¿O cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo”, no mirando tú la viga que está en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano.
Lucas 6:42
Uno de los más grandes problemas que tiene el colombiano es el mirar sólo lo que ocurre por fuera, mientras que los problemas internos se dejan pasar. Eso, lejos de ser un problema aislado, es el mayor cáncer de nuestro país. Tendemos, como sociedad, a minimizar lo que nosotros hacemos y maximizar lo que otros, externos, hagan. Así sea lo mismo que nosotros hacemos. Como sociedad, somos ese niño malcriado que puede hacer las peores diabluras, pero siempre será visto como el tesorito. Somos Quico y doña Florinda a la vez: podemos ser las peores crápulas mientras lo seamos nosotros, pero si alguien más lo hace (incluso siendo inocente, como don Ramón en el célebre microcosmos creado por Chespirito) ese pobre desgraciado, esté donde esté, será víctima de la ira de 48 millones de colombianos. En los últimos dos meses ese show ha explotado de tal manera que me obliga a comentar los puntos, caso por caso.
Quiero empezar con un ejercicio sencillo. Supongamos, por un momento, que no fue Zúñiga el que golpeó a Neymar en la vértebra. Cambiemos al lateral de Chigorodó por, digamos, Maicon o Luiz Gustavo. Y cambiemos al 10 brasileño por el 10 colombiano. ¿Cómo reaccionaríamos si Maicon le hubiese roto la vértebra a James? Les doy la respuesta: Maicon estaría recibiendo amenazas de muerte, así como las recibió Soner Ertek, el licenciado en Geografía que lesionó fortuitamente a Radamel Falcao García. Y no diríamos absolutamente nada al respecto, ¿no ven que son las pasiones del deporte? Las mismas pasiones que derivaron en las balas disparadas a Andrés Escobar el 2 de julio de 1994.
Vamos con otro caso reciente, también futbolístico. Nicolette van Dam, actriz holandesa, puso en Twitter un meme donde Falcao y James aparecían oliendo la espuma utilizada para demarcar el área del tiro libre. La reacción fue de tal magnitud, que terminó con la renuncia de van Dam a su cargo como embajadora de buena voluntad de la Unicef. Eso ocurrió el 20 de junio, el mismo día que RCN anunciaba con bombos y platillos el estreno de la tercera temporada de El Capo, en la cual el Corleone colombiano, como lo proclamó ese cáncer de los medios nacionales, hampón literato (Héctor Abad dixit) y mercachifle disfrazado de libretista que es el señor Gustavo Bolívar Moreno, pasa de ser el capo a ser el héroe que propone la legalización de las drogas. Nunca tendremos algún tipo de autoridad moral para criticar a cualquiera que nos llame traquetos y drogadictos mientras el señor Gustavo Bolívar y sus distintos émulos se propaguen, como metástasis, en los medios nacionales.
Uno más reciente y menos cargado de doble moral, pero con el ingrediente futbolístico a la mano. El jugador español Braulio Nóbrega, a punto de ser contratado por Millonarios, fue descartado por cargos de violencia de género y acoso sexual, lo que evitó su contratación por el equipo albiazulk y más adelante por Patriotas. Si bien aplaudo esas iniciativas y rechazo con vehemencia que una persona de esa calaña esté en un equipo de fútbol, no puedo dejar de pensar en que tuvimos un problema similar hace unos años, cuando Jairo «el Tigre» Castillo fue condenado por asesinar a dos hermanas mientras conducía en estado de embriaguez. El delantero alcanzó a jugar doce años más en cinco países distintos, pero los gritos de las mamajuanas de turno no se escucharon.
Hablemos un poco de esos fundamentalistas de las buenas causas: hay bastantes individuos y grupos que se dedican a promover causas nobles, como la equidad de género, el fin de la discriminación racial o el cuidado del ambiente. Sin embargo, en ese amplio espectro se destacan, para mal, aquellos radicales que sólo ven posible su postura y consideran necesario erradicar todas las demás. O si no pregúntenle a las activistas que, rememorando los eventos del KKK, quemaban cruces para oponerse al procurador Ordóñez o los grupos activistas lésbicos que cultivan heterofobia diciendo «compañero/a heterosexual: desmovilícese, su placer anal/vaginal lo necesita». O a aquellos que piden ley de cuotas siempre, una discriminación positiva que le quita a muchas buenas personas la oportunidad porque no pertenecen a X o Y minoría. O a las feministas que culpan de absolutamente todos los problemas de la humanidad a los hombres, y ven cualquier tipo de palabra similar a tirar ácido en la cara. O a grupos como PETA, que ven a un terrorista como Timothy McVeigh como una gran persona porque decidió no comer carne en su última cena antes de su ejecución. Ese tipo de fundamentalismos, de radicalismos pueriles, sólo hacen daño a las causas que dicen defender.
Hace poco se dio una variación aberrante de ese problema de la paja y la viga: el doublespeak tan temido por el cada vez más profético George Orwell. El periodista Mauricio Arroyave denunció que Hollman Morris, director de Canal Capital, medio donde trabajaba, imponía o vetaba políticos o periodistas para ser entrevistados en El primer café, programa dirigido por el periodista censurado. Si bien esa actitud no es sorprendente dentro de la poco plural y llena de teorías de conspiración «Bogotá [in]humana» de Gustavo Petro y sus secuaces, sí sorprende de un periodista como Morris que se hizo célebre por haber sufrido amenazas debido a sus revelaciones. Más allá de los logros de Canal Capital, algunos indiscutibles (como la apertura de espacios al patrimonio de Bogotá -Callejeando-, a la población LGBTI y el ascenso del rating del canal) y otros susceptibles del beneficio de la duda (como la transmisión de medio concierto de Paul McCartney a costos exorbitantes), Morris convirtió ese canal en un medio de propaganda y loas a Petro, similar a lo ocurrido en canales como el iraní HispanTV, el venezolano Telesur, Russia Today o KCNA de Corea del Norte. Decir que un canal lucha por los derechos humanos cuando su director censura y veta los invitados de su programa estrella y cuando se convierte un medio de comunicación en una forma de dar todo tipo de bombo a un líder cuestionado y cuestionable es, por decirlo menos, hipocresía.
Si me preguntan, he ahí el mayor problema de nuestra sociedad: no reconocer nuestras culpas ni las responsabilidades que cargamos. Mientras sigamos creyendo que somos absolutamente diáfanos e inocentes y que el Otro (llámese como se llame) es la encarnación de todos los males de la humanidad, no habrá posibilidad de un futuro digno para Colombia.
Voyeur: Cada vez desconfío más de las negociaciones de paz en Cuba. Las FARC, lejos de haberse adaptado al supuesto cambio que vendría posterior al Caguán y a la muerte de los líderes veteranos, se anquilosó en el discurso de víctimas que nadie, salvo el más ciego, obtuso y lerdo comunista de folletín, cree. Paradójicamente para las FARC, el mayor beneficiario de su intransigencia se llama Álvaro Uribe Vélez.
En los oídos: Fastlove (George Michael)