejores y más costosos colegios de Colombia, ¿qué ocurre con aquellos que no cuentan con las facilidades?
Colombia, duele decirlo, es un país donde la desigualdad entre los mejores y los peores colegios es enorme, en todos los niveles. Los buenos colegios tienen a profesores dedicados, que han convertido sus vidas en la enseñanza de conocimientos a otros. Profesores que uno nunca olvida e incluso, años después de que tuvieron las clases, son recordados con alegría por lo que dieron en su aparición en el aula. Los malos colegios tienen a profesionales desganados, que se hicieron profesores sólo porque fracasaron en su profesión (algunas historias reales: el psicólogo varado o el administrador hotelero con palanca que da clases de idiomas gracias a un chapuceo del inglés, desempleados que buscaron una vía fácil para tener un cheque mensual) o siguen ahí, anquilosados, gracias a las movidas de algún director o político.
Hace unos meses escribí un post que pedía «una cirugía reconstructiva al sistema educativo colombiano». Lo último que esperaba era que esa cirugía ya existiera. A finales de septiembre visité la feria organizada por el programa Todos a Aprender en Corferias y vi las experiencias exitosas de aquellos colegios que reciben el apoyo del gobierno. Más que contarles una u otra experiencia, quiero contarles mis sensaciones.
El baile
Cuando tenía once años, hicieron una especie de baile comunal en el colegio donde estudiaba. Como yo nunca fui diestro para ello me escapé, apenado, a un rincón. Mis profesores tomaron la decisión de que yo tomara clases de baile con un curso distinto al mío, pero no había dado resultados tampoco. La solución que propuso el profesor fue ponerme un tutor particular, quien daba la casualidad era -y sigue siendo, después de casi diecinueve años- mi mejor amigo, cuya responsabilidad única era enseñarme a bailar. Si lo lograba, sacaría 10 en la materia.
Todos a Aprender tiene ese postulado detrás. Tomaron a los peores colegios del país según las pruebas Saber y decidieron darle la mejor capacitación a un tutor, quien más adelante se encargaría de replicar la experiencia en su colegio. ¿Dónde están los peores colegios? Siempre, en todos los lugares del mundo, las ciudades son zonas alejadas de lo que se vive en la periferia. Pero en Colombia esa situación es mucho más dramática y más profunda. Gracias a la geografía y a los prejuicios del centro bogotano para con la «tierra caliente», todo lo que esté fuera de la pequeña zona de influencia de las ciudades es inexistente, siempre y cuando no aparezca en 30 segundos de noticias. Y allí están los peores colegios del país.
Otro acierto de Todos a Aprender fue utilizar las competencias básicas como las debilidades a atacar. Más allá de los discursos trasnochados que ven en las competencias el lenguaje del Moloch capitalista que se quiere tragar la educación, la idea de dos competencias fundamentales (lingüísticas y matemáticas) permite a la enseñanza secundaria y a la educación superior construir desde esos cimientos. Esos cimientos, además, permiten a un estudiante enamorarse de la lectura y crear ideas propias, como el pequeño Juan José en una escuela de las comunas de Medellín; así, puede dar un punto de vista propio y crítico del mundo que lo rodea.
Los estudiantes de secundaria de un colegio de Puerto Colombia le leen a sus compañeros más pequeños, y eso les ha permitido, además de cumplir con un requisito de servicio social cada vez más formal y menos comprometido en la mayoría de instituciones educativas en Colombia, decidir que la educación puede ser un camino de vida satisfactorio. Lo mismo dicen en San Bernardo (Cundinamarca), un pueblo en medio de las escarpadas montañas del Sumapaz, donde dos caballos llamados Dulcinea y Sancho recorren las trochas para llevar libros a los niños de las pequeñas escuelas. En medio del doloroso panorama de profesores motivados por el bolsillo y el desempleo en su profesión, saber de estas experiencias da esperanza.
En Cumaribo (Vichada), un grupo de profesores revive el idioma piapoco en las 68 comunidades indígenas. Ellos tienen una visión preciosa de la educación, que me impresionó: la educación es agua, y por eso tenían en su stand artesanías que, con diseños milenarios, representaban el agua. He ahí la metáfora: el agua fluye y da vida. La educación es igual. Necesita fluir y bañar a los estudiantes desde lo más básico, para que ellos más adelante aprendan a nadar en medio de las olas más bravas. Para que ellos, como agua, se conviertan en olas bravas que levanten su mundo.
El miedo a la marea
Si me preguntan, la parte menos importante de la educación es la educación superior, a menos de que. ¿Cómo pensar en tener investigación de alta calidad si las bases están podridas? ¿Podemos esperar un país en camino al desarrollo cuando un estudiante no sabe plantear ideas propias ni se interesa en leer o escribir? Los países más exitosos lo son, sobre todo, por la calidad de su educación básica. De lo contrario, no se explicaría cómo las mejores universidades del mundo (las norteamericanas) están llenas de estudiantes extranjeros (asiáticos principalmente) que superan en calidad a sus compañeros.
Desafortunadamente, muchos movimientos que cacarean su apoyo a la educación tienen un enfoque profundamente centralista. Algunos buscan, soterradamente, convertir su visión de la educación en dogma apoyados en un éxito trasnochado. Otros creen que todo el presupuesto educativo del país se debe dirigir a una sola sede de una sola institución educativa. Yo creo que el proceso debe ser escalonado. Meterle dinero a la universidad y olvidar la educación básica es como dar analgésicos a un enfermo que requiere una transfusión: sirven para calmar un momento, pero el problema debe ser tratado desde la raíz. Desde la primaria, ignorada, relegada a un rol de guardería grande y, en no pocos casos, sometida a los profesores de menor calidad en la institución (incluso en las privadas), crear una generación nueva que esté preparada para afrontar los difíciles pasos de baile propuestos por la sociedad de hoy en día. Preparada para leer el mundo y analizarlo, para reconocer las imágenes y los sonidos, para tomar todo lo que le da el mundo y exprimirlo.
Siento que estos programas, si bien son útiles, generan miedo en algunos miembros del sistema educativo acostumbrados al statu quo, a no ser evaluados por el desempeño de sus estudiantes o por su capacidad de actualizarse, a perder privilegios y gabelas, o a perder el poder asociado a algunas organizaciones. Por el contrario, qué bueno sería que ese enriquecimiento a las competencias básicas se expandiera como una inundación a todos los colegios del país, incluso los privados. En últimas, es una relación ganadora para todos: el tutor obtiene un 10 en su clase de baile y el estudiante aprende a bailar. Es una marea que levantará todos los barcos de la educación en Colombia.
Voyeur: Con este post quiero celebrar el primer año de Todas las almas y agradecer a todos los que han leído estas palabras, las han apoyado y divulgado. Prometemos continuar hablando un poco más de todo lo que preocupa por acá.
En los oídos: Right Action (Franz Ferdinand)